Por Libertad Gills
Mariana Marin. Así se llama la protagonista del reciente film del director rumano Radu Jude, titulado I do not care if we go down in history as barbarians (No me importa si pasamos a la historia como unos bárbaros, 2018), estrenado en el Festival Internacional Karlovy Vary, en julio del año pasado.
La actriz Ioana Iacob, quien encarna este papel, se presenta al principio de la cinta, introduciendo a su personaje y aclara que comparten algunos puntos de vista, pero no todos. “A diferencia mía, Mariana Marin es atea”, acota Iacob. Su introducción es interrumpida por otro personaje fuera de campo y la historia empieza sin más preámbulos, en una película que oscila sin advertencia entre documental y ficción.
Mariana Marin habita cada escena del film, pues ella es el eje sobre el cual gira el interés de la cámara y de la historia. La vemos en dos espacios principales: por un lado, al exterior, en el set donde ensaya con los actores y su equipo de producción de la obra teatral que está preparando- y por otro, en el interior, su departamento, rodeada de los materiales que nutren su investigación para la obra (películas, libros) y donde entabla su vida amorosa, paralela al trabajo.
Ambos, el set y el hogar, son espacios de investigación y de reflexión sobre la historia de Rumania, a través de las imágenes que la describen y la forma en que los espectadores responden a ella, pues el diálogo entre la historia y la gente -desde el presente- es de suma importancia tanto para Mariana Marin como para el director Radu Jude.
El set y el hogar son también los espacios en los que Mariana se posiciona como mujer y como directora, principalmente a través de su relación con dos hombres: en el hogar, su novio, y en el set, el productor.
Estos espacios paralelos –set y hogar- atravesados por dos relaciones con personajes masculinos –el productor y el novio- se convierten en lugares de tensión para la protagonista quien busca, por sobre todas las cosas, la libertad del pensamiento crítico frente a la historia de su país y la libertad de poder decidir sobre su cuerpo como mujer. Para la protagonista, el pensamiento está ligado al cuerpo y la historia a lo personal.
Mariana Marin está en conflicto en todas las esferas. Su lucha, a través de la creación y la investigación artística, para comprender la historia de su país y para comunicar esta historia es generadora de conflictos con sus pares. En el set, el productor exige que ella modifique aspectos de su obra; le pide cierta sutileza en su tratamiento de la historia oscura de Rumania. Ella le responde: “No es un tiempo para ser sutil”. Él quiere llegar a un compromiso; ella se niega, está comprometida a hacer la obra que ella quiere hacer.
Con el novio, tampoco es posible un compromiso. Es una relación a distancia, sin mucha posibilidad de futuro, que termina cuando Marin le dice que quizás esté embarazada. Tiempo después, cuando él le lleva flores para su cumpleaños -un pretexto para insistirle nuevamente de que tenga un aborto-, ella le responde: “Aún no he decidido qué hacer”. La decisión le pertenece a ella.
Su cuerpo, su obra, su decisión. “¿Pero no eres una feminista?” le pregunta su novio irónicamente. “Pensaba que eras pro-aborto”. Ella le responde que es posible ser feminista y no querer abortar. Para los que recordamos la película 4 meses, 3 semanas, 2 días de Cristian Mungiu (ganadora de la Palma de Oro en 2008), el film de Jude ofrece un contraplano para Rumania en 2018: allá también, como en cualquier parte del mundo, es posible ser feminista, pro-aborto y al mismo tiempo, dudar en abortar.
Mariana no hace concesiones sobre su cuerpo ni sobre su obra. Y, a pesar de desobedecer el pedido del productor, termina recibiendo sus felicitaciones por un trabajo bien realizado. Pero Mariana no busca la aprobación del productor, como tampoco espera ser amada por su (ex)pareja. En una escena, dice: “Quizás no nací para ser querida, pero así soy”.
Quizás no sea “querida”, pero es coherente, tanto en su vida privada como en su vida profesional. Es un personaje que actúa y que piensa; y Jude se encarga de visibilizar ambos procesos de acción y de pensamiento y cómo los dos coexisten, cuando hay coherencia, tanto en la vida profesional como en la vida personal.
Para Hannah Arendt, el pensamiento y la acción no ocupan el mismo tiempo ni el mismo espacio. Suceden de forma separada. El film también separa el pensamiento de la acción; el registro de la obra teatral ocupa 20 minutos del final del film y está filmada con múltiples cámaras digitales que cambian la estética a la que nos habíamos acostumbrados en los 109 minutos anteriores, donde veíamos todo lo previo a la obra. La obra se distancia estéticamente del resto del film, pero sigue siendo parte de la misma reflexión.
Mientras Mariana observa la obra final entre los espectadores, la vemos nerviosa, pensativa, sin dejar de dirigir a los actores. El trabajo del artista parece ser una excepción a la separación del actuar y del pensar: el artista actúa y piensa, a veces al mismo tiempo. Llega un momento en el cual el artista, completamente entregado a su obra, la abandona. En ese momento la obra se termina de hacer. El artista se separa de la obra, porque la obra ya tiene vida propia. Y si es buena, y si se ha hecho con todo el pensamiento y la reflexión necesaria, la obra será suficiente.
Pero la obra nunca es suficiente, y el pensamiento no se queda estancado, sino que se transforma. Después viene otro pensamiento, otra reflexión, otra obra.
Al final del film, cuando termina la obra en la que Mariana Marin ha trabajado tanto, la vemos sola, absorta en sus pensamientos y con el deseo de seguir haciendo, investigando, creando. Quizás en la obra no pudo lograr exactamente lo que quería, pero en la siguiente oportunidad lo seguirá intentando. En el proceso de creación, antes/durante/después del desarrollo del producto final, ahí está el pensamiento.