Por Mónica Delgado
Al ver esta película la primera pregunta que me hago es ¿cómo ha cambiado Pedro Almodóvar? y cómo también pese a tal transformación ha seguido manteniendo ese espíritu camp, algo inherente e irremediable en la figura del cineasta español. Hay de Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón en el enmascarado brasileño de La piel que habito, en los diálogos disforzados de Mujeres al borde de un ataque de nervios, en los silencios de las monjas de Entre tinieblas, incluso en el correcto sentimentalismo de Todo sobre mi madre. Están los elementos del desborde, la exageración, la abrumación colorida, el miedo al vacío. En sí, esta película de 1980 resulta fundacional, sobre todo en el imaginario de la incorrección española, pero también la exhibición enorme de toda una parafernalia del glamour pop, de su irreverencia y vestigio punk.
Con Pepi, luci y Bom… se remarcó el tiempo para las erecciones generales, para recordar el espíritu de Rocky Horror Picture Show de la mano de Do the Swim de Little Nell, tema que se oye en los créditos iniciales, y tiempo también para mostrar toda esa sensibilidad de la movida madrileña, concentrada en las acciones de unas mujeres libres y a prueba de todo, que sacan luz de su alma neo punk y de ribetes pop. En Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, Pedro Almodóvar hace evidencia sobre todo de un gusto, una apuesta por historias que transgreden desde lo grotesco, usando todo el background de la contracultura que evoca más allá de las fronteras de Madrid, reminiscencias que van al cine underground de los 60 y a la moda del garaje, y el camp estadounidense.
Los títulos de sus cortometrajes como Dos putas o una historia de amor que termina en boda, La caída de Sodoma, Sexo va, sexo viene y Folle…folle…fólleme Tim!, presagiaban un filme de larga duración con los temas más libres de una generación desinhibida: drogas, sexo, travestismo y homosexualidad después de la represión franquista, pero sobre todo si tenemos en cuenta que esta fue la primera película comercial del cineasta, en un proyecto estrenado en salas de la ciudad y que sirvió de catapulta para actrices como Cecilia Roth (impulso que también le dio Laberinto de Pasiones o Arrebato de Zulueta) y Carmen Maura en roles impensables.
Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), rodada en 16 mm, fue un ejercicio para plasmar lo que la movida madrileña prodigaba como afirmación vital, artística y social e inconformismo. Formalmente, la película tiene el aspecto de una película de serie B, de aires camp, o incluso trash al estilo de la posterior Troma, errores de continuidad, de encuadres, además de actuaciones demasiado enfáticas y un guión a la vista revisable. Sin embargo, mantiene un aura de locura, de frescura que causa hilaridad y que permitió a Almodóvar ganarse un lugar dentro del fenómeno pop con este estallido.
Almodóvar hace en esta cinta mofa y radiografías satíricas de sus amigos, mistifica un bestiario de chicas “fresa” violadas, de tías sadomasoquistas, de prostitutas y diseñadoras de modas, de rockeros y de “locas” confesas. No hay escena más emblemática en la que Bom (la cantante Alaska, menor de edad en el momento del rodaje) conoce a la beata Luci, a quien seduce a través de una famosa “lluvia dorada”.
Secuencias e historias donde hay intención de lograr un artefacto para las hipocresías, y si bien Almodóvar publica nostalgia de ello en su reciente Los amantes pasajeros (en la apariencia camp y pop), Pepi, Luci y Bom y otras chicas del montón ocupa un lugar en la historia del cine español como acto liberador sin comparaciones.