Por Juan Carlos Lemus. Director de Cine con Acento
No fue nada fácil el asunto de cubrir en línea esta edición del Festival de Sundance. La prueba que se creía superada después de Covid -Sundance se realizó dos años en modalidad virtual, y hasta la Berlinale se hizo así en una ocasión- no fue tal. Aunque a medias, en el intento algo se consiguió. Acá les dejo mis impresiones de las películas con las cuales resoné.
El día que empezaba Sundance 2023 me reuní con un grupo de amigos para repetirnos The Big Lebowski. Nomás terminar la deliciosa comedia de los Coen, caía en cuenta que la película ya tiene 25 años y que fue estrenada precisamente en ese pueblito en Utah. No sé si de esta versión de Sundance quede alguna película de la que se hable pasado un cuarto de siglo. No sé si leí mal, pronostiqué mal y escogí mal; porque lo que fuera la quintaescencia del cine independiente de calidad gringo, se ha quedado sin unas cuantas de esa otrora definición del ser de Sundance.
Lo que pasó por mi retina y me dejó alegre, pensativo o curioso estuvo en títulos como la coproducción entre España, Lituania y Suecia titulada Slow, escrita, dirigida y producida por Marija Kavtaradze. Es la historia de Elena, una bailarina, y Dovydas, su traductor a la lengua de señas, y su enamoramiento. Y la evolución de este amor caracterizado por la inapetencia sexual del Dovydas y las posibles soluciones que les dejen seguir acompañándose.
Eileen. Película estadounidense de William Oldroyd, escrita por Luke Goebel y Oteesa Moshfegh, escritora del libro de la que se adapta esta obra. Thomasin McKenzie encarna a Eileen, una chica del suburbio de Boston en los 60. Una nimiedad de persona, la chica del rincón. Maltratada psicológicamente por cualquiera que la tiene enfrente. No sé cómo aparezca ella en el libro, pero en esta narración ella ni siquiera es la protagonista, puesto que la que se roba el show es Rebecca —Anne Hathaway como nunca—. Saludos a Hitchcock por todas partes y un regusto que va llegando después de la sorpresa del final. Después de verla quedan pocas esperanzas en los seres humanos, por abusivos, torpes e inoperantes. Pero el humor nos libera, siempre.
Del mismo país me impactó y descolocó All Dirt Roads Taste of Salt. Me descolocó por prejuiciado. Su directora Raven Jackson filma una historia sobre personajes afro, con técnicas y aproximaciones que yo nunca había visto en películas hechas por afroamericanos. Usualmente me he encontrado que los afroestadounidenses han usado el humor, el drama y el horror en sus producciones. De ahí el prejuicio, perdón. El prejuicio estúpido de asociarles solo a lo divertido, y lo triste dejarlo a los nórdicos. Acá estamos en la contemplación, en la lentitud. Y sentimos el duelo, el dolor, la pesadez de la pérdida, la nostalgia. Sobre todo esa que nace de lo que no se ha tenido o de lo que no se resolvió o por lo no dicho. También el amor a la familia y al lugar que a uno le hace ser. Una geografía que por cómo está filmada tanto arropa como empequeñece. Y unas cercanías humanas que aunque acompañan a veces ahogan por su inevitabilidad. Muy poética visualmente.
La memoria infinita es el más reciente trabajo de la documentalista y realizadora chilena Maité Alberdi. Volviendo al documental después de El agente topo, Alberdi se centra en la pareja que conforman Augusto y Paulí: A. Góngora, el reconocido cronista cultural y periodista de la ilegal Teleanálisis, y P. Urrutia, la actriz de teatro y exministra de cultura de Bachelet. Porque aunque la directora nos da estos datos podrían sentirse accesorios. Estamos en la intimidad de una relación entre dos personas con el agravante —¿no son todas las relaciones entre cómplices casi un delito?— de que el Augusto sufre Alzheimer y la Pauli sufre al ser su devota cuidadora. Y no sufre por el trabajo que la enfermedad de Augusto pueda darle, sufre porque él ya no la recuerda y cada día, de los cuatro años que pasan durante la filmación, se hace más complicado que llegue a su cabeza quién es esa mujer que Augusto tiene enfrente. Alberdi se le da bien mostrar a la adultez mayor, en este caso no es la excepción. Brillante y dolorosa.
Volviendo a los Estados Unidos. Alysia protagonisa Fairyland, en la que el director Andrew Durham adapta el libro de memorias de Alysia Abbot. A los seis años la pequeña ha perdido su madre y con su papá Steve se mudan al San Francisco de los 70. El director es detallista en mostrar que los hijos más que oír ven. Y las respuestas a esas entradas pueden ser sorprendentes para sus progenitores. Steve es un sujeto que quiere darle a Alysia toda la independencia e información vital que él no tuvo o que le fue negada por su inclinación sexual. Sin embargo, una niña de corta edad que va de fiesta en fiesta con adultos y muchas drogas y con poca estructura y organización usualmente no sale bien. Este no es el caso. En estas memorias de la señora Abbot hay reclamos, pero también mucha gratitud a su difunto padre, muerto por sida en los 80. Diría devoción. De él, ella recibió la libertad y el oficio; él era poeta. Seguro que también aprendió a ser una persona honesta y cuidadora de los sentimientos de los demás. Una mujer abierta, respetuosa y tolerante que fue capaz de superar los traumas generados en su niñez a través de los diálogos francos con su padre, que siempre la trato como una igual y no como a una niña, aunque en muchas ocaciones el filme muestra que ella eso lo extrañó y se lo reclamó.
En esa misma línea de abuso/trauma se podría ubicar When it Melts. En Bruselas, Eva es una mujer imposible, de ninguna buena manera. Incapaz de conectar con otros humanos a excepción con su hermana. La primera escena vemos cómo lentamente ella empuja un regalo, una tasa empacada con cuidado. Entiendo que por ahí va la niñez de Eva, a quien vemos gran parte del metraje. Una familia con una madre que cuando no duerme está borracha y un papá que aparece poco. Y cuando lo hace es o gracioso o malhumorado. Ellas nunca saben cómo serán las reacciones de los mayores. Mucha malquerencia, muy poco afecto. Como si estorbaran. Luego estamos entre flashbacks y la Eva del presente haciendo cosas que vamos entendiendo de a pocos. La niña Eva tiene una pandilla de amigos, los tres mosqueteros, con dos hermanos que han perdido a su hermano mayor. No es la niñez una época donde las relaciones y los juegos entre iguales no sean igual o peor de traumáticas que en otros momentos, nos dice la directora Veerle Baetens, lo que quizás cambia al llegar a adultos son nuestras reacciones ante ellas. Empero, ¿cómo se supera el terrible dolor que te ha producido un amigo entrañable en los primeros años? ¿Con qué herramientas cuenta una preadolescente para superarlas? En el caso la Eva de When it Melts, el espectador se da cuenta que ninguna. Y para colmo, la injusticia y la no reparación y negación del acto injusto tienen como consecuencia la revictimización de la afectada. Baetens nos ubica a la Eva adulta en un reclamo imposible a la Eva niña. La niña quebrada no será reparada por la adulta.
Violenta pero aun más conmovedora, When it Melts es la joya de Sundance 2023. Sin embargo, no estará, por todos los motivos que un cinéfilo ya entiende, para ser recordada y homenajeada como la comedia de los Coen que pasó por Utah hace 25 años.