Por Mónica Delgado
La primera sesión del canadiense Philip Hoffman en el (S8) Mostra de Cinema Periférico, en La Coruña, fue clara para ayudarnos a definir su denominada Vulture Aesthetics, como un tipo de cosmovisión que gobierna su modo de hacer y entender el cine. La figura del Vulture (buitre en español) no solo es asumida como metáfora sencilla del cineasta como un ente a la caza de diverso material de archivo o “detritus” sino como aquel que tiene la capacidad de revivir y transformar el tiempo detenido a través del celuloide, reatraparlo y recrearlo. O como alguien con una visión aguda, que no teme estar atento a adoptar la irrupción de lo inesperado y del mismo medio ambiente, incluso por un breve periodo, ser parte de él.
Como contó en la primera sesión, Philip Hoffman dirige su propio taller de cine experimental al sur de Ontario, llamado Independent Imaging Retreat (o en resumen su Film Farm), donde aterriza y comparte los preceptos que han marcado parte de su cinematografía, pasando del registro desde un punto de vista íntimo y personal a uno de más complejidades, donde la dimensión política sobre la tierra, como fuente de identidad y de trabajo, adquiere predominancia.
Es significativo que este primer programa de Hoffman, que abre sus sesiones en el (S8), arranque con un film del 2014, Slaughterhouse, que vendría a ser como una summa temática de los interes del cineasta en torno a las consecuencias de la apropiación en el agro o la ganadería, del valor perdido de sus materias primas, y sobre lo que transforma el trabajo, y que compone a punta de collage, que hasta puede llegar a tener seis canales de visualización y dos o tres canales sonoros.
En la concepción original de Slaughterhouse, para una instalación, el espectador podía ver la proyección desde varios agujeros en las paredes exteriores de un matadero, lo que permite la auscultación a discreción de imágenes semiocultas, o encerradas, que requieren de un testigo-voyeur. Este recurso es recuperado por Hoffman en la versión para las salas de cine, a través del zoom que nos hace atravesar un agujero, y entrar en esta suerte de Pinhole que recupera en sus adentros multipantallas, que muestran discursos diversos, entre ellos, el ascenso y caída de una empresa de procesamiento de carne que tenía la familia Hoffman.
Los materiales de archivo que usa Hoffman han sido recopilados de varias fuentes, como del Archivo Nacional de Canadá, para graficar el activismo por los derechos de la tierra de Nahnebahwequay, aborigen del siglo XIX, así como de algunos modos de producción del agricultor orgánico Michael Schmidt, como dos resistencias ante una homogenización de la industria agraria y ganadera, y sus leyes tanto para la tierra como para la sanidad de los productos que de ella emergen. Este collage en multipantalla de diverso material de archivo visual y sonoro hace de la asociación, del ejercicio de montaje, que establece correspondencias entre los discursos o microrrelatos de cada pantalla que vemos de manera simultánea, una vía para entender la interacción de diversos sucesos incluso contradictorios sobre la propiedad y de cómo este tema ha condicionado la pertenencia y la estabilidad económica y social. Un matadero cuya obscenidad se mantiene en un tremendo y difuminado fuera de campo.
En cambio en Vulture (work in progress), su más reciente trabajo de 2018, Hoffman retoma algunos motivos de Slaughterhouse, y que aquí amplía pero a partir de otro tipo de “puesta en escena”. La granja es el espacio para el registro cauto de diversos animales, de vacas, caballos, gallinas o cerdos, en una sugerente armonía y simbiosis, sin embargo, este aparente ecosistema armónico existe debido a la casi ausencia del hombre, que no “entorpece” esta pasivisidad o tranquilidad. En este contexto, el cineasta, como el buitre del título, está a punta de zooms lentos y planos panorámicos, captando o esperando los estallidos que revelan esta interacción de los animales en pseudo libertad: un cerdo mamando de una vaca, gallos y gallinas buscando semillas en el bosque, o caballos en ralentizado trote. Pero Hoffman no se queda en el relato o descripción naturalista, sino que va confrontando esta mirada con las “actuaciones” de los animales, con la escasa presencia de granjeros, y luego con el trabajo de la tierra en sembríos ya libres de animales que vigilar.
Si bien se trata de un trabajo no concluido, la nobleza de un trabajo como Vulture radica tanto en esta elección del punto de vista, donde está clara la función del cineasta como veedor de esta fauna incomunicada con los hombres o con la misma flora, pero también en el proceso que queda patentado en varias partes del film, cuando se pasa de un uso del celuloide “limpio” a la textura contaminada del revelado con flores, que dan al frame un toque más enraizado con la idea de absorción del ambiente que el cineasta dota a su film.
En los últimos minutos de Vulture, Hoffman agrega un apéndice, que tiene otro ritmo en su montaje, a cargo del cineasta Isiah Medina, que sigue el ritmo de un soundtrack a cargo de Kennedy, y que subvierte la apuesta inicial, para finalmente volver con un plano significativo, y un epílogo perfecto, de niños de una granja separados de las cabras por una reja.
Esta edición del (S8) incluye dos programas más con los trabajos de Philip Hoffman, que permiten visualizar un panorama de cuarenta años de experimentación y labor con materiales de archivo de diverso formato y calibre. Contemporáneo de Mike Hoolboom o Richard Kerr, Hoffman ha logrado caracterizar su trabajo como un cine que mezcla residuos de documentos históricos con aspectos familiares y personales, para lanzar proyectiles directos a la conciencia de la memoria y el oficialismo histórico.