VALDIVIA 2015: KAILI BLUES DE GA BIN

VALDIVIA 2015: KAILI BLUES DE GA BIN

Por Mónica Delgado

Kaili Blues es un film fascinante en la medida que su motor es la posibilidad de plasmar el tiempo en su convención y materialidad. ¿Cómo captar el devenir? ¿Cómo atrapar la esencia del tiempo en su continuidad? El reloj como metáfora está presente desde el inicio, sobre todo a partir de la fijación de uno de los personajes por hacer visible esta necesidad de controlarlo. Pareciera que desde los primeros minutos el joven cineasta chino Ga Bin fijara desde este motivo el impulso y determinación que gobierna el film.

La película no está alejada de las motivaciones de otros cineastas de su generación, en la de ofrecer una mirada personal de la China rural y periférica, imbuida en los estragos de la industrialización a costo de subempleo, pobreza y decadencia moral, reflejada en familias rotas, personajes abatidos y una atmósfera enrarecida con visos de fantástico. Ga Bin expone sus recuerdos en esta Kaaili de niebla espesa, de personajes fantasmales y de aliento poético que logra abstraer a lo cotidiano de su alineación y fastidio. En la televisión se oye la narración de poemas mientras la gente sigue liada aún a los rezagos del pasado, recuerdos amorosos y afectuosos que parecen estar desapareciendo.

Hay una musicalidad del registro del movimiento, desde estas entradas al túnel, de los trenes yendo y viniendo, de los viajes en moto, motivos ya conocidos en la misma historia de cine como referentes o símbolos del devenir, de sus conexiones entre dos estados distintos, de reflejo de aquello que sucede y se capta en el instante, como en las escenas del reloj dibujado en la pared cuyo curso depende de la calidez del sol, que va marcando según sus sombras, el paso del segundero. Esta dispersión del paso del tiempo adquiere un sentido de irrealidad, muy a lo Apichatpong Weerasethakul, cruzando no solo tiempos, sino también otorgando un halo onírico que propone un nuevo curso de lo narrado.

Hay en Kaili Blues un plano secuencia de cuarenta minutos que es todo una declaración de principios: el director como conductor total de todo lo que se propone en las imágenes, camarógrafo tozudo que sigue a los personajes pero también distraído por la aparición de seres en tránsito permanente, en un viaje por momentos atmosférico por una China rural de calles y barrios pequeños. Un plano secuencia que propone el curso del tiempo indisociable, continuo, pero necesariamente liado a la ilusión, el sueño o imaginación, en oposición a la primera parte del film, de puesta en escena centrada en planos fijos de tono más «realista».

Pero no todo luce asombroso. Quizás esta partición que permite que este flujo continuo sea el tono de la puesta en escena de la búsqueda de un sobrino vendido de niño, basado en lo absurdo, extrañamente onírico, propicia la desnudez del artificio. Es como si por la proeza técnica de lograr de modo cuasi perfecto el seguimiento en moto y a través de pasajes a sus personajes en pleno movimiento, el alma de la historia se sometiera exhaustivamente a lo onírico, donde encuentra sentido y justificación. Un ejemplo: la cámara se engancha con una mujer de falda amarilla que cruza en bote el río, pero que lo hace sin un objetivo claro, sin una motivación, más que estar al servicio de ese ojo capaz de demostrar la extensión de un plano que puede parecer aguerrido, inteligente, y a la vez sencillo. Cruza el puente, la cámara se coloca al extremo del bote para poder observarla, luego desciende y la sigue sin despegarse de ella, pero luego comienza el retorno por un puente cercano que vuelve al mismo punto en que comenzó el seguimiento a esta mujer. Así la necesidad del bote sobre el río se convierte en énfasis del artificio, en la necesidad de mostrar con orgullo esta posibilidad del viaje sin obstáculos. Es como si la única posibilidad de capturar este flujo continuo del tiempo fuera desde la ensoñación, que permite licencias argumentales (el asomo del absurdo: la banda de rock, la pandilla de mototaxistas, todos consumen y pocos pagan) y hace posible un devenir que simula lo perfecto.

Pese a estas observaciones de carácter técnico, Kaili Blues logra ensamblar todo un imaginario desde la materialidad del tiempo, desde lo coreográfico y matemático, desde lo simbólico y sociológico, permitiendo una mirada a un espacio determinado que se va difuminando entre pasado, presente y futuro, de fantasías y miedos pocas veces visto en el cine actual.

Kaili Blues (Lu bian ye can),  China, 2015.
Dirección: Gan Bi
Guión: Gan Bi
Producción: Heaven Pictures (Beijing) The Movies Co.
Fotografía: Wang Tianxing
Música: Lim Giong
Reparto: Chen Yongzhong, Guo Yue, Liu Linyan, Luo Feiyang, Xie Lixun, Yang Zhuohua, Yu Shixue, Zhao Daqing, Tianxing Wang