Por Mónica Delgado
El Museo de Arte Contemporáneo (MAC Lima) viene presentando la exposición colectiva Negar el desierto, que reúne setenta obras de 52 artistas peruanos en torno a la figura del desierto como paisaje y símbolo. Bajo la investigación de Horacio Ramos, Gisselle Girón, Mijail Mitrovic, Iosu Aramburu y Giuliana Vidarte, esta exposición atraviesa diversas expresiones y disciplinas (videoarte, grabado, escultura, instalación, pinturas, etc.) y también incluye tres obras documentales que abordan desde diversas perspectivas este territorio que caracteriza a la costa peruana. Rose de Lima (1975) de los artistas Joëlle de La Casinière y Michel Bonnemaison, María del desierto (1982) de Gianfranco Annichini y Color de mujer (1992) de Nora de Izcue son los films seleccionados y que nos permiten ver en panorama y en relación a las demás obras la construcción de la idea del desierto que sostienen a lo largo de diversos periodos y sensibilidades. Esta vez nos detenemos en Rose de Lima, obra que nos acerca a una faceta de Joëlle de La Casinière que desconocíamos y que muestra la colaboración con otro nombre importante y redescubierto por nuevas generaciones en el cine peruano, Carlos Ferrand.
Joëlle de La Casinière es una artista visual franco belga, nacida en Casablanca en 1944, que vivió en Francia y que radica actualmente en Bélgica. Su obra reune fotografías, libros objeto, pinturas, y más de dos docenas de obras audiovisuales, hechas en fílmico y en video. Algunas de estos cortos y mediometrajes fueron hechos en una estancia de siete años en Colombia y Perú en los años setenta, junto videasta y documentalista Michel Bonnemaison y el cineasta peruano Carlos Ferrand. Aparte de Rose de Lima, De La Casinière dirigió varios documentales en la capital peruana y en Cusco: Cargadores (1972) realizado junto a Michel Bonnemaison, sobre una serie de personajes en trabajo de carga, y Suite, sobre mecánicos callejeros, y que también es de 1975. En la actualidad, su obra está siendo reconocida y entidades como el Musée National d’Art Moderne de París y el Museo Reina Sofía de Madrid han adquirido algunas de sus piezas.
Rose de Lima registra el nacimiento de Villa el Salvador. Por un lado, recupera toda una mística política de izquierda, de la mano de testimonios de dirigentes sindicales, en la fundación de este nuevo distrito limeño, construido sobre terrenos desérticos en -en ese entonces- la periferia de la capital. Y por otro, revela un nuevo imaginario de organización social, donde hombres y mujeres (algunas veces fuera del campo más político) asumen diversos roles desde la división de género, pero también desde la usual división del trabajo.
Este film de 40 minutos abre con el bolero Hola, Soledad, mientras desde un travelling vemos un muro cuasi arruinado donde conviven tranquilamente grafitis del Ché Guevara y la virgen María. También asoma un habitante de este asentamiento con una radio, desde la cual va coordinando acciones con sus homólogos de otro territorio también pujante: Villa María del Triunfo, sobre la construcción de un colector de agua para la zona. La capacidad de organización y de lucha es la premisa que va a atravesar toda la lógica de la película, que busca dar voz a los protagonistas de Villa El Salvador, dirigentes que sueñan con un cambio social muy empapado con modas ideológicas de la época.
De La Casinière y Bonnemaison usan dos tipos de soporte en este documental: un registro a color en 16 mm y otro, más poroso y constratado, filmado en blanco y negro. El primero, para las escenas de Villa El Salvador en su cotidianeidad, con sus personajes recorriendo calles, entrando a la intimidad de sus hogares, subiendo a los micros que recorren arenales, o jugando con las mascotas del barrio. En el segundo recurso, aparecen las entrevistas a dirigentes masculinos y escenas de debates sobre la participación y curso del proyecto urbano en una escuela de la comunidad.
Es interesante ver cómo Rose de Lima dialoga con otros trabajos de Carlos Ferrand (quien hace la cámara aquí) y el grupo Liberación sin rodeos de aquellos años. Aunque más que una denuncia social o estado de la cuestión, como pasaba en Cargadores (Sin Título) o Cimarrones, aquí se expone en positivo una idea de unidad local en torno a un ideal: la conformación de un espacio para la vida comunitaria, donde la evocación de la minka andina es evidente. En este sentido, es un film homenaje al empuje de una comunidad. Y también una oda a la transformación, donde se logra cambiar al desierto y formarlo (o domesticarlo) como urbe. También porque en las entrevistas a uno de los dirigentes, este apela a una utopía política y militante para la consolidación de este entorno también desde lo cultural: un lugar libre de la toxicidad capitalista, donde la penetración imperialista no tuviera cabida. El personaje, dirigente comunal, aspira a una sociedad donde los niños y jóvenes no sean expuestos a la antimoralidad de Hollywood, y más bien considera que ese tipo de cine no debe ser consumido en Villa El Salvador: “No permitimos este tipo de cine alienante, donde se incita al sexo y violencia. La comunidad se movilizó para que no se instalará este teatro, para evitar esta penetración cultural alienante, y más bien tendremos uno donde pasemos películas educativas… Sin embargo, nuestra gente al no ver películas violentas o de sexo, puede ir a buscarlas fuera de la comunidad. La defensa que podemos hacer contra todo este aparato cultural es ínfima”.
El trabajo sonoro también tiene particularidades en Rose de Lima: registros de radionovelas, transmisión de partidos de fútbol y algunos noticiarios que los vecinos del lugar escuchan (o en todo caso es la banda sonora que De La Casinière elige para “vestir” estas escenas cotidianas, donde los personajes no evitan mirar directamente a la cámara). Esta capa sonora permite contrarrestar la arcadia que la militancia desea instaurar en el lugar; si bien se puede controlar al cine, no otros medios de comunicación, como la estación radial, que emite estereotipos igual de alienantes (reflejado en las radionovelas y sus tramas románticas).
Que el MAC Lima comparta este trabajo en el marco de esta muestra es de todas formas un acontecimiento. Se trata de un documento poco visto en el país, y permite agregar un punto de análisis adicional a la historia del cine político peruano realizado en los setenta.
Rose de Lima
Dirección: Joëlle de La Casinière, Michel Bonnemaison
Cinematografía: Carlos Ferrand
Edición y sonido: Joëlle de La Casinière
Belgica, 1975
Color & B/N – 40