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Por Pablo Gamba
La Trilogía de lago helado de Gustavo Fontán –Sol en un patio vacío (Argentina, 2015), Lluvias (Argentina, 2017) y El estanque (Argentina, 2017)– reúne películas que van del diario al ensayo, y de la experimentación con la “captura” de lo real con la cámara a la adaptación de una obra previamente existente al cine, tal como entiende eso el cineasta. El título viene de un fragmento de Manual para sonámbulos de Gloria Peirano, fuente de los textos que dieron origen a El estanque y que ha sido recientemente publicado en un libro, junto con Trilogía del lago helado. Diarios de Gustavo Fontán.
La imagen de la superficie congelada que se quiebra trae a colación la idea de rasgadura que conecta las películas, y que desestabiliza lo que se percibe como real. En El estanque se trata de lo que experimenta una sonámbula. Cuando se encuentra en ese estado, ella vive en la rasgadura del hielo, dice la voice over de Fontán. Eso significa que está en el mundo, pero a la vez como fuera del mundo, agrega. También la percepción de la realidad que tiene el cineasta es fracturada por lo que la convivencia con la sonámbula, y lo que ella dice cuando está en ese estado, le permiten saber de esa confusión de sueño y vigilia que él no vive.
La experiencia de Fontán con ese personaje, así como lo que cita de sus escritos, están expresados exclusivamente a través de la palabra. Lo audiovisual se halla en contrapunto con eso. Consiste en un registro de la cotidianidad que parece haber sido hecho desde la perspectiva de alguien que anda con la cámara como un turista. Pero en lo que ha grabado inesperadamente pueden descubrirse imágenes que atraviesan esa distancia, al mostrar los que parecieran ser referentes reales de algunos fragmentos de los sueños de Peirano. De esa manera también rasgan lo real; quiebran la aparente solidez de la percepción de las cosas y que igualmente se atribuye a lo que el cine puede captar de ellas.
Lo del “lago helado”, en resumen, sugiere que las representaciones de lo real que el sonambulismo puede rasgar son la congelación de algo que por su propia naturaleza es inestable y fluido. Por tanto, esta película, aunque parezca sumamente alejada de la consideración de problemas políticos, plantea un desafío al objetivo más esencial que debe alcanzar todo poder para establecerse: fijar las representaciones que responden a sus intereses como lo único real. Es una práctica que se extiende desde los padres, cuando consideran fantasía la manera de ver el mundo de sus hijos, hasta los que descalifican los cuestionamientos de orden como delirios de inmaduros, incapaces de entender las cosas como son. Con todo eso está enfrentado el cine de Gustavo Fontán.
Lluvias es un film sobre un estado emocional que pudiera estar relacionado con las sensaciones que se experimentan cuando llueve, lo cual también plantea el misterio de esa forma de comunicación con la naturaleza. La idea medular es aquí, además de la rasgadura, la cicatriz, como lo hace explícito la voice over de Fontán. Se trata de la huella dolorosa que puede dejar, en unas imágenes, algo que estuvo presente en otras pero que ya no está.
La cicatriz es causada por Delia, una persona mayor vecina a la que el cineasta tomó una foto y a la que no podrá sacar ninguna otra más porque muere. Ese dolor afecta las imágenes del hijo y el padre del cineasta, hasta el punto de que su inclusión en la película puede plantear la duda de si también habrán muerto. Eso no quedará claro para el espectador que no conozca a Fontán o no pueda preguntárselo al salir del cine, como tampoco podrá saber si Gloria Peirano es realmente o no la sonámbula de los textos de su manual y de El estanque.
La manera en que está organizado el material de Lluvias, como un diario al que cada entrada corresponde una fecha, transmite una sensación de paso regular del tiempo que hace cortocircuito con esa otra impresión: la de que el transcurrir de la vida puede interrumpirse inesperadamente por la muerte de las personas queridas, algo que inevitablemente va a producirse en algún momento, además de la propia muerte. La vivencia cotidiana del mundo puede resultar rasgada, así, por las cicatrices y el consecuente dolor por la fugacidad de todo lo que se ama. Sobre la base del título podría establecerse incluso una analogía entre esta perturbación de la aparente estabilidad de lo real y la variación de las condiciones atmosféricas. No es casual que a eso se le llame también tiempo.
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Sol en un patio vacío es una película diferente por la ausencia de voice over. También por estar tematizado el registro con una cámara de fotos de baja resolución, al entrar en campo reflejada de diversas maneras. Hay aquí una investigación de la luz, como lo indica el título. El vacío podría hacer referencia a que solo es posible conocer de lo real las imágenes mentales de aquello que hace perceptible la luz reflejada por las cosas, al causar sensaciones en los ojos.
La baja resolución de la cámara permite hacer patente la analogía entre eso y lo que ocurre cuando la luz impresiona el sensor. Se produce así una información que otros dispositivos se encargan de procesar para generar imágenes de video que, por su borrosidad, se distinguen aquí de la ilusión de transparencia que pueden causar las tecnologías del soporte fotoquímico y del video de alta resolución. Por el aspecto que tienen, podría decirse que el hielo de lo real no está quebrado sino fundido en estas imágenes de aspecto no profesional.
El parecido con el ojo es subrayado por la libertad de movimientos de la pequeña cámara, que le permite aproximarse a la mirada natural. La mezcla de ruido y música, en la banda sonora, también pone de relieve esta “subjetividad”.
El título da pie, asimismo, para vincular las variaciones de la luz con el paso del tiempo, a la manera de la pintura impresionista. Por eso los cambios en las condiciones meteorológicas también son importantes en esta película. A su vez, el montaje introduce la cuestión de la subjetividad de la experiencia del tiempo, a través de la fragmentación de lo que pareciera ser un viaje al mar, pero que nunca llega a constituir una narración. No se alcanza por esta vía, sin embargo, la profundidad existencial que tiene el tratamiento del mismo tema en Lluvias.
Por la manera individual como fueron realizadas, sin la intervención de un equipo hasta el montaje y la postproducción, las películas que integran la Trilogía del lago helado podrían ser consideradas estrictamente como realizaciones menores. Incluso el aspecto de apuntes, de obras sin terminar que tienen, es tematizado en El estanque. Allí se afirma que esa característica es un constante estímulo a volver sobre lo inacabado, respondiendo a una llamada que es como un estribillo. Eso puede hacer a las personas ávidas o volverlas locas, agrega Fontán, citando a Peirano. Sería válido también para el espectador, que es invitado por estas películas a completarlas con su participación.
Sol en un patio vacío
Dirección, guion y cámara: Gustavo Fontán
Producción: Gustavo Schiaffino, Alejandro Nantón, Guillermo Pineles
Montaje: Mario Bocchicchio
Sonido: Abel Tortorelli
Duración: 65 minutos
Argentina, 2015
Lluvias
Dirección, guion, cámara y voz: Gustavo Fontán
Producción: Gustavo Schiaffino, Alejandro Nantón, Guillermo Pineles
Montaje: Mario Bocchicchio
Sonido: Andrés Perugini
Duración: 64 minutos
Argentina, 2017
El estanque
Dirección, cámara y voz: Gustavo Fontán
Guion: Gustavo Fontán, basado en textos de Gloria Peirano
Producción: Gustavo Schiaffino, Alejandro Nantón, Guillermo Pineles
Montaje: Mario Bocchicchio
Sonido: Andrés Perugini
Duración: 62 minutos
Argentina, 2017