Por Mónica Delgado
Mercuriales toma su nombre de un par de edificios de la periferia parisina construidos en los años 70 y que pusieron en evidencia, con el paso del tiempo, la imposibilidad de una utopía, el deseo de plasmar en la arquitectura o urbanismo la omnipresencia del capital y su promesa de modernidad. Allí es donde Virgil Vernier ambienta el inicio de algunas historias de migrantes inmersos en la mecánica social de un París distinto a lo planificado para los Mercuriales fundantes, unas “torres gemelas” de lo desigual. Y lo hace a partir de una narración disruptiva, que va saltando tiempos, personajes y lugares bajo el influjo de la dispersión e indecisión que gobierna a las protagonistas.
Luego de escenas iniciales que describen el primer día de trabajo de un vigilante africano en uno de los Mercuriales, Vernier abandona este personaje para centrarse en una muchacha de Moldavia, que trabaja en el edificio como recepcionista y a partir de su “presentación”, el cineasta decidirá seguirla a lo largo del film, tanto en su rol como nana de una niña de ocho años como en sus idas y venidas con su mejor amiga francesa, que trabaja en un night club (quizás la mejor secuencia), y a través de una puesta en escena ecléctica, que utiliza incluso secuencias en 16 mm.
La banda sonora de tintes electrónicos e industriales de James Ferraro produce esta liazón con el espacio trazado en su deseo urbano de sueño capitalista, al crear una atmósfera enrarecida frente a lo que se ve. Suburbio parisino de cementerios de perros, de centros comerciales bajo la amenaza de skinheads invisibles, o un día de piscina colorido y amigable.
A Vernier le interesa dentro de esta narración disruptiva, que se sirve del documental, establecer analogías poco explícitas sobre esta nueva conformación laboral y social de Francia, poblada por migrantes de diversos lados de la misma Europa y de África. Y frente a esta nueva geopolítica, aparece la protagonista harta y lista para transformar su visión y participación dentro de este mapa que escapa de sus manos. Los Mercuriales dejan de ser la sublimación de los seres mitológicos que se intenta evocar en su altura y majestuosidad, y se vuelven la ironía en medio de la vida en un suburbio agotado, deslucido y empobrecido.
Por ello, el desenlace -si se puede llamar así- es una renuncia perfecta a esa imposición de vida de migrante limitada a un rol pasivo, y que no puede más que reflejarse con el estertor de una demolición en plena noche: la metáfora ideal para los sueños rotos.
Director: Virgil Vernier
Guión: Mariette Désert, Virgil Vernier
Fotografía:Jordane Chouzenoux
Reparto: Philippine Stindel, Ana Neborac, Annabelle Lengronne, Jad Solesme
Productora: Kazak Productions
Año: 2014
País: Francia