Por Mónica Delgado
En el plano inicial de Laguna Negra, uno de los penúltimos cortometrajes del cineasta peruano Felipe Esparza, el ritual de un maestro curandero se ampara en la oscuridad de una habitación, donde la figura del hombre apenas se ilumina, generando la idea de un ente que asoma impetuoso con su canto y rezo en medio de la noche. En cambio, en el primer largometraje de Esparza, Cielo abierto, una completa pantalla negra cede ante la predominancia de un estertor, de un sonido amorfo, de caballos en trote o quizás de algo que cae pesadamente en una inmensidad. Esta precisión en la forma que elige Esparza para comenzar su film no es anecdótica, puesto que su reciente largo permite al sonido tener un lugar protagónico.
Cielo abierto se ubica en el ámbito fronterizo de la ficción y el documental, aunque siguiendo los procesos creativos del cineasta, tanto en la serie de Espacio Sagrado (2016), Laguna Negra (2020) o The old child (2021), nos propone difuminar el limbo con elementos “actorales”, desde las formas de determinado cine del plano de duración larga. Y como pocos cineastas peruanos de la actualidad, hay una concreción conceptual que, a diferencia de sus trabajos previos, se percibe más orgánica, como una trayectoria que atraviesa la experiencia del personaje protagonista, un trabajador picapedrero de una cantera de sillar en Arequipa. De la oscuridad del primer plano que vemos hacia la luminosidad. Del ruido al silencio. Un recorrido físico, sensible, desde lo oscuro a lo brillante, desde la incertidumbre a la certeza, desde el escepticismo a la fe.
En este largometraje estrenado mundialmente en el Festival Internacional de Cine de Rotterdam, en la sección Bright Future, el cineasta registra algunos momentos de la rutina de trabajo de Johnny (encarnado por Dionicio Huaraccallo Idme), un adulto de unos cincuenta años, quien realiza faenas de martilleo de roca volcánica blanca, emblemática de algunas construcciones coloniales de la ciudad arequipeña. Pero, a Esparza no le interesa hacer un documento observacional de la labor de este personaje, sino que construye un relato de oposiciones, para establecer algunas correspondencias con su contraparte, el hijo joven fotógrafo (interpretado por el poeta Moisés Jiménez Carbajal), con el cual no vive, y con el cual mantiene una relación de tensión debido al fallecimiento de la madre a causa de un accidente en la cantera. Sabemos algunos detalles de esta ausencia debido a algunos comentarios del hijo, sin embargo, estos pocos diálogos o monólogos que asoman en el film permiten establecer estas relaciones, de la desaparición y presencia de la madre, de la depresión del padre o de las motivaciones del mismo hijo, que trabaja, a diferencia del padre, con drones y programas digitales de fotogrametría. Y a partir de estas contraposiciones entre pasado y presente, entre piedra y tecnología, entre trabajo manual al trabajo desde la digitalidad, entre lo abierto y cerrado, entre lo pagano y sagrado, y también desde dos tipos de ser ante lo mítico o los imaginarios, es que el cineasta va estableciendo los códigos y simbolismos de Cielo abierto. (Y estos códigos de tensión entre tradición y modernidad, entre lo viejo y lo nuevo, o entre el pasado y el presente desde el rito y lo sagrado también aparecen en sus cortometrajes).
Este peso conceptual que Esparza otorga a Cielo abierto se basa en elementos de oposición visual, aunque también se sostienen en esta trayectoria sonora, el elemento más acucioso del film, y que le da un espesor sensorial: uñas que rasgan piedras, uñas que rasgan cuero de reclinatorio en una iglesia, el ruido de las piedras que son talladas o partidas por picos o martillos, los pasos de caminantes en el desierto, o pasos resbaladizos en una sala vacía. Y partir de la densidad del paso del tiempo, del pesado tránsito de los minutos, es que conocemos aquello que Johnny mantiene oculto: cuando acaricia a un gato o a un perro, cuando prepara una comida o cuando va a la iglesia, como un espacio contrario a la idea del territorio del perdón o la reconciliación, y que más bien luce como dilema. Y a partir de estas decisiones de Esparza, de eludir lo evidente, lo explícito, hace que Cielo abierto sea una experiencia sobre la recomposición ante la pérdida, antes que una descripción o un simple relato de luto.
Desde el lado de su producción, Cielo abierto se ha hecho con recursos mínimos, contando con el apoyo de los estímulos del Ministerio de Cultura y del centro francés Le Fresnoy. Y antes que ser un logro, este modo de producción permite augurar las posibilidades o el potencial del trabajo creativo de este joven cineasta peruano, puesto que ha podido realizar una obra de lograda conceptualización, un tipo de tratamiento cinematográfico y artístico escaso en el cine peruano.
ENG
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In the opening shot of Laguna Negra, one of the penultimate short films by Peruvian filmmaker Felipe Esparza, the ritual of a master healer is sheltered in the darkness of a room, where the figure of the man is barely illuminated, generating the idea of an entity that emerges impetuous with his chanting and praying in the middle of the night. On the other hand, in Esparza’s first feature film, Cielo abierto, a complete black screen gives way to the predominance of a death rattle, of an amorphous sound, of trotting horses or perhaps of something falling heavily into an immensity. This precision in the way Esparza chooses to begin his film is not anecdotal, since his recent feature film allows sound to take center stage.
Cielo abierto is located in the border area of fiction and documentary, although following the creative processes of the filmmaker, both in the series of Espacio Sagrado (2016), Laguna Negra (2020) or The old child (2021), he proposes to blur the limbo with “actorly” elements, from the forms of a certain cinema of the long duration shot. And like few Peruvian filmmakers today, there is a conceptual concreteness that, unlike his previous works, is perceived as more organic, as a trajectory that runs through the experience of the main character, a stonecutter working in an ashlar quarry in Arequipa. From the darkness of the foreground we see towards luminosity. From noise to silence. A physical, sensitive journey from the dark to the bright, from uncertainty to certainty, from skepticism to faith.
In this feature film, which had its world premiere at the International Film Festival Rotterdam -Bright Future section- the filmmaker records some moments of the work routine of Johnny (played by Dionicio Huaraccallo Idme), an adult in his fifties, who hammers white volcanic rock, emblematic of some colonial constructions in the city of Arequipa. However, Esparza is not interested in making an observational document of the work of this character, but builds a story of oppositions, to establish some correspondences with his counterpart, the young photographer son (played by the poet Moisés Jiménez Carbajal), with whom he does not live, and with whom he maintains a tense relationship due to the death of the mother because of an accident in the quarry. We know some details of this absence due to some of the son’s comments, however, these few dialogues or monologues that appear in the film allow us to establish these relationships, the disappearance and presence of the mother, the father’s depression or the motivations of the son himself, who works, unlike the father, with drones and digital photogrammetry programs. And it is from these oppositions between past and present, between stone and technology, between manual work and digital work, between open and closed, between pagan and sacred, and also between two types of being before the mythical or the imaginary, that the filmmaker establishes the codes and symbolisms of Cielo abierto. (And these codes of tension between tradition and modernity, between the old and the new, or between the past and the present from the ritual and the sacred also appear in his short films).
This conceptual weight that Esparza gives to Cielo abierto is based on elements of visual opposition, although they are also sustained in this sound trajectory, the most acute element of the film, and which gives it a sensorial thickness: nails tearing stones, nails tearing the leather of a kneeler in a church, the noise of stones being carved or split by picks or hammers, the footsteps of walkers in the desert, or slippery steps in an empty room. And from the density of the passage of time, from the heavy transit of the minutes, is that we know what Johnny keeps hidden: when he caresses a cat or a dog, when he prepares a meal or when he goes to church, as a space contrary to the idea of the territory of forgiveness or reconciliation, and that rather looks like a dilemma. And from these decisions of Esparza, of eluding the obvious, the explicit, he makes Cielo abierto an experience of recomposition in the face of loss, rather than a description or a simple tale of mourning.
From the production side, Cielo abierto has been made with minimal resources, with the support of incentives from the Ministry of Culture and the French center Le Fresnoy. And rather than being an achievement, this mode of production allows us to foresee the possibilities or potential of the creative work of this young Peruvian filmmaker, since he has been able to produce a work of successful conceptualization, a type of cinematographic and artistic treatment that is scarce in Peruvian cinema.
Sección Bright Future
Cielo abierto
Director: Felipe Esparza Pérez
Guion/Script: Felipe Esparza Pérez
Fotografía/Cinematography: Fernando Criollo
Editores/Editors: Felipe Esparza Pérez, Kendra McLaughlin
Producción/Production: Victoria Arias, Lorena Tulini, Felipe Esparza Pérez
Diseño sonoro/Sound Design: Yannick Delmaire, Juan Carlos Rosales, Edward De Ybarra
Música/Music: Nantu Studio
Productoras/Production companies: Pai Films, Milk Studio
Reparto/Cast: Dionicio Huaraccallo Idme, Moisés Jiménez Carbajal, Julio Carcausto Larito, Mayra Ferrer
Perú/Peru, Francia/France, 2023, 65 min