Por David S. Blanco
La séptima jornada del Festival de Cine de San Sebastián, que se desarrolla en estos días, nos presentó un nivel aprobado a medias, pero sin ninguna película que nos apasionase hasta el punto de considerarla una firme candidata al máximo galardón del festival, la Concha de Oro. Veamos ahora True Mothers (Japón, 2020) de Naomi Kawase. Se trata de una de las cintas que habría participado en la edición del festival de cine de Cannes de este año. Con este film, Naomi Kawase vuelve a San Sebastián tras competir en 2018 con su película Vision.
En esta ocasión, nos encontramos a una Kawase que vuelve a articular un relato en torno a los lazos familiares, mezclados místicamente con la naturaleza, para trazar una historia sobre los diferentes – y trágicos – puntos de vista de la maternidad en el mundo moderno. De este modo, vemos cómo la realidad de dos mujeres, está troquelada inconscientemente por una serie de circunstancias aleatorias, pero que les unirán en un clímax poderoso, y lleno de vida.
True Mothers muestra a una Kawase en pleno estado de forma, y se trata de una de sus mejores películas en los últimos años: precisa en su lenguaje, y dejando espacio para la poesía y los escapismos líricos tan necesarios para unos personajes destinados a sufrir. Una notable apuesta, que sigue elevando el nivel de la mejor sección oficial que se recuerda en esta década.
Yellow Cat, de Adilkhan Yerzhanov, es una que venía directamente de la sección oficial de Venecia, y el director también se trata de un viejo conocido del festival. Esta es la extraña y particular nueva película de este cineasta de Kazajistán, quien ya participó en la sección oficial de San Sebastián en 2019 con A Dark, Dark Man, una cinta perturbadora, que se fue de vacío en el palmarés del año pasado. También sexto film The Gentle Indifference of the World tuvo su estreno en 2018 en Un Certain Regard, en Cannes.
En este caso, Yellow Cat (Kazajistán, Francia, 2020) plantea un universo singular, en clave de comedia negra y casi absurda. Una suerte de road movie de un cinéfilo hecha para cinéfilos. Referencias a películas – especialmente a El Samurai de Jean Pierre Melville- o a cuadros de autores consagrados que tejen, mediante un sentido del humor propio de Aki Kaurismäki, y mezclado con Bruno Dumont, momentos de violencia, y una belleza estética, que se traslada en forma de composiciones visuales preciosas, como cuadros vivientes de dos personajes perdidos en un viaje sin rumbo ni fin. Estamos ante una pieza que atraerá a algunos, y repelerá a otros, pero que, sin duda, tiene un universo cómico singular, algo realmente complicado de encontrar, y más en el mundo de los festivales de cine, donde el drama reina por encima de todo.
Memory House (Casa de Antiguidades, Brasil, Holanda, Francia, 2020) llegó con el sello del festival de cine de Cannes, y es el debut en el largometraje del brasileño João Paulo Miranda Maria, y que habría participado en la Semana de la Crítica del festival de cine de Cannes. Pero, en el caso de San Sebastián, su película ha ido a recaer en la sección Nuevos directores, que recoge primeras y segundas películas de los creadores más jóvenes y prometedores de todo el globo, y que ha encontrado en esta Memory House, sin duda, su película más rompedora, extraña, y extravagante. Pero no voy a mentiros, no acabo aún de entrar en su universo. Asistimos a una incomprensible transformación de un personaje, Cristovam, del interior de Brasil, que trabaja en una fábrica de leche de una colonia asutriaca, y del que nunca llegamos a saber nada más allá de su nombre. La cinta parece virar a terrenos del simbolismo, tocando temas como la violencia – contra los animales, y las personas – la perversión sexual, o el valor de las posesiones en muchos casos, por encima de la propia vida.
Este cineasta debutante plasma sus intenciones a través de escenas inconexas, pasajes en los que yo personalmente no encuentro un hilo conductor, y que, en ciertos momentos, resulta incluso desagradable, por la sensación de estar viendo algo completamente aleatorio y gratuito. Un segundo visionado me podría ayudar a comprender y aclarar las ideas, pero con tan solo uno, es un proyecto que no me ha convencido, pese a que sea especial fan de cualquier tipo de atmósfera enrarecida o atávica.
Uno que nunca falla, es el fiable y extraordinario Philippe Garrel. Los temas recurrentes de su filmografía orbitan una y otra vez en todas sus películas, y casi siempre consigue darle una pátina interesante, formalmente inteligente – a la par que sutil y minimalista – y con planteamientos morales que parecen de dos décadas por delante. Relaciones de pareja, poliamor, el peso de la familia, la paternidad, las ambiciones del individuo, o la huida de las obligaciones, son solo alguno de los temas que parten en Le sel des larmes (Francia, 2020), films que tuvo su estreno en la Berlinale y que cuenta una historia sobre los distintos tipos de amores que tiene su protagonista (Logann Antuofermo). Asistimos así, a las consecuencias que quedan en las mujeres, tras sus actos egoístas y puramente hedonistas. Por un lado, tenemos a una chica que tiene idealizada su idea del amor, y, por ende, a este chico la atrae. Por otro, una muchacha cuya debilidad es la pasión, y finalmente, una tercera, que busca por encima de todo el amor libre y no ser controlada por nadie.
Como de costumbre en su cine, tenemos conversaciones interesantes y naturalizadas, actuaciones basadas en la improvisación e hiperrealismo, e incluso, un número musical, que, aunque no sea tan brillante como el de Monica Bellucci en A Burning Hot Summer, es posiblemente la escena más bella de la película, y uno de los mejores momentos que me llevo en este festival. Uno que está a punto de acabar, y cuya edición está siendo la mejor a la que he asistido nunca.