Por Mónica Delgado
El universo dostoievskiano que Lav Díaz consolidó a lo largo de más de una decena de trabajos, en The Woman Who Left cobra una dimensión de espíritu bressoniano, donde los motivos de crimen, redención y figura de Cristo siguen latentes para dar aquí una visión de la Filipinas de provincia en el contexto de finales de los noventa.
Una mujer abandona la cárcel donde estuvo presa por treinta años, y sale con el deseo de vengarse de quien la inmiscuyó en un crimen. Su deseo no está en recuperar la familia, los hijos, o el espacio perdido, sino en indagar y seguir al responsable de su aislamiento en una pequeña localidad de provincia. Este retrato de Horacia (una estupenda Charo Santos-Concio) queda amparado en su relación con personajes marginales, como a la manera de los relatos bíblicos, donde Jesús aparece como aquel que encuentra en los desprotegidos actos para afirmar la fe. Y aquí aparece esta relación a lo Bresson, sobre todo en esta atmósfera de posibilidad de redención a partir de una pasión crística, mas no en el estilo o puesta en escena (que Lav Díaz trabaja en otra dirección).
Una vagabunda, un tullido, una pareja de homeless, y una prostituta travesti se convierten en los receptores de la bondad de Horacia, mientras espera cobrar venganza con el millonario del pueblo. Así Lav Diaz no solo construye una historia de venganza desde el deseo de Horacia, en su relación con los marginales de la sociedad, sino desde el contexto social y económico de este microcosmos en blanco y negro, que va simbolizando el estado de una Filipinas que enajena, divide y excluye.
Como en otros films de Díaz, la relación del catolicismo con los personajes es clave, para representar esta vía vertical del lugar de los personajes en el mundo, como dice en algún momento uno de los marginales «los ricos están más cerca de la Iglesia». Y esta posibilidad de redención aparece lejos del dogma clerical, de los mandamientos, para orientarse a una nueva concepción de la relación de amor y fe entre los hombres.
Esta persistencia de Lav Diaz en encontrar más interpretaciones de los grandes temas de Crimen y Castigo, en estas variaciones de Raskólnikov, y pese a que la película está inspirada en un cuento de León Tolstoi, Dios ve la verdad pero no la dice cuando quiere, el «alma rusa» en torno a la discusión de lo cristiano se traduce en una puesta en escena sostenida en la partición de Horacia en Renata (su doble de noche), a través de planos largos, pero también por el poder de diálogos que se vuelven en relatos configuradores de mundo (como los que narra Horacia dentro y fuera de la cárcel, en confinamiento y en libertad, en uno frustrado y en otro concluído), y que el cineasta propone como entradas y salidas al mundo- desde la oralidad, como las famosas parábolas. Sin embargo, pese a esta cuidada puesta de toques realistas que apunta, por ejemplo, a distribuir el espacio en torno a profundidades de campo y su verticalidad, como la ubicación de la casa del millonario, o la memorable segunda aparición del travesti epiléptico, Lav Díaz apela al final a darle un cierre metafórico, que rompe el realismo, para apostar por una ensoñación pesimista de la protagonista ya en Manila, donde no hay espacio para otro tipo de emplazamiento narrativo que el de sacarla de los planos, mostrar los vestigios de sus movimientos, de su búsqueda, para luego colocarla en medio de la nada de su expiación. El inicio de otro periodo de castigo.
Sección Transficciones
Dirección: Lav Diaz
Producción: Ronald Arguelles y Lav Diaz
Guión: Lav Diaz
Sonido: Mark Locsin y Che Villanueva
Maquillaje: Barbie Capacio, Lorenzo Mina y Daniel Palisa
Fotografía: Lav Diaz
Vestuario: Kyla Domingo y Kim Perez
Protagonistas:Charo Santos-Concio
Filipinas, 2016, 226 minutos