TIRADENTES SP: ECLIPSE SOLAR DE RODRIGO DE OLIVEIRA

TIRADENTES SP: ECLIPSE SOLAR DE RODRIGO DE OLIVEIRA

Por Victor Guimarães

Para conseguir la verdad es necesario componer. El artificio es obligatorio.
Alberto en O Som da Terra a Tremer (Rita Azevedo Gomes, 1990)

Las almas repudian todo encierro
Luis Alberto Spinetta

Belleza salvaje

En un festival como la muestra de Tiradentes – sobre todo en las competencias, en las cuales la inmensa mayoría de los realizadores está formada por gente muy joven –, encontrar un film con una madurez y un esmero estilístico tan evidentes como los de Eclipse Solar es algo rarísimo. Se trata del primer film en formato corto de Rodrigo de Oliveira – que ya realizara en años recientes los largos As Horas Vulgares (con Vitor Graize, 2011) y Teobaldo Morto, Romeu Exilado (2015), películas que lamentablemente quedaron confinadas a una circulación dentro de Brasil –, pero tratarse de un cortometraje no significa una disminución de su importancia, sino justamente lo contrario: Eclipse Solar es el mejor trabajo de Oliveira hasta el momento, porque condensa en sus 28 minutos una cantidad impresionante de trabajo formal y da una configuración íntegramente precisa sobre las obsesiones del cineasta. Pertenece a un tipo raro de films que parecen esculpidos en piedra; rigor en cada encuadre y en cada corte. Mi única objeción a Teobaldo (que me parece la mejor película brasileña del año pasado, juntamente con Sem Título #2: La Mer Larme, de Carlos Adriano) fue sobre el ritmo del montaje, que todavía no me parecía que haga justicia al trabajo de la mise-en-scène. En Eclipse Solar, no hay un solo plano que debería durar más o menos de lo que está en la pantalla.

Si el cine de Rodrigo de Oliveira circula poco, si los festivales en general parecen desinteresados de sus películas, eso se debe a una imagen hegemónica del cine brasileño y latinoamericano forjada en la crítica y en los mismos festivales: imputarles frecuentemente a los films una suerte de responsabilidad de hablar de los conflictos del país, una especie de norma del realismo y del compromiso político directo, y todo lo que no corresponda a ese deseo previo es fácilmente tachado de escapismo o formalismo. Recuerdo la ya célebre formulación de Beatriz Sarlo sobre la mirada eurocéntrica en tanto a las artes plásticas, que sirve perfectamente en ese caso: “todo parece indicar que los latinoamericanos debemos producir objetos adecuados al análisis cultural, mientras que los europeos tienen el derecho de producir objetos adecuados a la crítica del arte”. No hace falta apuntar a la miopía de esa perspectiva, que suele disociar forma y contenido de una manera grosera, y no es capaz de percibir cómo en un film como Eclipse Solar – un drama familiar con alto tenor de consciencia cinéfila – se juegan no solamente las cuestiones del cine, sino también las del mundo.

Si hay algo que atraviesa tanto As Horas Vulgares como Teobaldo Morto, Romeu Exilado y llega hasta Eclipse Solar es una intersección singular entre lo prosaico y lo mítico, entre la cotidianidad y lo solemne. En Eclipse Solar, todo empieza de forma bastante ordinaria, con la presentación en paralelo de las mañanas de un muchacho proletario que se viste para salir y de una mujer de mediana edad que abre las puertas del museo en donde trabaja. Ya de inicio, sin embargo, los ataques de la música de Beethoven transfiguran lo visible, impregnando las tareas cotidianas de una ritualidad misteriosa. El rigor de la escenificación y del montaje y el influjo de la música hacen que cuando los dos personajes se enfrenten en el encuadre por primera vez, los cuerpos de los actores transpiren una carga dramática densa, índices de un pasado que todavía no está en la narrativa, pero que ya se adivina en cada respiración. La charla entre los dos es, en principio, amena y tranquila, se asemeja a un flirteo – la sensualidad patente en todos los encuadres del film contribuye para esa sensación –, pero luego de la primera palabra “madre” todo adquiere un sentido nuevo. Desde ahí, la densidad de una intrincada trama familiar – que envuelve abandono, apropiación, odio y desprecio – se revela de a poco, en una narrativa lagunosa que merece el placer del descubrimiento (rellenar las lagunas en la escritura sería traicionar la experiencia del film).

En la manera de filmar los espacios – especialmente los espacios internos y los jardines del museo – también se juega esa indisociabilidad entre lo prosaico y lo mítico, y el procedimiento tiene que ver con los cortos recientes de Straub: se trata de conferir dignidad artística a los espacios más ordinarios, de transfigurarlos enteramente no solo por la mediación de la calidad literaria del texto, sino por medio de decisiones precisas de encuadre y de juego de lentes. Pero eso no se hace a fórceps o a manos de cualquier virtuosismo de iluminación: la virtud está en descubrir la solemnidad oculta de esos espacios y de construir el drama a partir de ellos.

Los diálogos – que mezclan el drama de la maternidad con los textos del Fausto de Goethe y del Doctor Fausto de Thomas Mann – son dichos en una tonada casi monocorde, pero llena de matices, que materializa un raro equilibrio entre lo realista y lo francamente artificial, entre la conversación diaria y la dicción poética. La encarnación de un texto con fuerte grado de literariedad en la voz de los actores me parecía un obstáculo en As Horas Vulgares, pero Eclipse Solar encuentra la medida justa de esa combinación.

Ese juego de aparentes contradicciones – real/artificio, prosaico/mítico, maternidad/deseo sexual – acompaña todo el film, y lo que era sutil en la primera parte estalla en la segunda: en un solo corte, somos arrojados desde una escena contemporánea en el jardín para un espacio interno en el cual Clarissa – la ex compañera del protagonista – llora copiosamente, trajeando un vestido de época, a media luz. Ese cambio radical – pero enteramente orgánico – de registro llega a su vértice en la magistral escena siguiente, que muestra el encuentro de la madre con nada menos que el Diablo en persona. El conflicto narrativo central explota en la pantalla, en una puesta en escena milimétrica: las paredes de la cueva, el temblor del cuerpo y los matices de la voz de Rejane Arruda, los movimientos sinuosos y la inesperada guturalidad animalesca de Rômulo Braga (un actor fetiche del cine brasileño contemporáneo que suele destacarse por sus interpretaciones naturalistas, pero que rinde su mejor performance justamente cuando se retira de su zona de confort), la química intensamente sensual entre los dos (que hace recordar a la reciente Educação Sentimental de Julio Bressane), donde todo vibra en el encuadre 1.33:1. Mientras que muchos cineastas de hoy utilizan el scope como una suerte de retórica publicitaria del grito, que apuesta en la visibilidad máxima del espacio para disfrazar el vacío dramático de sus películas, el retorno al olvidado formato de Rohmer y Straub en Eclipse Solar es a la vez una invitación a la concentración en los rostros y una activación de los bordes del encuadre: la carcajada inolvidable de ese diablo que nos hace acordar al enorme José Mojica Marins ocupa toda la pantalla, pero cada meneo de cabeza que invade el cuadro, cada murmullo que se acerca al rostro de la madre nos sorprende y nos hace temblar.

Como pocos de sus compañeros de generación, Rodrigo de Oliveira asume un diálogo fuerte con cierta tradición de la teatralidad de la mise-en-scène que remonta a Manoel de Oliveira, Rita Azevedo Gomes, Eugène Green, y, en el caso brasileño, se explaya por la obra reciente de Ricardo Miranda y Julio Bressane. Pero se trata de una verdadera intervención en la tradición, y no de la invocación de un territorio de legitimidad. Sus planos están llenos de resonancias cinéfilas, pero en ningún momento se trata de mera citación: la puesta en escena está enteramente dedicada a aquellos cuerpos, aquellos rostros, aquel drama que se presenta en la pantalla. Hay vestidos y trajes de otro tiempo, está el Diablo, está Beethoven, hay una canción de Rachmaninoff bellamente cantada por Clarissa (Natália Hubner), pero hay también esa gente común que la escucha, esas charlas profanas sobre dinero, esos letreros al final que devuelven el trasfondo mítico a la ordinariedad de un caso de policía.  Y si la mise-en-scène es calculada, coreográfica, y revela un encierro – por momentos se trata de un film de cámara –, donde la vecindad del mundo está siempre al acecho, en esa luz sucia que insiste en intervenir desde el fuera de campo, en ese lado salvaje de los cuerpos que parecen querer escapar de sí mismos, al borde del desmoronamiento.

La filiación a los autores del Cinema Marginal (movimiento de fines de los años 1960, posterior al Cinema Novo, que reunió, entre otros, Candeias, Sganzerla e Bressane) se ha convertido en una commodity en el cine brasileño de las últimas décadas: muchos cineastas la invocan como una suerte de argumento de autoridad o de intento desesperado de pertenecer a una tradición de radicalidad. Pero el diálogo efectivo que se suele establecer en las películas es casi siempre reaccionario: se trata muchas veces de la repetición de ciertos personajes típicos o de la emulación grosera y superficial de algunos procedimientos formales rupturistas. Eclipse Solar tal vez sea el único film de un cineasta joven brasileño capaz de intervenir verdaderamente en esa tradición, de retomarla desde un punto más alto (y no desde la nostalgia por los años sesenta y setenta), hacerla fructificar en el presente y, ojalá, proliferar hacia el futuro.

Dirección: Rodrigo de Oliveira
Reparto:Rejane Arruda, Erik Martíncues, Natália Hubner, Leonardo da Silva e Rômulo Braga
Productora: Pique-Bandeira Filmes, Galpao Produciones
Año: 2015
Brasil, 28 min