Por Mónica Delgado
Matar a la bestia, debut de la cineasta argentina, es un film marcado por un ritmo inusual de las elipsis. Bajo un modelo clásico, este recurso narrativo no solo refiere a saltos temporales que van moldeando la lógica del film, en sus atmósferas y progreso de acciones de los personajes, sino que desde el ojo de San Martín esta figura adquiere más bien una función contraria. En este largometraje, la elipsis es enemiga de realismo alguno y su misión es enrarecer, generar extrañeza, romper con su rol originario de suprimir escenas para apelar a una poética del tiempo. Aquí la elipsis genera preguntas, es un eco o un ruido. Y en ese sentido, en Matar a la bestia su uso intencional que va a generar la materia misma de un entorno, estilizado y presto para la irrupción mítica.
Una adolescente de 17 años busca a su hermano a quien no ve hace muchos años en un pequeño pueblo ubicado en zona de frontera, entre Argentina y Brasil. Sin embargo, el encuentro con otras mujeres van a afirmando en la protagonista la ruta de búsqueda. Encontrar al hermano se volverá en un motivo anexo, y el acercamiento con otras jóvenes, desde un plano lésbico y sexual se vuelve el corazón del largometraje. También, el portuñol, el clima tropical, caluroso y húmedo, y una serie de personajes extraños, van a configurar una idea de espacio liminal, de un intermedio total, donde también se pasa del thriller al drama amoroso en un tono desestabilizador. Es decir, emerge la intención de enrarecer esta búsqueda filial desde los primeros minutos: la apuesta por un relato impresionista, de giros que pueden verse antojadizos y nonsense, pero que van materializando sobre un todo un tipo de percepción sobre los mitos que se construyen alrededor de las mujeres, para controlar su libertad, deseos, libido y experimentaciones.
En el pueblo, hay una suerte de secta o grupo cristiano de hombres que ha creado un mito, la de una bestia que devora a las mujeres que salen solas por la noche. A las mujeres les queda imaginar a la bestia o matarla. Y este componente mítico (el de una bestia encarnada por una res), es el que va a ordenar el plano sensible del film, basado en estas inmersiones impresionista del entorno, con diálogos que surgen en una clima donde no se los esperaba o desde situaciones atípicas que van generando una idea de hermandad entre mujeres. Y es así que este pueblo logra dividirse también en dos bandos, el de las mujeres, y el de estos hombres, para la contemplación (como el de las fiestas erotizadas a más de 35°) o para la represión (encarnado por los pastores y adeptos de esta iglesia). En este sentido, Matar a la bestia es el viaje de una mujer a un territorio donde se busca controlar la libido femenina. Y así es que asistimos a un proceso de liberación, una vía hacia lo orgásmico, venciendo los miedos que quisieron borrar el goce de y entre mujeres.
Agustina San Martín estudió en la Universidad de Buenos Aires y lleva ya varios años en el entorno audiovisual. Sus cortometrajes como No hay bestias (2016), La prima sueca (2017) o Monstruo dios (2019) estuvieron en festivales como Cannes, Berlinale, Bafici o FICIC. Trabajó en la dirección de fotografía de El futuro perfecto, de Nele Wohlatz, junto a Román Kasseroller. Y en su primer largometraje confirma un búsqueda formal sin temor al riesgo, a la oscilación, desde una óptica femenina que enarbola una sutil bandera de urgente transformación.
Sección Discovery
Dirección y guion:Agustina San Martín
Fotografía: Constanza Sandoval
Sonido: Mercedes Gavidia Jaramillo
Reparto: Tamara Rocca, Ana Brun, João Miguel, Sabrina Grinschpun, Juliette Micolta
Productora: Caudillo Cine, Estúdio Giz, Oro Films, Lucila de Arizmendi y Santiago Carabante.
Argentin, Brasil, Chile, 75 min, 2021