Por Mónica Delgado
A partir de Punta sacra podríamos comenzar a categorizar una posible nueva hornada de films donde la pobreza ya no es parte de un sistema para representar miseria, decadencias sociales o ruinas económicas, sino para mostrar su reverso: comunidades resilentes, fraternidades esperanzadas, o quizás, un tipo de alienación donde la exclusión ya no marca o estigmatiza. Quizás este giro en el tratamiento logró la atención del jurado en la reciente edición de Visions du Réel, que la premió como mejor largo de la competencia internacional.
Tampoco se trata de un documental que se regodee en la sublimación de la marginalidad o la pobreza, sino más bien se posa sobre los habitantes de esta comunidad de un modo asertivo, donde capta conversaciones, discusiones, o celonmemoraciones, de una manera cercana, para sacar lo mejor de ellos, para lograr que los admiremos y queramos, bajo el seguimiento de una cámara que es un pariente más, registrando todo siendo parte de las familias dentro de sus pequeños espacios hogareños, en un barrio de estructura matriarcal condenado a la tugurización.
Ya en su corto Il Premio (2024), la cineasta Francesca Mazzoleni había rodado en Idroscalo, zona periférica de Roma, casi un arrabal, cerca a las costas, pero para narrar una historia de ficción sobre una frustración juvenil. Y en Punta sacra (2020), regresa pero para hacer un registro de una cotidianidad, sobre todo desde las mujeres, tanto abuelas, tías, madres, e hijas adolescentes o niñas. Y para transmitir los aires de este territorio, casi todo está inundado de música extradiegética que recuerda mucho al toque de los films indies estadounidenses (que pasa del ambient, al pop, o a un estilo noventero), y por momentos a un pago, gratuito, a algunas atmósferas a lo Terrence Malick. La música que “embellece” las imágenes.
En Punta sacra, el registro de un barrio marginal en las afueras, se construye a partir de diversos puntos de oposición o correspondencia, uno histórico, por ejemplo, en relación al lugar donde fue asesinado Pier Paolo Pasolini, muy cerca a Idroscalo, pero que según los testimonios del lugar, el crimen es atribuido a otra zona. O la relación fuera de campo con Roma, que luce lejana. Pero también esta percepción se construye desde algunos personajes, como el de rapero migrante chileno, quien habla de Víctor Jara y cuestiona las decisiones políticas que permite la existencia de los excluidos del mundo. El acceso a la educación, el derecho a un trabajo, o el rol de la manuntención de los hogares a cargo de las mujeres salen a flote, pero no desencadenan una ola de frustración, sino que bajo los ojos de la cinesta esto luce como un estímulo, una realidad para sacarle la vuelta, en un futuro que se puede imaginar.
La cineasta Francesca Mazzoleni logra, en su segundo largo, transmitir un sentido de comunidad en este terreno que nació de la ilegalidad, desde planos que no omiten el uso de drone, que permite ver la naturaleza de la distancia y la barrera geográfica que forma esta suerte de península. Es decir, las familias de Idroscalo unidas pero porque se muestran coherentes con la naturaleza del espacio en el que viven, donde solo se tienen a ellos mismos, casi encerrados en sus conversaciones, celebraciones, cantos y bailes.
Competencia internacional de largos
Dirección: Francesca Mazzoleni
Fotografía: Emanuele Pasquet
Montaje: Elisabetta Abrami
Productor: Alessandro Greco
Producción: Morel Film, Patroclo Film
Italia, 2020, 96 min