TRANSCINEMA: FOCO MATÍAS PIÑEIRO

TRANSCINEMA: FOCO MATÍAS PIÑEIRO

Por Mónica Delgado

Matías Piñeiro es un joven cineasta egresado de la Universidad del cine de Buenos Aires y  que ha demostrado a lo largo de una serie de cortometrajes y largometrajes, realizados desde el año 2007, recursos para definir un universo personal desde el diálogo como eje del discurso fílmico de afectaciones virtuosas, por qué no, donde ha ido definiendo también una sensibilidad depurada para medir el aura de una generación de muchachas de clase media y bohemias, sobre todo, marcadas o liberadas por la educación sentimental.

En casi todas las películas de Piñeiro, sino todas, hay una mujer en crisis, pero en un tipo de dilema emocional apenas percibido, apenas revelado, y que es seguido o desnudado por una cámara que teme al acercamiento tosco, mientras estos personajes se relacionan con la realidad o su simulacro. La mayoría de las mujeres de Piñeiro viven en medio de un realismo que acude al relato o medida del sueño para encontrar la pista o llave que las librará de la duda, apenas. No hay soluciones explícitas al drama del amor, sino su revelación, estallido sinuoso o su negación discreta. Y el vehículo que tienen estas mujeres es el verbo, a través de diálogos de las obras que admiran o interpretan. Si en un caso el puente es Domingo Sarmiento, en otros será Shakespeare.

Hay en el cine de Piñeiro relaciones textuales con los autores a los que él trata de «interpretar». En el caso de Shakespeare, en Viola o Rosalinda, Piñeiro extrae un juego retórico emparentado con dos obras teatrales, a los cuáles él mismo ha refraseado a partir de lo que ha denominado como sus ensayos sobre la mujer en las comedias del dramaturgo, y en los cuales inserta una heroína y su alter ego/personaje, en una interacción mimética, engañosa o fantástica, en un juego de dobles, donde la caída de la máscara es lo de menos. Importa este proceso de mímesis, de María Villar convertida en Luisa/Rosalinda o la actriz transformada en Viola/Viola.

Con diálogos de Noche de ReyesViola comienza en el meollo, es decir, en el corazón de la intención del cineasta, en detener la cámara en rostros en plena dicción, en el ejercicio de dar vida a personajes, en ensayos dentro de una compañía porteña de actrices. Estos ensayos van a transgredir el espacio del teatro en sí, para ir armando un escenario suprateatral, donde lo cotidiano se va insertando de modo casi extraño u onírico (la escena del sueño de Viola en el auto es ejemplar) y donde la idea de la suplantación, la máscara, el simulacro y la representación es vital.

En Viola (Argentina, 2012) hay tres partes marcadas por tres personajes: una actriz que revela que quiere terminar con su novio, otra actriz que en pleno ensayo de Noche de Reyes quiere ayudar a la amiga para que termine con su pareja, y luego la parte de Viola, la real, una repartidora de películas piratas que vive con “su novio”, y que se cruza con estas dos actrices en momentos importantes para la narración y para el estilo que Piñeiro impregna a su película.

Piñeiro, como buen director de actrices que es, va desplazando estas actuaciones hacia algunas pistas, que van a ir armando, como el personaje de Viola en Shakespeare que tiene que disfrazarse de hombre para sobrevivir en medio de la corte, un juego de identidades y deseos, logrando un film de correspondencias y encuentros, muy pocas veces visto en el cine argentino actual.

En Rosalinda, película hecha en el 201o y parte del proyecto digital Jeonju , dos años antes que Viola y que comienza esta serie de mujeres en la comedia shakespeariana, la tónica es similar. Estamos en una isla del delta El Tigre, donde ha llegado un grupo de actores y actrices para una jornada de ensayos, sin embargo, los acercamientos y rupturas amorosas van a aportando más a la intención del cineasta en ese desglose del personaje/actor, en la difuminación de la frontera entre la actuación y su negación. Y es en esta cinta que Piñeiro consigue a una María Villar perfecta para esta desazón del personaje, desde una femineidad diferente (logro también en Viola).

En Todos mienten (Argentina, 2009), el panorama tampoco luce distinto, porque en esta cinta anterior de Piñeiro, el paisaje de campo y diurno luce como cómplice de este divagación de los personajes femeninos, en sus caminatas, encuentros y sorpresas, como en parte de Rosalinda. Y en Todos mienten, precisamente esos todos, son un grupo de jóvenes «indies» en días de verano, de ocio, de tránsito, en movimiento dentro de una casa a habitar y a personalizar. Mientras que en El hombre robado (Argentina, 2007) se desarrollan una serie de situaciones amorosas en medio de chispas cómicas dentro de un museo de historia, con evocaciones a los diálogos de Rohmer y a Rivette (evidentes creo que en todo su cine).

No perder este foco en Transcinema, donde Viola, de visión imprescindible, se convierte en uno de los mejores estrenos de este 2013 en Lima.