Por Mónica Delgado
Más de ocho largos documentales forman la breve carrera del chino Wang Bing, que comenzó en el año 2003, a partir de una película de nueve horas Tie Xi Qu (Al oeste de los raíles), que marcó su estilo dilatado y cercano sobre una China ambivalente e industrial, de brechas e inequidades en medio de la prosperidad económica. Wang Bing, que como a Jia Zhangke, es uno de los directores que casi nada se acercó al gobierno de lo mítico o dramático que lideran las temáticas del cine chino más comercial, sobre todo si pensamos en su opuesto Zhang Yimou, quien representa una vena del cine asiático de artes marciales y dinastías, pero también del melodrama social y rural, y no por ello libre de censura. Así, Wang Bing se ha afianzado como un abanderado del modo de hacer cine con escasísimos recursos y basados en un estricto seguimiento a sus personajes, que puede durar meses y años.
En Feng Ai (que para su exhibición en lengua inglesa se ha titulado ‘Til Madness do us apart), como en su anterior trabajo Three Sisters, Wang Bing se interna en la vida de sus personajes durante un largo periodo de seguimiento, que implica convivir y mantener la cámara en constante lucidez, captando los momentos importantes, pero también los que se asoman insignificantes en medio de esta cotidianidad aparentemente tranquila y al margen. Esta vez, el director se adentra en un manicomio del sur de su país, que se convierte en el límite físico de un grupo de internos con diversos problemas mentales, quienes viven en el lugar incluso hace veinte años atrás. Este claustro, que copia la materialidad de las cárceles y los asilos en abandono, cobija a casi un centenar de hombres de diversas edades y males, y a los cuales Wang Bing sigue y persigue, ausculta en su intimidad y cavilación, en sus visitas y soledades, haciendo participar así al espectador en una suerte de recuento de tipologías y patologías psiquiátricas.
Observar pacientes, atendidos casi de modo impersonal, medicados en fila india, en sus ansiedades, no puede deslindarse del entorno mismo oscuro, pálido, enrejado, que a diferencia del panóptico, pareciera que no hubiera ningún vigilante o jefe a cargo, ya que apenas se percibe la atención médica. Es como si Wang Bing estuviera atento al devenir de este encierro irreal, donde los pacientes salen desnudos a correr en noches heladas por los pabellones, o donde algún anciano se levanta en plena madrugada para orinar donde se le ocurra. Esta aparente libertad no hace más que dar rienda suelta a las posibilidades de esa locura, tanto de pacientes que llevan días en el lugar, o los que llevan años.
En una secuencia pareciera que Wang Bing hiciera un alto, para seguir hasta su pueblo a un expaciente, dado de alta luego de 16 años, y viendo posible la cura y el regreso tranquilo al hogar, sin embargo, todo indica que el optimismo es inviable, que el sino de la locura rondará por mucho tiempo más y que es necesario su regreso como cineasta, con cámara en mano, para seguir registrando la vida de esos otros que se quedan, como la pareja de esposos amantes(el piso inferior del nosocomio es solo para mujeres, a quienes apenas se ve desde el claustro masculino).
En sus casi cuatro horas, Wang Bing no solo hace ejercicio de observación detenida, sino de un estilo libre de manierismos, donde existe apenas el sentido de la mediación: él solo con su cámara en mano, que tiene el micrófono incorporado y en un HD cuya textura apenas se percibe (y que en algunas escenas ha requerido el apoyo de otro camarógrafo), muestra un mundo de enajenación pero también de abandono estatal en un país emergente. Y sobre todo una locura apartada, silenciada, que como a mediados del siglo XVII devino en un periodo de exclusión. Ese «hasta que la locura nos separe» pues deviene en un título irónico, pues a la manera de Foucault el tema de la locura es también un asunto de poder y dominación. Así, Wang Bing señala al final, en los créditos del film, que algunos de los internos están allí ya sea porque el Estado chino lo decidió o porque las mismas familias los llevaron allí por diversas razones y no necesariamente carencias mentales: personajes a la espera de la vejez entre rejas y sin horizonte alternativo.
Título original: Feng ai
Director: Wang Bing
Productor: Louise Prince, Wang Bing
Montaje: Adam Kerby, Wang Bing
Sonido: Mu Zhang
Producida por Production Moviola
Hong Kong, Francia, Japón, 2013, 228 minutos