Por Mónica Delgado
¿Qué encuentro en común en estas dos películas mexicanas? Ambas proponen una lectura del México actual desde contextos rurales y abordando particularidades que remiten a la represión, castigo y descomposición desde lo político, pero desde su periferia o fuera de campo. Tanto en La Maldad como en Las Letras, hay una summa social que trasciende los espacios familiares o comunitarios, y que está allí transformando soledades, donde el espacio abierto de campos, bosques o desiertos resulta una indescriptible paradoja.
En ambos films hay una propuesta de convergencia de lo político con la vida social de los personajes. La presencia fallida del PRI, los comentarios sobre Peña Nieto, la observación de marchas, por un lado, y por el otro, la descripción de los sucesos dentro de una prisión injusta, como reflejos de ese orden preestablecido que fuerza y distancia. Lo social-político que marca y plantea una nueva convivencia social, entre las consecuencias del narco-estado y la invisibilidad de las autoridades. Se vive como si el espacio cobijara fantasmas.
En la ópera prima de Joshua Gil, este mal que hace referencia el título es casi el resultado del seguimiento en los últimos días de un anciano compositor solitario, que tiene un guión de cine que no puede realizar, como si fuera un Quijote de la decadencia, donde apenas la locura tiene algún cariz de festivo o de ironía. Algo de eso aparece en el título del sexto trabajo de Pablo Chavarría, donde textos que aparecen sobre las imágenes recogen fragmentos de cartas que el docente preso injustamente, Alberto Patishtán, enviaba a sus hijos. Mientras en una, los personajes con sus acciones de desesperanza ante la muerte van construyendo la figura de un país de olvidados permanentes; en la otra, la ausencia forzosa de un padre modela más que realidades tangibles o documentables, un estado de ánimo en torno a la crisis e injusticia.
En La Maldad, el sur mexicano, la sierra de Puebla exactamente, con sus cañaverales y estepas, colocan al protagonista en esa dimensión de querer estar y no, lejos de cualquier sentimentalismo en torno a la tierra. Esta poca pertenencia, o su ruptura (como la secuencia de los animales sacrificados o sus rutinarias jornadas de trabajo) logran la necesidad de huida o de cambio ante una realidad inminente de despedida. Bajo una mirada documental, asistimos a este proceso que no puede ser visto como liberación, sino más de afirmación de esa maldad, estadio de frustración y soledad. Por otro lado, en Las Letras, Chavarría asume al espacio desde la materialidad misma de los movimientos de una cámara por momentos atmosférica (lo que me recuerda a algunas apuestas estéticas de Los Ingrávidos, guardando las distancias), y que va a ir ordenando rutas (incluso desde planos secuencias largos) y relatando una posible puesta en escena de recuerdos y ensoñaciones en un pueblo de Chiapas, también al sur del México.
El uso de la cámara en Las Letras es un punto aparte. Chavarría acude a un sentido de la profundidad pero acompañado de esta cámara en casi permanente viaje hacia adelante, en unos travelling que buscan encontrar lo diferente, como la aparición del baterista en medio del bosque, o el simple devenir del tiempo mientras se persigue a unos niños cruzando el poblado. Todo en Las Letras remite a una construcción desde el límite de lo «real», de espacios y cadencias en torno a la ausencia de Alberto Patishtán y sus cartas, desde esta cámara hambrienta de captar los hechos más insospechados, pero a la vez puestos al frente como si se tratara de una coreografía extraña, para graficar la violencia seca de un país de política y autoridad esquiva.
Hay un halo de rescate documental, sobre todo al final, en el seguimiento a los personajes en su entorno, donde la sonoridad de alguna lengua maya, propone esta imposibilidad de entendimiento pero que se sugiere a través de gestos y actitudes de los personajes a quienes se sigue.
Ambos trabajos parten de la intención de apelar a una realidad determinada pero desde su ficcionalización, que permita la interpretación de un mal opresor, que puede tener un final pesimista, o uno liberador como en el caso de Las Letras, pero que al final de cuentas, resulta solo una pequeña posibilidad de cambio en este mundo alternativo, rural y lejano.
Competencia Internacional
LAS LETRAS, de Pablo Chavarría / 2015 / México / 75’
Sección Radicalismos mexicanos
LA MALDAD, de Joshua Gil / 2015 / México / 74’