Por Aldo Padilla
El limbo en el que se suelen manejar los mediometrajes debido a su duración suelen complejizar su visualización en festivales, en su mayoría documentales entre 40 y 60 minutos, y suelen estar alejados de los circuitos de cortos o largometrajes, con un ingreso casi imposible en los cines comerciales inclusive de cine arte. Por lo cual, instancias como la competencia de mediometrajes del Festival de Rotterdam es una gran oportunidad para su visualización y premiación. Además puede notarse una gran libertad creativa en estas obras y un claro ejemplo que la duración no es una limitante frente a las ideas que plantean. Esa libertad puede notarse en la selección de la competencia este año.
Good evening to the people living in the camp se hace cargo de esa libertad mediante la fluidez de sus imágenes. El notorio trabajo de muchas horas de registro en los campos de refugiados en Grecia, permite que los migrantes denoten una gran confianza con el director (el holandés Joost Conijn) y su cámara, que parece prácticamente invisible, ya que logra captar momentos muy íntimos sin ningún tipo de filtro. Los campos griegos muestran una serie de emociones encontradas, desde la filmación de niños jugando entre ellos o con sus padres, improvisadas cocinas con platos con aspecto bastante apetecible o la continua lucha contra el clima que es la banda sonora del film.
A pesar de responder al cliché de europeo en zona de guerra, la realidad se contrapone con el fuerte compromiso que muestra el director en diferentes momentos, ya que está tan cerca de los migrantes, como en aquella escena en que debe escapar cámara en mano frente a la amenaza de la policía migratoria y durante el final del film donde acompaña a un refugiado que mediante Google maps busca un paso adecuado desde Grecia hacia Macedonia, en medio de la oscuridad absoluta de una noche sin luna.
Conijn logra obtener muchos momentos de humor cotidiano mediante un montaje que está muy acorde a la economía del film, no solo con los niños sino también con los adultos que en pequeñas actos buscan una distracción frente al incierto panorama. Si bien en filmes como Spectres are haunting Europe se ve un tratamiento humano y sensible de este tema, el film holandés lleva al extremo la cotidianeidad logrando un film que recorre los campos con una honestidad y con una empatía que logra acercar al espectador occidental con la compleja situación.
Cartucho de Andrés Chávez tiene cierta relación con el anterior párrafo, ya que debe explorar un escenario de extrema pobreza y hacinamiento pero en este caso en Colombia, mediante imágenes de archivo se puede describir la ebullición del lugar con un descontrol absoluto de las autoridades y donde las drogas, violencia y prostitución son la moneda de cambio.
El planteamiento central de Cartucho radica en una constante derrota frente cualquier tipo de reacondicionamiento de los habitantes del barrio, ya que luego de su intervención y destrucción en los 80 y la implantación de un parque de concreto, esta volvió a ser zona de constante peligro, una parte de esta zona derivo en lo que posteriormente sería el tan famoso Bronx que hace poco intento ser controlado. Más allá del contexto histórico Chávez recurre a fuertes historias e imágenes para describir un barrio completamente alejado del orden establecido, pero que a pesar de una situación de complejo marginamiento, tenía fugaces instantes de distensión. Los archivos a la vez muestran la fuerte represión policial de esa pequeña isla de violencia en pleno corazón bogotano, más allá del recurrente tópico de film de marginalización de barrios latinos (donde Brasil suele ser especialista) hay un montaje que evita lo tendencioso y los extremos de la victimización o criminalización de los habitantes y ante todo se choca frente a un callejón sin salida, ya que la gente de ese barrio seguirá errando ya sea junta o separada, mientras no se logre una verdadera solución de una pobreza sostenida.
Sin duda el film más singular de la competencia de Bright Future es Playing men, del esloveno Matjaž Ivanišin, que bajo la premisa de registrar diferentes deportes y juegos locales en el este y sur de Europa, lo cual podría resumirse con la idea de “Un piedra papel y tijeras con mucha testosterona”, hay una belleza cercana al homoerotismo en algunos momentos caracterizados por el aceite que resplandece en el cuerpo de luchadores eslovenos. La armonía basada en la soledad de un lanzador de piedras que con pequeñas variaciones realiza una y otra vez el mismo ritual.
Un juego de manos siciliano casi inentendible para el novato es un perfecto extracto de lo que representa el film, un juego que se vive con una intensidad única y donde puede verse que es necesario algún tipo de destreza que hace que las mismas personas ganen el juego una y otra vez. Si bien la mayor parte de la película va recorriendo estos distintos juegos y los matices de cada uno de ellos, llegando al final del film todo parece una excusa para que el metraje se concentre en un recordatorio de tono épico de la victoria de Goran Ivaniševi? en Wimbledon, que fue recibido en su país por decenas de barcos y miles de personas a la espera de uno de los mayores logros deportivos del país.