Por Mónica Delgado
El reciente cortometraje hispanocolombiano del cineasta español León Siminiani, visto en la reciente edición de Visions du Réel, parte desde una tesis de ciencia ficción distópica, sin embargo como su objeto de análisis o elucubración es sobre parte de América Latina, la materia en la que se soporta todo el trabajo no puede ser más que palpar la realidad misma. En Síndrome de los quietos se apela al espíritu del mockumentary, el ensayo visual, o, en todo caso, a la permeabilidad de los dispositivos documentales para indagar en algunos motivos que propician una perspectiva para el análisis histórico de Colombia, sobre todo producto de las crisis políticas y la violencia estructural vivida a lo largo de la vida republicana.
El corto parte en 2018, con el anuncio de que un grupo de cineastas autodenominados Los quietos realizan un film ensayo sobre un síndrome de inamovilidad que cubre toda Colombia. Este punto de partidainmediatamente establece un puente emocional y metafórico con el aislamiento o distanciamiento social en la pandemia que vivimos, sin embargo esta relación no es la que desarrolla este trabajo de Siminiani, sino la de una acuciosa y creativa interpretación de la realidad social colombiana a partir de una dicotomía o simbiosis: la del ruido y el silencio. ¿Cuáles son esos ruidos que identifican a Colombia? ¿A qué se refieren con esta quietud que permanece a lo largo de los hechos? ¿Es la quietud en las calles que logran los partidos de fútbol de la selección nacional en un Mundial? ¿Cuándo está quieta Colombia? Estos dos elementos -e interrogantes- se van a convertir en la estética y lógica del film, ya que se desgrana la tesis inicial en una apuesta sensorial, de percepción, formas y discursos, donde los ruidos y silencios (y su quietud como resultado) se vuelven físicos, tangibles, observables para analizar no solo la psique colombiana en contextos de revueltas y violencia, sino las formas de una memoria. Por ello, este trabajo de Simiani es una reflexión sobre el poder de las imágenes y sus ruidos, que imaginamos de todas formas ante su ausencia.
En Síndrome de los quietos aparece entrevistado en su casa el reconocido cineasta Luis Ospina, fallecido en 2019. Por un lado, asoma un aspecto nostálgico ante la figura de este admirado documentalista colombiano, pero su presencia allí no solo es la del homenaje, sino en relación a la dicotomía establecida por Simiani en torno al Ruido/Silencio. “Somos un país que no podemos hacer nada sin ruido”, indica Ospina. “Un día tenemos el ruido de la campaña electoral y en otro, lo de la Copa mundial de Fútbol” agrega. Ospina reflexiona, comenta sobre algunos trabajos, el censo del año 93, sobre aquellas veces en que Colombia estuvo quieta de verdad, pero sobre todo está allí para poner en marcha un deseo de cariz performativo a cambio de que el equipo use algunas imágenes de sus cortos: colocar un grupo de artefactos informáticos en desuso (monitores, CPU, teclados y demás) en la pista al frente de su casa y grabar el periodo en que demoran en desaparecer del lugar. Otra forma de lo silencioso.
Mientras la presencia de Ospina establece la reflexión desde el ámbito de las imágenes y lo cinematográfico en esta dualidad y dialéctica de ruidos, quietudes y silencios, Simiani también reúne a otros dos analistas para explorar estas simbologías sociales que establece esta cultura o síndrome de quietud. El candidato presidencial Gustavo Petro, quien perdiera las elecciones en 2018 ante Iván Duque, se vuelve una voz reflexiva que va dando forma a esta imposibilidad de la quietud, no solo comentando elementos de la opinión pública en un proceso electoral sino relacionando esto a una fisonomía del territorio marcada por la desigualdad y las clases sociales. Aquí, Simiani trae a memoria imágenes sobre la marcha del silencio, que reunió según fuentes históricas a más de cien mil personas, y que fue impulsada por el político Jorge Eliécer Gaitán en 1948, y que reveló en su momento un modo de protesta y de poder popular basado en el duelo. Y también aparece el escritor Juan Gabriel Vásquez, autor de El ruido de las cosas al caer, quien va añadiendo una sensibilidad particular sobre hechos históricos como el magnicidio de Eliécer Gaitán, pero también sobre la urgente suspensión o quietud que es necesaria ante el ruido, ya como modalidad para afrontar los ecos de la memoria.
En este trabajo hay una voz en off de una investigadora que va desglosando algunas motivaciones en todo el metraje, y que además, cuenta que edita el material para mostrarlo a una audiencia (como en los clásicos films de material reencontrado). Por otro lado, en alguna parte el mismo Simiani indica a su equipo que no existe guion alguno para el desarrollo de este film, sino más bien que solo hay un hilo conductor formado por los testimonios de los entrevistados. Y es este el corazón de la película, que establece una arqueología de los ruidos desde las experiencias de un cineasta, un político y un narrador, sobre cómo esta conciencia de lo sonoro es parte esencial de las composiciones sociales y de sus percepciones, para darle un valor incluso a imágenes sin sonido que la censura o la precariedad no han podido ocultar. Por ello, el final de Síndrome de los quietos es de una sutileza antológica.
Competencia de cortos y mediometrajes
Dirección: León Siminiani
Guión: León Siminiani, Jorge Caballero, Miguel A Trudu
Empresa productora: GusanoFilms
Producción: Jorge Caballero
Fotografía: David Correa
Edición: Miguel A Trudu
Sonido: Alejandro Molano, Francesco Lucarelli, Nacho Royo-Villanova
Música: Konga music
Animación: Fernando Marcilla
FX: Fernando Marcilla
Colombia, España, 2021, 30 min