Por Mónica Delgado
Negro Leo es un cantante y compositor experimental brasileño y protagonista del reciente documental de Paula Gaitán. A lo largo de dos horas y media, vemos al retratado vertir ideas, sentimientos, reflexiones; lo escuchamos tararear, cantar, y en algunos breves momentos interactuar con la cineasta y el camarógrafo. Por todo lo que expresa Leo, el despreciado talking head cobra otro sentido y se vuelve la posición del encantamiento.
É Rocha e Rio, Negro Leo (2020) está hecha de contados planos, la mayoría para escuchar a Leo. Sin embargo, al inicio Paula Gaitán necesita entregar la posta: la sentimos llegar al departamento de Ava Rocha (su hija, cantante también) y Leo (su yerno), y dar indicaciones de cómo deben dejarse registrar en el balcón. Esta presencia inicial de la cineasta con la cámara en mano, en la puerta de la casa, que sube escaleras, que llega al hogar y que se acomoda para grabar a la pareja escuchando algunas bandas musicales en una aplicación online, se va difuminando para dejar todo en manos de Leo. En entonces que el retratado se deja observar sentado en el sofá de la casa, mientras cuenta pasajes de su vida a una cineasta que parece invisibilizarse; un personaje fascinante que cuenta sobre todo impresiones y pensamientos críticos sobre el bebop, la religión, historia brasileña, la sociología, su vida universitaria, el prejuicio racial, los ritmos afros latinoamericanos, Steve Wonder, Yma Sumac, The Commodores, los logros de Lula da Silva, Bolsonaro, la macoña, la ola hater contra la cantante Fabiana Cozza, o su próximo viaje a China.
El film se sostiene en estos planos largos de Leo registrados en un solo día, de sus gestos, de la improvisación como guía (aunque suene paradójico), de su modo de fumar, de sus escasos movimientos dentro de su pequeña sala, que es espacio de reuniones y también refugio para escuchar algunos vinilos. Pero esta aparente captura de lo cotidiano, de estos momentos de disfrute casero y de atención a los invitados (Paula y su equipo), se va complementando con la profundidad con la que Leo entrega (o comparte) su visión compleja del mundo y de Brasil. Y aquí entra el valor de la mirada de Gaitán sobre este retratado, desde una cámara de intenciones sencillas, que está a la caza de mantener la atención a partir del cada vez menos valorado talking head, una metodología muchas veces ninguneada por considerarse poco “háptica”, “sensible”, o simplemente convencional. Más bien la cineasta elige una perspectiva poco explorada dentro de su filmografía (distinta por ejemplo a su reciente Luz nos tropicos, también de 2020), que si bien está también sostenida en planos fijos y de tiempos dilatados, son apuestas panorámicas de una poética y estética particular. Aquí opta por un modo de retrato distinto, que nos transmite con transparencia la calidez e inteligencia de Leo. Para llegar a Leo no necesitamos más mediación.
También me resultó inevitable confrontar el modo en que Gaitán grabó a Leo con la forma en que Shirley Clarke filmó a Jason Holliday en Portrait of Jason (1974). Sí, son dos films distintos en sus contextos, búsquedas estéticas y en sus motivaciones políticas y sociales, sin embargo hay algo familiar en ellas (más allá de los talking head que pueblan casi todo el metraje). Las une esta necesidad de poner en cuestión o problematizar sobre el tema del prejuicio racial o sobre la necesaria discusión sobre la cultura negra y brasileña, que en el film de Gaitán es muy evidente a partir de lo expuesto por Leo. Mientras que en el film de Clarke, la misma elección de Holliday se relaciona con un tema personal o íntimo: el lugar de desclasada de la cineasta en un entorno cultural de élite de Nueva York en los años setenta. Según propias palabras de Clarke, eligió a Jason, el gay outsider glamoroso, al sentirse reflejada en esa condición de marginal.
En ambos trabajos hay una necesidad de la afirmación identitaria en los dos personajes retratados, como el inicio del documental de Clark donde Jason dice que su nombre de nacimiento es Aaron Payne, y que tomó su nueva identidad para poder vivir como quisiera. Algo de eso hay en el film de Gaitán, puesto que Negro Leo es un nombre artístico y apenas se le conoce como Leonardo Campelo Gonçalve. Negro Leo como parte de un bautizo de resistencia.
Y la gran diferencia entre ambos documentales, o exploraciones de las formas del retrato desde este minimalismo, está en lo ético. Más allá del valor histórico de Portrait of Jason, sigue asomando la idea del protagonista objetualizado, donde los entrevistadores (Clarke y su amigo Carl Lee) usan como carnada whisky o preguntas específicas para obtener lo que quieren del retratado, en un vale todo para sacar “lo mejor” de Jason cinematográficamente hablando. En cambio, en É Rocha e Rio, Negro Leo, todo fluye, no hay lugar aquí para un tipo de cineasta que canibaliza, al contrario, como dice el título, se está allí para ser puente de alguien, un pensador que es río y que es piedra, en completo movimiento, y a la vez estable (o con convicciones claras).
Y el documental termina con Leo en todo su esplendor, en pleno concierto, como si Gaitán dejara abierta la posibilidad de ubicarlo en el mundo de ruidismo, experimentación y libertad de Noite (2014), su trabajo sobre la música experimental y los cuerpos. Otro diálogo entre films.
Dirección, guion y montaje: Paula Gaitán
Fotografía: Lucas Barbi
Assistência de fotografía: Anna Júlia Santos
Sonido directo: Rubén Valdés
Dirección de arte: Diogo Hayashi
Diseño de producción: Matheus Rufino
Edición de sonido y mezcla: Gustavo Vellutini
Colorización y masterización: Alice Andrade Drummond
Assistente de edición: Ariela Calanca
Producción: Paula Gaitán, Vitor Graize e Eryk Rocha
Brasil, 2020, 157 min