Por Mónica Delgado
El Festival Internacional de Cine de Rotterdam se une a la nueva normalidad exigida por el contexto de la pandemia y viene desarrollando su edición °50 vía online. Este festival, con sede en Holanda, se ha venido caracterizado a lo largo de los últimos años como un espacio para la exhibición y discusión de un cine de más riesgo, de perfil independiente y de cineastas jóvenes, quienes participan con primeras obras sobre todo.
La programación 2021 mantiene la línea de años recientes y la dirección de Vanja Kaludjercic ha reforzado el foco en obras experimentales o de afrenta estéticas menos usuales. Sin embargo, siguiendo la lógica de programación y curaduría llama la atención la inclusión de Riders of Justice, del danés Anders Thomas Jensen, como film de apertura, ya que rompe la fisonomía del festival (que no es negativo) y hace que se le perciba más abierto y fresco. Pero, veamos el porqué.
Riders of Justice, del danés Anders Thomas Jensen, parece ser la Parasite de 2021. Es decir, se trata de un film que emplea de manera muy ingeniosa códigos del cine de género, y por el modo en que está construida en su narración y puesta en escena apela a captar la atención de un público más amplio, y con ello a espacios de distribución más populares como Netflix y otras plataformas similares en boga. Y si bien tiene un reparto de mayoría danesa poco conocida, aparece como protagonista el celebrado Mads Mikkelsen, que aquí luce en un rol distinto.
Riders of Justice es un film que transita con facilidad entre la comedia negra, el thriller y el drama familiar, sin embargo, la premisa “filosófica” que sostiene la trama, basada en la inexistencia de causalidades o la confrontación de la ausencia de libre albedrío o voluntad sobre los hechos, van complejizando las capas, y logra enriquecer los sentidos de la historia, librándola de lugares comunes. Es más, este quinto film del joven cineasta Anders Thomas Jensen (director de comedias como Las manzanas de Adam) se sostiene en un delicado trabajo de guion, con vueltas de tuerca constantes, con diálogos que permiten explorar lados ocultos de los personajes y gags o humor físico nada condescendientes, que apuntan a un resultado de bastante interés. Si bien el inicio y cierre tienen la atmósfera de cuento de hadas (navideño) o de relato con moraleja, o del uso de la música para recalcar que en ese momento estamos dentro de los linderos de la comedia o de la película de acción, Riders of Justice es una obra que muestra a un cineasta que puede desenlvolverse con firmeza en diversos géneros, apelar a un humor de sugerencias, de enredos y sacar ventaja de los arquetipos que representan sus personajes: una familia que intenta recomponerse ante una perdida y donde emerge un urgente sentido de venganza ante la injusticia.
Otro valor de Riders of Justice es que permite disfrutar otra tonalidad en la capacidad actoral de Mads Mikkelsen, en un rol muy opuesto al docente que encarnó en la reciente Another Round, de Thomas Vinterberg. Aquí, Mikkelsen luce en constante contención o como máquina violenta a pueba de balas, con todo lo que significa transitar entre esos polos dramáticos: como héroe poco expresivo de los films de acción o como padre reprimido y escasamente afectivo de los dramas familiares.
¿Qué hace un film como este en Rotterdam? Por un lado, podría deberse al contexto, es decir la necesidad de encontrar un nexo más amigable con el público desde el streaming en tiempos de pandemia. No es lo mismo acudir a un festival a familiarizarse con obras pequeñas de autores jóvenes o a films de intención exploratoria o de experimentación de narrativas poco convencionales, que tener la opción de dar a conocer, quizás por primera vez, vía online, y con más accesibilidad, films de este tipo. Por otro lado, la apertura a estilos cinematográficos que usualmente suelen ser marca de festivales como Cannes o Berlinale, pero para llegar a otros mercados. Quizás asoma la necesidad en el festival de Rotterdam de lograr ampliar su presencia más allá de su público (y mercados) objetivos usuales. O, simplemente, hacer de la película de inauguración un indicio de lo celebratorio, de la valoración del cine creativo y potente en tiempos muy difíciles.