VALDIVIA 2015: MOTU MAEVA DE MAUREEN FAZENDEIRO

VALDIVIA 2015: MOTU MAEVA DE MAUREEN FAZENDEIRO

Por Mónica Delgado

Motu Maeva se sostiene en lo mimético: una cineasta que comparte su mirada con la de un esposo devoto de las cámaras y de su registro de viajes. Dos miradas que se encuentran y que se van absorbiendo una a otra. Las fronteras invisibles entre estos dos modos de registrar a un mismo personaje, Sonja André, que permiten a su vez difuminar tiempos y espacios. Motu Maeva es el nombre del paraíso de influjo tropical que Sonja a construido en algún lugar de Francia y que le rememora sus días en Tahití, una de las colonias donde vivió acompañando a su esposo, un agregado militar. La textura del Super-8 y la desnudez del soporte permiten esta extrañeza anacrónica, la nostalgia y la confirmación de que la distancia entre ausencias es apenas inexistente.

Maureen Fazendeiro, en esta su ópera prima, elige el relato en primera persona de Sonja como sostén de toda la sensibilidad del film, la de sus recuerdos, que transmite la imposibilidad del desapego y desarraigo, y de la permanencia de un mundo bucólico que parece perdido. Sonja es la voz que va describiendo las imágenes, como si acompañara al espectador en la misma proyección, con sus afirmaciones y anecdótas que van recreando y sublimando, donde puede aparecer la canción La Malagueña como parte de este otro momento paralelo de expectación de las imágenes, que imaginamos, como si Sonja relatara mientras ella misma contempla en algún lado de su casa esta enorme serie de «crónicas de viajes».

Motu Maeva no solo es un ensayo íntimo, una mirada cuasi autobiográfica de esta anciana plena y vital, sino también una inmersión de cuarenta minutos dentro de esta arcaida a la cual solo se puede acceder tras la complicidad de un paseo en bote por un laguna, una suerte de umbral a este mundo lleno de pasado. Por ello, los primeros minutos de este mediometraje es un acomodo físico dentro de este Edén solitario y lejano hasta que logra irrumpir la presencia de Sonja, que aparece rememorando su frío vínculo materno, en tiempos de guerra. La figura de la madre es rápidamente cambiada por la del esposo, en su etapa inicial de enamoramiento y en la terca necesidad de llevarla a todas partes donde él trabajara, colonias en África y Oceanía, a mediados de los años sesenta. Desde ese momento de la narración, Sonja y los vestigios del registro en Super-8 del esposo, ya ahora ausente, se vuelven una unidad férrea.

Las danzas, los habitantes de las colonias, el modo en que el esposo de Sonja los observa y captura, adquieren sí el influjo de lo festivo y alegre, como si fueran documentales a la caza de reconocer la misma fascinación y encanto de quién filma al hombre en comunión con la naturaleza, como si no hubiera motivos para hurgar en aquello que desestabilizara la relación de dos extranjeros en tierras que asumían como propias y familiares. Para Sonja, sus recuerdos son absolutamente selectivos, donde gravita la figura del esposo, enamorado y deslumbrado con la posibilidad de ser el autor de su propia memoria. Así como Sonja construyó esta arcadia que la inserte en la materialidad de su recuerdo, Maureen Fazendeiro elabora este nuevo paisaje idílico paralelo, hecho de retazos de tiempos idos, que solo permiten epílogos de bailes felices, desde la calma de alguien que goza y persiste gracias a esta reserva de imágenes que revitalizan y eternizan.

Dirección: Maureen Fazendeiro
Fotografía: Isabel Pagliai, Maureen Fazendeiro
Sonido: Jules Valeur, François Abdelnour
Edición: Catherine Libert
Edición de sonido: Miguel Martins
Reparto: Sonja André
Francia, 2014