Por Mónica Delgado
Let the summer never come again de Alexander Koberidze plantea un doble reto al espectador, tanto en su más de 200 minutos de metraje como en la experiencia del pixeleado o la imperfección del digital, desde el registro a través de un teléfono celular, defecto o valor que se multiplica al proyectarse en una inmensa pantalla.
Por este mismo planteamiento ya riesgoso, el film fue exhibido y discutido en la Woche der Kritik en el marco de la reciente Berlinale, donde obtuvo una mirada de atención especializada, debido sobre todo a las dos características ya mencionadas. Koberidze estaba pasando a la historia con un film de producción mínima, convertido en épica, que a diferencia de films recientes hechos con celulares como Tangerine de Sean Baker o Sleep has her House de Scott Barley, propone una mirada desde el documento de una Georgia independiente y detenida en el tiempo.
Presentada en la selección oficial de largometrajes del Festival de cine de Valdivia, Let the summer never come again se propone como una gran retrato de Tbilisi, la capital de Georgia, desde el fragmento, diversos pasajes inconexos, utilizando la aparición de subtítulos o la narración de una voz en off que va relatando algunos incidentes en tercera persona. Koberidze emplea diferentes recursos de la narración pero sin un hilo claro o estanco, y apela más bien a lo episódico, a la anécdota, juega con elementos del cine silente y poco a poco abandona la idea de lo observacional, para trasladarse a un imaginario de ribetes más poéticos.
La primera afrenta, la de construir un universo de planos elaborados desde un recurso primario (una cámara de un teléfono celular obsoleto) permite la abstracción de esta realidad que se capta. Así, Koberidze no solo transmite la imposibilidad de un registro fidedigno de la realidad con un aparato de tecnología atrasada, sino que apuesta por construir este imaginario desde esta limitación. Hay algunos momentos en que el cineasta introduce planos grabados en HD, de una memoria analógica, de películas en 35 mm y de proyectores, que de alguna manera revelan el polo opuesto de esta necesidad técnica, y que solo los utiliza como tránsito a otros pasajes de film o para tiempos de reflexión en primera persona que lo grabado precariamente en digital no tiene.
Y la otra afrenta que propone Koberidze está en el registro extremo de una ciudad que se construye a sí misma. ¿Pudo contar lo mismo en menos tiempo? ¿Por qué esta necesidad del cineasta por dilatar la narración? Por un lado, existe la posibilidad de luchar contra el mismo soporte utilizado, de hacer de que estas memorias digitales se expandan lidiando con su misma precariedad, y por otro lado, hacer una épica sobre este entorno, disperso, en constante movimiento. Lo que sí queda claro es la de mostrar esta Tbilisi desde la única manera que dispone el cineasta, desde la textura del pixel y de un mundo libre de diálogos.
Let the summer never come again
Director: Alexandre Koberidze
Guion: Alexandre Koberidze
Productores: Alexandre Koberidze, Nutsa Tsikaridze, Keti Kipiani
Alemania
2017