Por Mónica Delgado
A través de la mirada del cineasta boliviano Kiro Russo, el mundo de las minas y socavones adquiere un ángulo distinto, ya no desde lo social sino desde el retrato. Se aleja de lo mítico, supersticioso, la denuncia ambientalista o la intención etnográfica para mostrar el perfil de un outsider en un contexto real pero a la vez simbólico, donde la noche se difumina con la oscuridad propia del socavón. Hay una problemática que observamos a partir del personaje de Elder Mamani, quien en necesidad de trabajo tras la muerte de su padre, es llevado a una mina, donde precisamente no es el trabajador más popular.
Elder es un marginal en todo sentido: una carga familiar, un pésimo minero, borracho y sin amigos. Desde los primeros planos, Kiro Russo lo describe, en una secuencia antológica a ritmo de música electrónica, dentro de los elementos de su entorno natural: la marihuana, el alcohol, la discoteca, el robo. Y tras la muerte de su padre, que según lo que cuentan otros personajes, fue un ser opuesto a él, Elder queda bajo el apoyo de un familiar, quien lo lleva a trabajar a una mina de la comunidad. Los avatares de un outsider dentro de una colectividad es el gran eje de Viejo Calavera.
Kiro Russo decide para la puesta en escena de Viejo Calavera un recurso expresivo que difumina las noches con la profundidad de las minas. Y allí su mayor logro, anclado en un riguroso trabajo de fotografía. En su primera parte, hay una intención de provocar una linealidad de tiempo donde la oscuridad, las linternas, las velas, el brillo lunar, parecen concatenarse y colocar a Elder en esta tiniebla permanente, en un espacio donde se le obliga a estar. Esta incomodidad del personaje que se muestra fuera de lugar se confronta con la poca empatía con el grupo de mineros con los cuales trabaja: es un peligro, debido al problema de alcohol que va enviciando el ambiente laboral y familiar.
En algunas escenas de Viejo Calavera la cámara adquiere la «estética» de la embriaguez, tomas desenfocadas, contraplanos frontales, fundidos, para describir la relación de Elder con aquellos que lo rodean, en este ciclo de madrugadas y amaneceres continuos. Por otro lado, la expresividad y oralidad de los personajes, tanto hombres y mujeres, como los diferentes sonidos que afloran de las máquinas de la mina o de la misma noche, permiten construir también un entorno sonoro particular, igual de cuidado como la apuesta de una fotografía de lo nocturno.
Russo propone un quiebre en el tono de la puesta en escena, en lo que podría llamarse como segunda parte, y que contiene un efecto liberador marcado por la revancha que decide tomar Elder ante sus compañeros de mina, y que es mostrada a través de su irrupción en una jornada de esparcimiento, que incluye alcohol, piscina y canciones de índole social. Cambia el escenario, de la oscuridad pasamos al día, a espacios luminosos, a un mundo de hombres más enfático, sin embargo, la terquedad de Elder sigue intacta. Más bien el protagonista parece centrado en subvertir ese entorno de trabajo, en el deseo de lograr siquiera una transformación de ese «sistema» que parece aburrirle, para el cual que está vedado, y que a todas luces, aparece como decisión irracional o efecto de alguna resaca. Por ello, el desenlace del filme remite a un arranque sutilmente anárquico, que afirma la intangibilidad de la terquedad de este personaje.
Viejo Calavera, mención especial en la sección Cineastas del Presente, en el Festival de Locarno, va construyendo un Elder Mamani desde el movimiento, desde los travelling laterales que lo ven huir tras un robo, desde la cámara que lo sigue detrás por los socavones a la luz de las linternas, o bañándose en estado de duermevela en la oscuridad dentro de la mina de Huanuni, sobre todo para mostrar su lado iracundo y alcoholizado, que se afirma en aquel desenlace notable, donde el viaje parece corroborar su deseo de estar en ningún lado.
Director: Kiro Russo
Guión: Kiro Russo
Fotografía: Pablo Paniagua
Reparto: Julio Cesar Ticona, Narciso Choquecallata, Anastasia Daza López, Rolando Patzi, Israel Hurtado, Elisabeth Ramírez Galván
Productora: Coproducción Bolivia-Qatar
Bolivia, 2016, 80 minutos