Por David S. Blanco
La quinta jornada nos trajo la película del festival. Se que este término se va reciclando cada día que pasa, pero dudo que veamos alguna pieza cinematográfica tan desafiante, tan provocadora, y tan llena de cine, como la maravillosa ópera prima de Dea Kulumbegashvili, que está en la sección oficial de San Sebastián. Pero, antes algunos films vistos en esta jornada.
Antonio Méndez Esparza es un viejo conocido que volvía a la sección oficial del festival de San Sebastián tras La vida y nada más (2017), para presentarnos en forma de documental, las injusticias judiciales, penurias familiares, y conflictos sociales, que asolan el tribunal de familia unificado de Tallahasee, en Florida, en Courtroom 3H.
Mediante cámara fija, y con mas de 300 horas de metraje reducidas a 115 minutos, en Courtroom 3H asistimos de primera mano como espectadores, a confesiones, veredictos, y sentencias, de familias que han perdido a sus hijos de distintas formas. Amparado en la justicia, la ley, y los servicios sociales, el tribunal dictamina sentencias que, como espectador, uno no acabar de dar crédito ante la injusticia moral que en muchos casos representa. Ese es el objetivo de Esparza. Ponerte en esa sala, sin más pretensión, que conocer diferentes historias y modelos de casos diferentes. Personalmente, se me queda un poco corto como película o documental, y más bien me parece un documento interesante para los iniciados en procesos judiciales o de derechos.
Mama, Mama, Mama, de Sol Berruezo Pichon-Riviére es una ópera prima, que obtuvo una mención especial en la pasada edición de la Berlinale en la sección Generation Kplus, y que nos pone en el punto de vista de Cleo, una niña que vive junto a sus primas, su tía y su abuela, y que apenas tiene relación con su madre, que se encuentra con problemas psicológicos a raíz de un hecho traumático.
La película de esta cineasta argentina, que juega en formato digital y analógico, nos plantea un coming of age, en el que, al igual que en Las Niñas de Pilar Palomero – de la que ya hablé ayer – nos omite todo el universo adulto para inducirnos en un punto de vista completamente infantil, donde cuestiones de la infancia y la pubertad, como la primera menstruación, la conciencia con la muerte, el despertar sexual, o los miedos a la perdida, son puestos sobre la mesa de una forma sutil, casi invisible. Cine contemplativo con estilo, pero poco estimulante.
Nosotros nunca moriremos, de Eduardo Crespo, es otra propuesta argentina, aparecía de nuevo en el festival, pero esta vez en la sección oficial. La extraña muerte del hermano de Rodrigo Santana, es el punto de partida de una película que nos habla del sin sentido de la muerte prematura, y de los procesos de luto por los que pasamos desde que conocemos la noticia hasta que por fin enterramos al muerto.
La película se apoya en una narrativa inconexa y presuntamente contemplativa o melancólica, pero que carece de belleza formal, o de un estilo destacable. No encuentro composiciones visuales narrativas, ni un uso del sonido, del montaje, o de la fotografía, digno de una película de una sección oficial de un festival clase A. Quizás habría encajado mejor en alguna sección para nuevos directores, pero lo cierto es que Nosotros nunca moriremos es una cinta que resulta vacía, sin estímulos, y monótona. Una pena.
Y acabamos con la que puede ser la gran película del festival hasta el momento, el debut en la dirección de la cineasta georgiana Dea Kulumbegashvili; desde ya, una de las favoritas a la Palma de Oro. No se sabe a ciencia cierta en que sección del festival de cine de Cannes haría recaído (si en la oficial, o Un Certain Regard), pero lo cierto es que con Beginning estamos ante un ejercicio cinematográfico de un nivel superlativo.
La cinta, que nos cuenta como un grupo de testigos de Jehová son atacados por radicales fundamentalistas religiosos, es un oscuro y perverso viaje de autoanálisis hacia los deseos más internos de su brillante protagonista, la actriz Ia Sukhitashvili, desde ya, la favorita para la Concha de Plata a mejor actriz del festival.
Pero no solo la cuestión de los deseos está planteada en la cinta. La religión, el machismo, la violencia de género, la redención, e incluso, la resurrección, son algunos de los conceptos con los que engloba una perturbadora atmósfera, que parece a caballo entre los mejores momentos de Michael Haneke, las largas transiciones de Bela Tarr, o la precisión en el plano de Nuri Bilge Ceylan. Rodada en 35mm, y con larguísimos planos sin apenas corte, la cinta consigue una belleza estética magnética, sin florituras, simplemente retratando lo que podemos ver. Sentimos angustia, terror y fascinación por lo que hay sobre la pantalla, y queremos saber mucho más de lo que no podemos ver. La directora rueda en 4:3 para alejarse de las composiciones de escalas más abiertas. Aleja mucho a los personajes de cámara, y los separa en sus composiciones a su gusto. Juega con el fuera de campo con una precisión que aterroriza, deja que como espectadores nos anticipemos de forma inconsciente a sucesos venideros, y nos pide ser activos para sacar toda su esencia. Una joya que es, cinematográficamente, la película más poderosa del festival.