Por Pablo Gamba
Príncipe de paz (2019) recibió una mención especial en la competencia internacional del FID Marseille y ganó el Premio Puma a la mejor película mexicana en el Ficunam, donde se estrenó en febrero. Es la ópera prima en el largometraje de ficción de Clemente Castor, y la continuación de su trabajo con personajes de facetas sorprendentemente diversas y contradictorias presente también en el cortometraje Silencio (2016), realizado en el Taller Cinematográfico de Mantarraya, la productora de Carlos Reygadas.
Los personajes de Príncipe de paz son adolescentes que viven en las afueras de la capital de México, en un lugar sin solución de continuidad entre la ciudad y el campo. En consonancia con eso, también hay en ellos una tensión de opuestos entre la violencia criminal urbana y el vínculo con la tierra, rasgos característicos de dos estereotipos contrastantes del cine latinoamericano.
Se repite en el largometraje un recurso utilizado por Castor en Silencio: el contrapunto entre los planos en alta resolución y pantalla ancha, y otros que podrían ser de un video grabado por alguno de los personajes, sin que quede claro por cuál. Esta dualidad de miradas, que se añade a la de los estereotipos en tensión, tiene como correlato unas reflexiones en los subtítulos del video y en un diálogo, sobre lo que mantiene unidas a las personas entre sí y con el lugar que habitan, y también sobre lo que une las diversas partes del cuerpo.
El tema del cuerpo está presente desde el comienzo: las dos primeras secuencias son chequeos médicos. La cuestión del alma, implícita en la pregunta por su unidad –lo que lo organiza y le da vida al cuerpo, según la filosofía del sentido común de Aristóteles–, tiene como contraparte una cita de Gilles Deleuze y Félix Guattari, cuando uno de los jóvenes le dice a la chica que anda con él y con otro: “Me haces sentir como si no tuviera órganos”.
Pero en relación con estas preguntas acerca de lo real, hay que considerar también lo evidentemente alegórico en Príncipe de paz, comenzando por la referencia del título a la Biblia (Isaías, 9:6). También están el personaje de un predicador apocalíptico con una máscara de lucha libre y, sobre todo, la osamenta de un gigante hallada en medio del monte, que pudiera ser los restos de un ángel caído del cielo o de otro planeta, por las distorsiones que se producen allí en el video. Es un lugar común del cine de extraterrestres.
Cuando la alegoría es tan lúdica e irónica, aquello otro que se quiere decir con lo que se narra niega la posibilidad del sentido, como ocurre en Príncipe de paz. Este dispositivo desestabilizador es la respuesta a la confrontación de los estereotipos en tensión de la parte marginal urbana de los personajes, destinada a la delincuencia, y la que los liga a la tierra. La película dirige sus miradas a lo real, no para afirmar una verdad por refutación de esas preconcepciones falsas, sino como débil intento de redimir un mundo en ruinas, caído como el ángel del ámbito de las ideas que no le dan sentido, ni por la abstracción de los estereotipos ni como alegoría, y que sigue haciéndose pedazos. El plano de una vieja tubería, precariamente sostenida con jirones de tela, es más ilustrativo que las palabras dichas o escritas por lo que respecta al problema de la unidad, incluido el cabo suelto del “cuerpo sin órganos”.
Hay que reconocer que la referencia a Walter Benjamin es más sutil que la cita de Deleuze y Guattari puesta en boca de un personaje. Pero el problema es el mismo: el de un cine que tiende al pie de página en su búsqueda de una universalidad que no sea la que otorgan los criterios de selección para el Festival de Cannes, por ejemplo, que siguen siendo los clichés del marginal urbano violento y el campesino adánico. Se parte de lo real para plantear problemas filosóficos, cuando más interesante sería hacer justo lo contrario.
Dirección y guion: Clemente Castor
Producción: Verónica Posada, Andrew Martín, Arturo J. Kafuri, Alejandra Villalba, Alejandro Alatorre
Fotografía: José Luis Arriaga
Montaje: Sean Von Dahn, Clemente Castor
Sonido: Jorge Zubillaga
Dirección de arte: Sofía Cravioto
Interpretación: Daniel Ruiz, Marcos Hernández, Aurora Chavero, Mario Hernández
México, 2019