Por Mónica Delgado
¿Por qué elegir un musical como vía de expresión para una historia sobre la inmersión de lo íntimo en los territorios del capital? Johnnie To, ya lejos del tipo de films que nos tiene acostumbrados, acude a la construcción total de un mundo, con códigos propios, donde el crecimiento profesional y el dinero son los motores indispensables, el nuevo Eros del siglo XXI, y sobre todo de la actual China, brutal potencia económica.
To decide en Office una mezcla estilizada, tanto del musical, como del escenario que busca representar: diseños perpendiculares, oficinas sin paredes, al modo de Dogvile de Lars von Trier o bajo la geometría espacial de un Jacques Tati, pero aquí más influido por la sensación de perspectiva y de profundidad que permite el 3D y que el cineasta hongkonés explora con potente agudeza visual. Este emporio de oficinistas y gerentes luce mecánico, pero a la caza de una perfección que absorbe cualquier asomo de intimidad. Pareciera que todos los personajes estuvieran atrapados en este gran mundo transparente, donde el metro llega al mismo hall del centro laboral, los departamentos y casas de los empleados se ubican sumamente cerca, en límites difuminados de lo público y privado, en un entorno bajo el mismo estilo arquitectónico, sin muros ni ventanas que permiten la observación permanente. Como si el gran panóptico que describe Foucault se hubiera trasladado para el control de otro tipo de locura, la del emprendedurismo y del gobierno de la bolsa de valores.
La gran oficina que todo lo devora también evoca a su manera a las fábricas de perfecta mecánica de Tiempos Modernos, o de alienación coreográfica de Metrópolis. El tiempo, a través de un reloj inmenso que funciona como el gran sol que da vida a sus habitantes, es el gran tótem que subyuga estilos de vida. Por ello, los bailes coreografiados y canciones permiten expresar este sentido común de la vida en comunidad, cronometrada, preparada, ensayada, en simetrías incluso a lo Busby Berkeley, pero aquí con danzantes de saco y corbata.
En esta suerte de crítica de la sentimentalidad en el corazón del Capital es lo que mueve a Johnnie To a crear todo un armatoste que sublima la vida laboral, en esta dispersión de los espacios, y es claro que estamos en un mundo donde el trabajo gobierna emociones e intimidades, a tal punto que los protagonistas se vuelven parte de un drama amoroso de tintes melodramáticos pero a la vez sardónicos. Hay una intención de To, y claro también de la obra de Sylvia Chang de la cual se inspira, de apostar no solo a la musicalidad que permite el género, valga el énfasis, sino apelar a un drama familiar que irrumpe con la misma fuerza que las inversiones y los flujos de dinero más estimulantes.
Dos novatos son nuestra puerta de ingreso a este gran constructo de la ganancia y la plusvalía, de entrenamiento y méritos, y con ellos acudimos al aprendizaje tanto de la dinámica laboral como de sus fantasmas. Máscaras y debilidades detrás de toda la fortaleza que sostiene el sistema. Y esta carcasa emocional es lo que sale a flote en Office, tras las peleas de poder de los líderes del mundo, como si el Capital por si solo no tuviera el valor de sostener nada.
Director: Johnnie To
Guión: Sylvia Chang, Wai Ka-Fai (Obra: Sylvia Chang)
Música: Lo Ta-Yu
Fotografía: Siu-Keung Cheng
Reparto: Chow Yun-Fat, Sylvia Chang, Eason Chan, Tang Wei, Wallace Chung, Cheung Siu-Fai, Stephanie Che, Timmy Hung
Título original: Hua li shang ban zou
Año: 2015
Duración: 119 min.
País: Hong Kong