Por José Sarmiento Hinojosa
La sección Camera Obscura, de este último (S8) Mostra Internacional de Cinema Periférico, parte desde una inspiración de las series de Robert Gardner Screening Room. Esta inspiración inicial ha desembocado en una serie de programas, en donde se combina un estimulante diálogo con los cineastas que conforman el programa y la exhibición de distintos trabajos de los mismos. En este primer programa, tuvimos el privilegio de ser testigos del intercambio entre la magnífica Amy Halpern y la curadora del (S8) Elena Duque. Halpern, con un background en la danza, iluminación y hasta un interés inicial en la biología, respondió cándidamente las preguntas sobre su obra, y presentó tres piezas notables: Elixir (2012), Maya Double-Bottomed Bowl (2014) e Injury on a Theme (2012).
En el trabajo de Amy Halpern asoma sugerentemente una sensualidad de la imagen bajo el tratamiento de los cuerpos. Las manos, los torsos, los rostros son poéticas individuales que entrelazan complejos significados. Aquí radica lo neurálgico en las repeticiones de la acción en el cine de Halpern: cada movimiento es una invocación, parte de un rito que busca exorcizar o sublimar, ante la repetición o el gesto. Es una especie de chamanismo cinemático en el que el rito parte de los cuerpos pero como una extensión de su propia biología, se transfiere al montaje, al movimiento mismo del motor mecánico de la cámara. Es imposible escapar de sus imágenes, de sus invocaciones, de esa intuición aguda que también denotan sus palabras. En el cine de Amy Halpern todo es un gran glifo que simboliza la invocación, el traer a la luz, el aparecer de una fantasmagoría única y personal.
Imposible escapar, por ejemplo, de la imagen de fertilidad que nos presenta en Elixir, filme tributo a David Lebrun, su esposo y colaborador. Hay una riqueza simbólica en las imágenes de Elixir que decanta en diversos vasos comunicantes, todos unidos bajo la categoría de los fluidos, los líquidos como elementos vitales que evocan actos cotidianos, intimidad, complicidad. Un par de manos (que siempre volverán a la pantalla durante el programa) pica ajos, una niña bebe leche, lapislázuli y cúrcuma colorizan el agua, un torso desnudo en un embarazo avanzado derrama leche sobre si mismo mientras la consume desde un cuenco. Semen, leche, agua, ajos, son manifestaciones simbólicas de una intimidad simbiótica y que se encuentra en constante flujo, el agua como materia primigenia de vida que recibe estos fluidos, que habitan este nuevo espacio dotándola de nuevas características. Cabe pensar, quizá, que la convivencia simbiótica de una unión también imbuye a ambos miembros de nuevos aspectos, de rituales compartidos, de colores mutuos, de una transmigración de sentimientos y espíritu que regresan cíclicamente para transformar la vida de dos personas. “El ajo, el ajo está en todo” menciona Amy, y en la simplicidad de esa declaración está la manifestación de lo cotidiano como un elemento nuclear de una convivencia. Somos, estamos hechos, producimos y manipulamos sustancias que nos conforman, y nos rodean.
Parte de su trabajo con Lebrun (avocado a explorar los vestigios Maya en su proyecto Nightfire films) puede explicar los dos minutos de imagen digital en Maya Double-Bottomed Bowl. Es más, el aspecto mítico y ritual de esta cultura y su exploración con ojos occidentales, ese rescate que Lebrun realiza bajo su propio proyecto, se presenta como una influencia notable en los trabajos de Amy, que rescatan estos elementos de ritualidad y ancestralidad en nuevos contextos y bajo nuevas formas de la imagen. En síntesis, Maya Double-Bottomed Bown presenta el movimiento de un cuenco Maya bajo el control de dos manos (de nuevo la presencia de manos) que lo mueven en forma circular, mientras que un sonido extradiegético hace una simulación del movimiento de cuentas o algún tipo de material similar en su interior. Lo ancestral con su conexión con lo cotidiano de nuevo es recreado en los escasos dos minutos de esta toma fija, donde el movimiento y el sonido son los dos elementos que nos declaran ciertas verdades difusas dentro de su imagen. El movimiento de ¿qué? nos podemos preguntar, y también qué representa este cuenco y sus tramados en constante vibración del movimiento. El ritual se aproxima a lo íntimo, a la tradición de la comida, de la ofrenda del alimento, de nuevo a la invocación de lo fértil, de lo generoso de la naturaleza, como un llamado a fuerzas extrañas que establece un influjo bajo el sonido hipnótico de su movimiento que parece provenir de una dimensión distinta pero que es atrapado en el espacio material del cuenco. Una síntesis máxima de una declaración anímica.
Injury on a Theme es aún más difuso y complejo, pero retiene en la mente una imagen en particular: la tortura, y bajo esta imagen el concepto de opresión. Halpern recurre a este instinto de lucha o fuga, a esta respuesta del sistema autónomo nervioso, el llamado fight or flight, que se manifiesta en las palabras de Shirley Clarke, no las de la imagen, pero las que escuchamos: “hay veces que te tienes que ir, es así. Amy Halpern explicaba el propósito de este instinto, colocándolo en contexto de un momento de conflicto racial/social bajo el paraguas de una violencia institucionalizada en los Estados Unidos. En sus palabras, es una película que lamentablemente vuelve a cobrar vigencia en esta turbulencia constante de violencia racial, inequidad y conflicto. Este movimiento de cuerpos y una incomodidad sistémica de la imagen que constantemente apunta hacia arriba, es una amalgama de cuerpos y miradas bajo distintos puntos de un sistema de opresión. Halpern desarrolla una especie de panóptico cinemático desde el cual puede observar e invocar (de nuevo las manos) a los artífices y víctimas de este sistema que se arraiga en su violencia inherente. En un inserto, se inserta una recreación de una escena policial de violencia racial que en su aspecto parece radicalmente documental, pero termina siendo una construcción. Esta misma imposibilidad de reconocer una imagen en su aspecto ficcional, pero que termina siendo de una inmanencia tal a la realidad documental de nuestros días (y los de esa época) habla una y otra vez de hasta que punto hemos interiorizado la cotidianidad de estas imágenes en nuestra retina. Uno puede hacer algo, tomar acción, o se puede ir, hay veces que se tiene que ir, es así.
Por donde se mire, el poder evocativo de las imágenes de Amy Halpern es embriagador, y una apertura monumentalmente acertada para una edición prodigiosa del festival (S8).