Por Mónica Delgado
La entidad de hierro, en su movimiento casi permanente, se vuelve la síntesis de la patria o el país. Aparece hiperpoblado y diverso, desordenado y denso, alegre o reflexivo, a partir de la mirada de un cineasta que parte de lo micro, del detalle de lo mecánico y maquinal, hacia la percepción individual y amplia sobre el entorno y modo de vida de una serie de personajes dentro de un tren que cruza China a lo largo de varios viajes durante tres años. Sin embargo, el registro de J. P. Sniadecki se vuelve un viaje único, sin comienzo ni fin, de casi hora y media, partiendo de un ojo que registra sobre todo pasajeros y espacios en medio del hacinamiento, y desde el inevitable y obvio tránsito, en un tren que refleja clases sociales, estilos de trabajo, convivencia y reticencias.
Los primeros minutos de The Iron Ministry apuestan por la materialidad, por antonomasia, del tren en marcha: el sonido de máquinas mientras la pantalla sigue en negro, instantes que van a ir marcando la línea de inicio o despegue de lo que veremos y que en definitiva irán a la manera de un crescendo de formas. Tomas de pistones, motor en marcha o generadores para luego subir hacia las cabinas, donde unos hígados de res colgados por un pasajero reflejan la anomalía en el espacio. Es un tren pero también puede ser una porción de mercado, de feria, de ciudad.
Plantear al tren chino como microcosmos permite rastrear tópicos de ese país enorme, y que marcan su ruta de industrialización y de potencia económica frente a la diferencia de su desarrollo humano, saturado, incontrolable y abrumador. Un tren colmado de cansancio, o de horas que quedan por matar dentro de un viaje extenso, y que para algunos pasajeros se convierte en real tránsito hacia el futuro o la misma duda.
Sniadecki es también un pasajero, que interpela, que entrevista, que permanece despierto mientras los pasajeros duermen o cuentan historias en literas en la madrugada, que está atento a las paradas y las revisiones de los agentes de seguridad, de aquellos que abandonan el tren y de aquellos que inician un viaje nuevo. Está allí con su cámara detrás del vendedor de snacks y semillas de girasol que no puede avanzar ante tanto tumulto, del vigilante del vagón que funge de barrendero, cerca a aquel hombre que duerme sentado sobre un lavadero, o de las muchachas que se abrazan cansadas en el metro cuadrado que han encontrado con suerte para las dos. Planos que capturan la intimidad del tren, que se ha vuelto una espacio para acercar, para convertir extraños en amigos, donde los que tienen más dinero irán a un lugar estable de soledad y comodidad.
Hacia el final de The Iron Ministry aparecen los planos del «afuera» de modo más claro, que van mostrando ciudades y rieles, dando una suerte de respiro a este viaje interior, de cabinas, puertas, asientos, pasadizos, permitiendo la asociación del entorno con los temas vitales que confesaban los pasajeros a la cámara, sobre sus trabajos, su sentido de lo ciudadano, sobre algún punto político a debatir, como sencillos eventos cotidianos de cambio constante y vital.
Director: J.P. Sniadecki
Editor: J.P. Sniadecki
EEUU, 2014, 82 minutos