Por Mónica Delgado
Marco Bellocchio recrea el mismo espacio en tiempos diferentes. Un convento en la zona italiana de Bobbio en los siglos XVII y XXI. Cambian los personajes, pero no su fisonomía: actores que encarnan a uno y otro papel dentro de dos relatos que apuntan a una misma finalidad.
Más de trescientos años de diferencia en el mismo lugar, espacio que da cuenta de algunos cambios sobre la percepción de la modernidad: un tránsito meteórico y chocante que propone una reflexión sobre aquello que sostiene a la iglesia católica. Primero, nos ubica en pleno siglo XVII para indagar en el caso de una monja enterrada viva por orden de la Inquisición, y luego, en una clara segunda parte nos vemos inmersos en pleno siglo XXI, y narrado con un estilo de comedia grotesca, en medio de una historia de vampiros en el mismo recinto de fe.
En Sangue del mio sangue, Bellochio propone profundizar sobre una lectura de lo moderno desde los preceptos que sostienen aún a la iglesia en una doble vía, que corresponde también al modo en que divide su relato: sobre el meollo del dogma oscurantista y sobre la naturaleza misma de lo fantástico, como necesidad inherente a la existencia. Como si las creencias y la fe, aquello que responde a una necesidad por lo inefable e inasible de la santidad y el milagro pudiera ser comparado con la aparición de vampiros, que usurpan territorios abandonados y solitarios en medio de ciudades con habitantes enloquecidos y extravagantes.
La primera parte (más el epílogo) de Sangue del mio sangue (Italia, 2015) propone una perspectiva incluso pictórica propia del barroco o a lo Rembrandt, definida por un estilo de planos centrados en la presencia de este convento que se erige como referencia arquitectónica en una comunidad pequeña. Mientras en la segunda parte, el convento aparece mimetizado en medio de una gran ciudad, de bares y plazas, de callejuelas y hoteles, como si la necesidad del ocio hubiera usurpado lo sacro. Por ello, el símil de esta decadencia moral solo puede verse desde una incursión en lo fantástico, donde emerge la figura del vampiro, clase social en extinción, oculta, resignada a vivir en un lugar en apariencia inviolable, el convento que cientos de años atrás era espacio de fe pero también de horrores.
En Sangue del mio sangue hay una escena antológica y que define la «racionalidad» del film, en ese encuentro de vampiros reprimidos en su normalidad, y conscientes de su condena, e inmersos en un contexto social y cultural donde su casta es casi un gueto de ritos y cantos para pocos oyentes y sin víctimas qué morder. «Quiero acariciar, no me apetece morder», menciona un vampiro, expresando así una subversión y también conformismo ante una inevitable batalla ya perdida.
Director: Marco Bellocchio
Productores: Simone Gattoni, Beppe Caschetto
Guión: Marco Bellocchio
Fotografía: Daniele Ciprì
Sonido: Lilio Rosato
Música: Carlo Crivelli
Edición:Francesca Calvelli, Claudio Misantoni
Reparto: Roberto Herlitzka, Pier Giorgio Bellocchio, Lidiya Liberman, Fausto Russo Alesi, Alba Rohrwacher