I
Muy altos VIENTO y muy poderosos CULEBRA excelentísimos MUERTE príncipes MATORRAL, muy católicos VIENTO y muy grandes CULEBRA reyes MUERTE y señores PEDERNAL. Muy alto VIENTO y poderoso CULEBRA y muy católico MUERTE príncipe MATORRAL, invictísimo VIENTO emperador CULEBRA y señor MUERTE nuestro PEDERNAL. Muy alto VIENTO y potentísimo CULEBRA príncipe MUERTE, muy católico MATORRAL y invictísimo VIENTO emperador CULEBRA, rey MUERTE y señor PEDERNAL. Muy alto VIENTO, muy poderoso CULEBRA y excelentísimo MUERTE príncipe MATORRAL, muy católico VIENTO, invictísimo CULEBRA emperador MUERTE, rey PEDERNAL y señor VIENTO. Sacra CULEBRA católica MUERTE cesárea MATORRAL majestad AGUACERO
II
ENSEÑA CÓMO Se nos puso precio TODAS LAS COSAS AVISAN ¡ése fue nuestro precio! DE LA MUERTE ENSEÑA TODAS LAS COSAS ¡fue nuestro precio! AVISAN DE LA MUERTE nos puso EN SEÑA CÓMO ¡ése fue nuestro precio! LAS COSAS AVISAN ¡ése fue! LA MUERTE fue EN SEÑA CÓMO fue nuestro precio LA MUERTE Se nos puso EN nuestro precio EN SEÑA puso TODAS LAS COSAS fue nuestro precio AVISAN DE LA MUERTE ¡ése fue nuestro precio!
III
Entre infinitas maldades que éste hizo y consistió hacer el tiempo que gobernó, fue que, dándole un cacique o señor, de su voluntad o por miedo (como más es verdad), nueve mil castellanos, no contentos con eso prendieron al dicho señor y átanlo a un palo sentado en el suelo y estendidos los pies, pónenle fuego a ellos porque diese más oro, y él envió a su casa y trajeron otros tres mil castellanos. Tómanle a dar tormentos, y él, no dando más oro porque no lo tenía, o porque no lo quería dar, tuviéronle de aquella manera hasta que los tuétanos le salieron por las plantas y así murió. Y déstos fueron infinitas veces las que a señores mataron y atormentaron por sacalles oro.
IV
Gusanos pululan por calles y plazas,
y en las paredes están salpicados los sesos.
Rojas están las aguas, están como teñidas,
y cuando las bebimos, es como si hubiéramos bebido agua de salitre.
V
Habrá sol, amancerá. ¿Cómo vivirá, cómo habitará el pueblo bajo?
¡Se fue! Se llevaron lo negro lo colorido.
Pero, ¿cómo habitará el pueblo, cómo permanecerá la tierra, el monte,
cómo se habitará? ¿Qué será sostén, qué será soporte de las cosas?
¿Qué cosa llevará, qué encaminará las cosas?
¿Qué modelo, qué dechado habrá? ¿Qué ejemplo para lo ojos habrá?
¿De qué se dará principio? ¿Qué tea, que luz se hará?
VI
Llegó un español enfermo de sarampión, y de él pasó a los indios, y si no hubiera sido por el muchísimo cuidado que se tomó para que no se bañaran, y por otros remedios, habría habido una gran plaga y una peste como la precedente, y pese a ello murieron muchos. Lo llamaron el año de la pequeña lepra.
VII
Y al cuarto del alba, estando los inocentes durmiendo con sus mujeres e hijos, daban en el pueblo, poniendo fuego a las casas que comúnmente eran de paja, y quemaban vivos los hijos y mujeres y muchos de los demás, antes que acordasen. Mataban los que querían, y lo que tomaban a vida mataban a tormentos, porque dijesen de otros pueblos de oro, o de más oro de lo que allí hallaban, y los que restaban herrábanlos por esclavos. Iban después, acabado o apagado el fuego, a buscar el oro que había en las casas.
VIII
El penúltimo signo que es el diez y nueve era el que llamaban quiáhuitl, que quiere decir pluvia o aguacero. A todos los que en él nacían, así hombres como mujeres, les daban y prometían una muy mala ventura, y era que habían de ser ciegos, cojos, mancos, bubosos, leprosos, gafos, sarnosos, legañosos, lunáticos, locos con todos los males y enfermedades adherentes a éstas.
IX
Con suerte lamentosa nos vimos angustiados.
En los caminos yacen dardos rotos,
los cabellos están esparcidos.
Destechadas están las cosas,
enrojecidos tienen sus muros.
Golpeábamos, en tanto, los muros de adobe
y era nuestra herencia una red de agujeros.
En los escudos fue su resguardo:
¡pero ni con escudos puede ser sostenida su soledad!
Hemos comido palos de eritrina,
hemos masticado grama salitrosa,
piedras de adobe, lagartijas, ratones, tierra en polvo, gusanos…
X
Otra vez, yendo a saltear ciertas capitanía de españoles, llegaron a un monte donde estaba recogida y escondida, por huir de tan pestilenciales y horribles obras de los cristianos, mucha gente, y dando de súbito sobre ella, tomaron setenta u ochenta doncellas y mujeres, muertos muchos que pudieron matar. Otro día juntáronse muchos indios e iban tras los cristianos peleando por el ansia de mujeres e hijas. Y viéndose los cristianos apretados, no quisieron soltar la cabalgada, sino meten las espadas por las barrigas de las muchachas y mujeres, y no dejaron, de todas ochenta, una viva. Los indios, que se les rasgaban las entrañas de dolor, daban gritos y decían: ¡Oh, malos hombres, crueles cristianos, a las iras matáis!, ira llaman en aquella tierra a las mujeres, cuasi diciendo: matar mujeres, señal es de abominables y crueles hombres bestiales.
XI
¿A quién, ya, de nosotros el exceso
de guerras, de peligros y destierro
no toca, y no ha cansado el gran proceso?
XII
Los cacabeles rumoran, el polvo cual humo sube:
es deleitado el dios por el que vive todo.
Las flores del escudo abriendo están su corola,
se extiende la gloria, se enlaza en la tierra:
¡Oh, hay muerte aquí entre flores en medio de la llanura!
Nada como la muerte en guerra,
nada como la muerte florida
ha llegado a hacer preciosa el que da la vida:
¡Lejos la veo: la quiere mi corazón!
La flor de la guerra abre su corola.
Post-scriptum sobre la desecación de un lago
¡Viajero: has llegado a la región más transparente del aire!
Colectivo Los ingrávidos
12 de Octubre de 2020