Por David S. Blanco
En la última jornada del festival de San Sebastián pude seguir recogiendo perlas de Berlinale y Venecia, y cerrar la competición con la notable nueva película de Fernando Trueba, El olvido que seremos (Colombia, 2020), vista en la clausura. Es la última película que nos quedaba por ver en el festival de cine de San Sebastián con el sello Cannes 2020, y es una adaptación de la conocida obra de Héctor Abad Faciolince, un médico que luchó por los derechos sanitarios de todos los residentes de Medellín durante los años 70 y 80.
Utilizando el punto de vista de su hijo, con el que crecemos a lo largo de los 134 minutos de metraje, y alternando entre el color y el blanco y negro en función de los estados emocionales de la trama que aparece en pantalla, asistimos a una narrativa absolutamente clásica y convencional, pero con un estilo, precisión, y técnica, realmente sorprendente. Trueba construye durante la primera hora una bellísima atmósfera llena de libertad, familiaridad, amor, y educación. El respeto hacia al prójimo, y hacia la vida misma.
El olvido que seremos carece de tramas enredadas o dramas impostados en este primer tramo, algo realmente sorprendente. Hacia su última media hora, la película empieza a meterse en un terreno – y tono – más común al drama exagerado, y personalmente, siento que acaba en algo más guiado entre vías ya visitadas en el pasado por el cineasta. En cualquier caso, la narrativa visual de Trueba, da un gran nivel a todo el conjunto, y puedo afirmar sin mucha duda, que se trata de la mejor película de clausura que he visto nunca en este festival, en los últimos años.
The World to Come (EE.UU., 2020) es la segunda película en la dirección de la noruega Mona Fastvold tras The Sleepwalker, con la que ya participó en Sundance 2014. En esta ocasión, la directora opta por una historia ambientada en la década de 1850, vinculando la narrativa a dos parejas que viven por la zona, y más concretamente, en la relación entre las dos mujeres de la pareja (Vanessa Kirby y Katherine Waterston). Fastvold, utiliza mediante los textos que su protagonista escribe – y nos recita a nosotros en off – el artilugio narrativo para conocer los pensamientos, deseos, y anhelos, que una mujer despierta en la otra, y viceversa. El amor deprimido, en un ambiente frío, seco, y desangelado, de dos mujeres que tienen que vivir la vida que nunca quisieron, pero la única que les permite sobrevivir.
La cinta apuesta por una sobriedad bastante valiente, pero quizás no para todos los públicos. La película se queda a medio camino entre una narrativa pseudo contemplativa como la de Celine Sciamma en Retrato de una mujer en llamas, o una más narrativa – aunque con muchos silencios y dolor – como la de Carol, de Todd Haynes. Encuentro virtudes en su formalidad, pero no las suficientes como para recomendar encarecidamente su visionado.
El gran premio del Jurado de Berlinale, Never Rarely Sometimes Always, de Eliza Hittman, era una de las últimas cintas que iba a poder rescatar de la programación, y tenía muchas ganas de ver la evolución de esta cineasta estadounidense desde su interesante Beach Rats (2017), y por suerte, esta chica sigue evolucionando, y su cine, cautivando.
De nuevo, podríamos situar su nueva película dentro del terreno de la adolescencia, o de las cuestiones sociales ligadas al coming of age, en este caso, a un embarazado no deseado, y el desesperado intento de su protagonista por detenerlo. Sin artificios emocionales, sin apenas elipsis, y utilizando el tiempo real como baza motora, la directora nos mete de lleno en el viaje directo hacia Nueva York de Autumn y su prima Skylar, lugar donde podrá interrumpir finalmente su embarazo.
Hittman ya mostró en sus anteriores trabajos su interés por los ratos muertos, y en los cuales podemos ver secuencias a priori tan insustanciales para el avance del tema de la película, como pasa en Never Rarely Sometimes Always, en los momentos en que las chicas tengan que cambiarse de autobús para ir a su destino, o simplemente estén desubicadas en la estación de autobuses. Lo que hace especial a esta cineasta es su facilidad para conjugar las elipsis que habría en otras películas, y hacer de ellas la atmósfera esencial de las suyas. El tiempo se suspende, y el mundo exterior es irrelevante. Lo importante son los personajes y su avance constante, no las consecuencias, o lo que ocurrirá más adelante. Y esto, es algo realmente refrescante, y más en una historia, que más que ser contada, es sentida por todos los que la estamos observando, mostrando de una forma muy cruda y a la vez necesaria, un drama tan profundo como es el aborto.
Y terminamos el festival con la película sorpresa de esta edición, el interesante documental de Abel Ferrara Sportin’ Life, que ya participó en la pasada edición del festival de cine de Venecia. Ferrara se basta de una escasa hora para empezar hablando sobre el proceso creativo de su último proyecto – Siberia – e irse de farra con sus amigos para celebrarlo, hasta crear un maravilloso alegato hacia la creatividad como modo de supervivencia, de revelación, y de tomar conciencia, tanto en el mundo, como en el propio arte.
Se nutre de metraje proveniente de sus películas, de documentos de archivo, y mucha cámara en mano, que retrata un ejercicio al borde del ensayo – documental, pero lleno de vida, corazón, y mucha reflexión, sobre el momento tan excepcional y traumático por el que estamos pasando todos en la actualidad. La libertad creativa, visual, y en el montaje de la que ha gozado, nos deja una pieza libre, que experimenta, que busca el caos, y que es ante todo, inquieta, diferente, pero sobre todo, entretenida.
Aún queda un último artículo en el que analicemos el palmarés que saldrá publicado en escasas horas, pero quería finalizar la cobertura con una reflexión del propio Ferrara: Si una cosa ha quedado clara con esta pandemia, es la capacidad que tiene un solo individuo para influir sobre el resto de la población. El cine no para, y el Zinemaldia 68 ha sido una muestra de ello.