Por Mónica Delgado
La figura del cargador en el cine peruano, como en algunos films latinoamericanos, estuvo al servicio de un imaginario contra la opresión y en pos de generar conciencia sobre estructuras sociales sostenidas en relaciones de poder económicas, sociales o étnicas. Con la intención de la denuncia social y política, dos cortos emblemáticos de los setenta hicieron del cargador un icono de aquello que estaba mal en el país: personas sometidas a la explotación de sus propios cuerpos como síntoma de un olvido estructural e institucional. Con los años, este tópico o figura se fue repitiendo de distintas maneras, aunque ya no con la misma finalidad política, pero sí con el mismo sentido representacional, muchas veces, inconsciente. Seres solos, inmersos en una comunidad de la cual no forman parte, debido a un trabajo alienante y explotador.
Selecciono una serie de films, documentales y ficciones, cortos o largos, entre 1961 y 2017, donde la figura del hombre o mujer cabizbaja, cargando reses, plátanos, cajas de gaseosas, camas o costales de semillas, se sigue perpetuando desde la mirada observacional o el registro de toques naturalistas. Estos films hablan de cuerpos, de sus rutinas, de su inexorable necesidad, pero también de espacios hostiles que permiten preservar estos modos de supervivencia y trabajo, como en el film de Herzog que cito al inicio: cuerpos que pueden pasar por linderos estrechos, al ras del abismo, que pueden descargar decenas de kilos en sus espaldas del río al mercado, de la plaza al comerciante, o simplemente subir una cama por una escalera larga al gusto del cliente.
Se cuestionan formas de explotación (aún vigentes de alguna manera), pero, paradójicamente, a partir de estas imágenes se legitimó un tropo que homogeniza. Se tuvo la intención de dar visibilidad al indígena, ya como protagonista de esta serie de vaivenes, como pasa en Sin título (1974) del grupo Liberación sin rodeos, desde la mirada que parece no juzgar, solo observar, en un sentido estructurado de cuerpos y movimientos, de acciones sucesivas, que convierten al cargador en un sujeto atrapado en una dinámica esclavizante. O como en El cargador (1974) de Luis Figueroa, que a partir del famoso testimonio de Gregorio Condori Mamani, realiza un retrato crudo, desde su propia voz. Sin embargo, la figura queda, ya como lugar común de una mirada exotizante o como gráfica de una realidad poco cambiante.
En este video ensayo exploro este limbo, entre la denuncia y la exacerbación de un tropo (de la colonialidad) nada feliz.