Por Aldo Padilla Poma
Intentar definir un evento, estilo, obra de arte cualquiera, siempre implica utilizar elementos básicos como la comparación, adjetivos superlativos, y también el contexto geográfico. En nuestro caso, definir el Festival Internacional de Cine de Valdivia es un reto mayor debido a la compleja personalidad que ha ido adquiriendo en estos años, y para la alegría cinéfila la complejidad radica en la sencillez de su propuesta: películas pequeñas y sensibles, pero siempre manteniendo esa audacia, que la aleja de los festivales grandes.
Valdivia también ha demostrado una igualdad de género entre sus participantes pocas veces vista (consciente o inconscientemente), y para muestra basta ver que de los últimos cuatro ganadores de su competencia oficial, tres han ido a parar a directoras, y para este año cuentan con cinco mujeres de doce participantes en la búsqueda del Pudú de Oro, algo que en los llamados «grandes festivales» es muy poco habitual. Punto intermedio se debe dar al animal que representa la estatua que se le da al ganador del festival; el pudú es una especie exclusiva del sur chileno argentino, un cérvido de tamaño pequeño, cuyo aspecto un poco huidizo y tímido va de la mano con la esencia del festival.
El año pasado la francesa Motu Maeva, una ópera prima con solo 42 minutos en clave de «found footage», se adjudicó el premio mayor, y mostró uno de los múltiples caminos que quiere mostrar Valdivia, para consolidar su lugar en el mundo, de esta forma la programación se abre totalmente y no distingue entre los 42 minutos de la ganadora del 2015 o las casi 3 horas de la portuguesa E agora? Lembra-me, que se coronó en 2013. Ni falta hace decir que los filmes que se presentan rondan la ficción, no-ficción y una serie de híbridos entre ambos, que da constancia de la vitalidad que busca Valdivia en el ámbito del cine latino y mundial y sus nuevos lenguajes cinematográficos, con directores que por lo general están realizando sus primeras o segundas películas.
Para la edición 2016, una de las primeras películas en competencia, tiene una mágica duración ya nombrada, 42 minutos: la franco-argelina The Trial Garden, o Le Jardin d’Essai (en la foto) de la directora Dania Reymond, cuyo título da claves de este documental ficcionado. Por un lado, el título francés alude al espacio físico con el mismo nombre donde se filma la película, ubicado en el barrio Hamma en la capital argelina, donde el desarrollo plantea una meta ficción de un director de cine tratando de llevar adelante una película, con escasos recursos y en medio de todo tipo de trabas. Y por otro lado, el personaje trata de filmar una historia sobre una ciudad sitiada, en este jardín de pruebas donde se ensaya el cultivo de todo tipo de vegetación y a la vez trata de dar origen a un film, cuya ficción se confunde con los problemas reales del reparto. En The trial garden, el espacio es otro protagonista, con su exuberante belleza, y donde cada sector del parque define también el ánimo de los protagonistas, entre la intensidad del ensayo y rodaje y la frustración de las malas noticias que va soltando el director. Claramente se ve como el festival apuesta por propuestas con un recorrido internacional muy breve, ya que la película de Raymond apenas se ha visto, y precisamente el jardín de pruebas cinéfilo del sur chileno, ve nacer a estas obras que luchan por un espacio de exposición a pesar de su modestia inherente.
Y a pesar que el eclecticismo y frescura de la competencia internacional es la mejor definición del festival, las secciones paralelas muestran el mismo espíritu. Por un lado, la competencia nacional muestra la efervescencia del cine chileno que tanto está fascinando en festivales grandes y pequeños, y por el otro lado, la sección Galas también trae el cine de directores ya consolidados pero que mantienen ese cine frágil y personal que los ha llevado al sitio de maestros que ya tienen. Un ejemplo es el director argentino Matías Piñeiro, que luego de dos películas premiadas en la competencia oficial, viene a presentarse en esta sección con Hermia & Helena, luego de haber recibido una gran acogida en Locarno, lo cual impulsa la ideología de Valdivia: brazos abiertos a esos directores que en su momento triunfaron en Valdivia y que luego extrapolaron su éxito al mundo entero.
Hay mucho más que hablar de Valdivia, las muchas secciones paralelas con cine de vanguardia y casi de guerrilla, el ambiente de distensión que se siente, en contraposición de las alfombras rojas de los festivales capitalinos latinos, o la misma ciudad, cuya magia hace que tanto amante del cine vuelva año a año. No tan solo por la gran calidad de las películas, si no por todo el aura que rodea a un festival que ante todo busca descubrimientos y que se resume en la frase emblema de este año: Clásicos del futuro.