Por José Sarmiento-Hinojosa
Quizá en esas itinerancias del espacio que retrata Tomonari Nishikawa, se encuentre la quintaesencia de la metrópoli. Aquellas decantaciones estructuralistas donde la postal citadina se divide en sus componentes, son hermosas deformaciones de la visión en su ruta a una contemplación pura, para conocer la verdad de un espacio, ciudad, episodio. Espacio y tiempo fundidos en concatenaciones absolutas, que paradójicamente son pequeños fragmentos detonantes, imágenes que el ojo construye bajo la simulación del mismo ejercicio visual de ver el todo por sus partes.
Market Street (2005) ya muestra este interés de la deconstrucción del espacio para el re-ensamblaje mental. Los detalles agudos de ciertos contrapicados en blanco y negro, detienen la composición natural de la vista para envolvernos en una abstracción circular donde el espacio conforma una animación cinética. Es casi la base de una intención estructuralista, resumir la ciudad en sus elementos visuales mediante una insistencia retinal que abstrae la imagen y reconstituye un todo. Letreros, tapas de alcantarillas, edificios; todo es parte de un continuum donde la poética visual de Nishikawa lo absorbe todo, como un agujero negro. Por momentos, aparece un árbol que insiste con su presencia a través del corte de la tira, y pareciera por unos segundos que estamos contemplando un reloj solar, marcando en sus pulsos el ritmo de una ciudad. En un momento, el vórtice se detiene y da paso al tránsito de la gente por solo un instante, antes de fundirse en el negro de la noche.
Muybridge es el referente visual de Nishikawa en 16-18-4 (2008), un ejercicio de la imagen en movimiento donde el zoopraxiscopio es reemplazado por un disparador casi simultáneo de 16 imágenes, recreando la ilusión del movimiento. El ímpetu de la inmediatez de la imagen de un evento de caballos es representado aquí en una pantalla dividida en cuatro, un ojo partido que intenta condensar un flujo de información que desborda la capacidad visual. ¿Cómo sublimar la experiencia de un evento en fracciones cada vez más sucintas y fraccionadas, en el depósito de un soporte cuyos cuadros por segundos apenas alcanza para recrear la ficción del movimiento?. Desde el zoopraxiscopio, el phenakitoscopio y otros juguetes visuales hasta la cámara de Nishikawa, la eterna búsqueda de recrear lo contínuo.
La fragmentación de Shibuya-Tokyo (2010) en su recorrido por las estaciones de metro de la ciudad, es quizá el manifiesto mejor logrado de las intenciones de Nishikawa. Una visión que es muchas, un collage fílmico en movimiento que representa el flujo intrínsecamente cinético, esa carga de energía que posee el espacio con respecto a su movimiento. Más allá del “truco” utilizado por el cineasta de dividir la pantalla en distintos sectores que se funden casi naturalmente, la manipulación de la observación mediante la exposición múltiple desnuda la obsesión de Nishikawa con observar sus entornos de maneras en que la visión se replica, se deconstruye y se reensambla en una nueva criatura que da ciertas luces sobre la composición de la imagen y su movimiento, un algoritmo creativo que no solamente encuentra su triunfo estético y pictórico, sino que también reconstruye las nociones del tiempo cinematográfico.
Amusement Ride (2019), su último trabajo, recuerda notablemente al Roulement, Rouiere, Aubage (1978) de Rose Lowder, aquella obra maestra del cine experimental que devela el movimiento de una rueda de agua bajo una expectación inmensa. El mérito en este caso, de Nishikawa, no se encuentra en la expectación, sino en dónde dirige la mirada. Amusement Ride se detiene sobre la máquina, la estructura, el aparato motor, más que la vista externa del mismo. Subvirtiendo las expectativas del entretenimiento visual, nos situamos frente a la génesis del movimiento, frente a la construcción misma y al juego visual que su movimiento representa. De nuevo, desnudamos al aparato para poder ver más allá de lo corriente.
La notable conversación entre Nishikawa y Elena Duque cimienta algunas intuiciones sobre el artista, un cineasta con una obsesión simétrica y a la vez hermosa sobre la contemplación del espacio: cuadros por segundo, estabilidad de la cámara, sobreexposición, soporte cinemático, todo conjuga en la mente del autor como los óleos de un lienzo en movimiento perpetuo.
Camera Obscura: Tomonari Nishikawa
Market Street (2005)
Estados Unidos, 5′
16-18-4 (2008)
Japón, 3′
Shibuya-Tokyo (2010)
Japón, 10′
Amusement Ride (2019)
Japón, 6′