Por Pablo Gamba
Zelfportret 470 reúne 17 autorretratos de mujeres cineastas y videastas de la Asociación de Realizadores Experimentales Audiovisuales (AREA), residentes en Argentina. Comprende desde la que es considerada la obra pionera del género en ese país, Roles (1988) de Graciela Taquini, hasta cinco fechadas en 2018. El nombre viene de un cuadro de 1548, en el que la pintora renacentista flamenca Catharina van Hemessen se representó a sí misma pintando, cuando tenía 20 años de edad. Es considerado por muchos el primer autorretrato de un artista, y fue una mujer la que lo realizó.
La muestra fue presentada primero en Boston, como parte de un intercambio con el AgX Film Collective, que comenzó con la exhibición de un programa de cortos del grupo estadounidense en Argentina, en diciembre. El 23 de marzo se estrenó en Buenos Aires, en la Casa Nacional del Bicentenario.
Taquini dijo en la presentación que una característica general de los autorretratos actuales de Zelfportret 470 es la falta de referencia al contorno social, lo cual comprende la vida del hogar, con la consecuente omisión de los problemas que afrontan las mujeres en esos ámbitos. Una notable excepción de lo último es Doméstico (2007) de Gabriela Golder, en el que una serie de mujeres de edad madura o mayores manifiestan un lugar común de la rabia y la frustración: romper platos arrojándolos con fuerza al piso.
Roles coincide con muchas de las piezas recientes de la muestra en la concepción multifacética de la identidad. Pero se diferencia en que la autora la relaciona con imposiciones sociales. El personaje de Taquini en el video se confronta con eso echada en el piso. Palabras con las que ella recuerda haber sido llamada le son gritadas mientras permanece en posición fetal, quizás metáfora de un ideal estado preidentitario. “Profesora” le dicen, por ejemplo, pero también “puta”, con Only You de los Platters como irónica música de fondo. La banda visual incluye registros de los correspondientes roles sociales, desde la foto de la infancia hasta su trabajo como docente.
En las piezas de Taquini y Golder lo dominante es la crítica social, por lo que están marcadas por una voluntad de comunicar. Es algo también presente en una de las obras actuales más llamativas de la muestra, Yo. Vos. Todos (2018) de Fabiana Gallegos. Se trata del video que cierra un proyecto iniciado en redes sociales y que fue presentado como instalación.
Yo. Vos. Todos es una exploración de la identidad, ya no personal, ni de género, ni social ni nacional sino de la especie, a través de un primer plano en constante fluctuación, lo que incluye la hibridez de los rasgos masculinos y femeninos, entre otras posibilidades. Fue realizada a partir de un archivo generado en Tumblr, con las fotos que la artista pidió que le enviara cualquiera que considerara que tiene algún parecido con ella. En la imagen cambiante, sin embargo, se percibe un denominador común. La toma de posición, en una época de conflictos por la definición excluyente de las identidades, consiste en recordar la identidad genética de los seres humanos.
La carencia (2018), de Ana Villanueva, es el registro de la destrucción de una diapositiva mediante el uso de lavandina. Se trata de un procedimiento de intervención de material encontrado que frecuentemente utilizan los realizadores de cine experimental. Aquí es llevado hasta sus últimas consecuencias: la disolución total del registro fotoquímico de la imagen. Lo acompaña una progresiva distorsión de la grabación repetida de lo que parece ser la lectura de un fragmento de una carta. La combinación de ambos procedimientos recuerda la obra clásica del cine experimental argentino, Come Out (1971) de Narcisa Hirsch, en la que la imagen pasa de la indefinición del fuera de foco a la nitidez mientras se escucha la obra sonora de Steve Reich, en la que una voz se va haciendo ininteligible.
La memoria es el tema de La carencia, y por tanto la identidad. La película llama la atención sobre el problema de dónde y cómo quedan guardados los recuerdos. En el caso de la diapositiva se evidencia la fragilidad del material fotográfico, mientras que la grabación llama la atención sobre la inevitable decadencia y pérdida de los registros electromagnéticos de cualquier tipo.
Pero la pregunta más importante, y que hasta ahora no tiene respuesta en la ciencia, es por la relación entre la experiencia de la memoria y el cerebro humano. La transformación ante los ojos del espectador de la imagen de la diapositiva en un líquido amarillento, y de las palabras de la carta en un ruido ininteligible, son una espantosa metáfora del olvido, así como de las patologías de la capacidad de recordar, como el alzhéimer.
En otras de las piezas de Zelfportret 470 la comunicación no es tan marcadamente dominante, sino la exploración poética de la misteriosa multiplicidad y fluctuación del yo. Un ejemplo es Agua viva (2016) de Luciana Foglio, sobre la fugacidad de la percepción que es la base de la experiencia de toda persona consigo misma y con el mundo, y conformadora, por tanto, de la identidad. La primera parte hace ver cómo el rostro, tan importante para identificar a la gente que es reproducido en los documentos respectivos, es esencialmente una construcción hecha a partir de impresiones luminosas. Si se va la luz, los rostros desaparecen.
El título viene de un texto de Clarice Lispector, fragmentos del cual son leídos en la banda sonora. En Agua viva la escritora brasileña trata de “captar la cuarta dimensión del instante”, la del tiempo presente de la vida. En la película se utiliza para ello el formato fílmico, análogo a los sentidos por su capacidad de registrar impresiones: imágenes que son huellas químicas de la luz reflejada por las cosas. La limitación que hasta hace poco existía para acceder a cinta Super 8 en color se convierte en una ventaja, porque el blanco y negro es lo más apropiado para hacer patente la cuestión de la luz. La exhibición del corto, sin embargo, se hizo en formato digital.
El paisaje y los animales, presentes en Agua viva como captados en tránsito, en el transcurso de un viaje, pueden ser vistos como sinécdoque de la experiencia del mundo. Dejar de lado imágenes que pudieran plantear otros problemas, permite concentrarse en la fugacidad de lo real.
Esa experiencia tiene como correlato el uso de la cámara Super 8, que por su ligereza puede efectuar movimientos que le dan al registro un aspecto análogo a la visión con los propios ojos. También el montaje fragmentario puede parecerse a la experiencia de recordar. Lo que queda de la fugacidad del vivir, que sería como el acto de filmar, puede tener una analogía con los rushes de una película en constante rodaje y remontaje, cuyo misterio reclama el esfuerzo de una razón poética, expresada a través de la voz.
La apertura a exploraciones como esta expande el concepto de autorretrato de una manera que no deja de ser problemática, aunque sus resultados sean fructíferos por lo que respecta a algunas películas incluidas en la muestra. Otro ejemplo es Metria (2014), comentada anteriormente en Desistfilm. Podría llegar a ser considerada un autorretrato en vista de lo expresado en la presentación por la realizadora, Melisa Aller: la interpretación de la actriz y sus movimientos mecánicos hacen referencia a la relación de ella con su cuerpo. Pero es difícil que eso pueda entenderse sin la explicación.
Entre los filmes que podrían ser más estimulantemente discutibles, por lo que respecta a su definición como autorretratos, se destaca Caracoles y diamantes (2014) de Paola Michaels. Es un corto en el que la autorreferencialidad se expresa a través de esos animales como metáfora del migrante, y se hace evidente en el primer plano de perfil de la realizadora, echada sobre la arena de una playa, como si el mar la hubiera arrojado allí.
Sobre todo hay que señalar que Caracoles y diamantes se distingue de otras películas de la muestra por su combinación posmoderna de la experimentalidad con el más trillado de los recursos del documentalismo: la voice over narradora. También por su parodia del documental científico de animales, género emblemático de la televisión educativa. Es una pieza que se abre así a un público potencialmente más amplio, sin claudicar en sus aspiraciones a tratar el tema de la identidad de manera profunda y poética.
La selección de Zelfportret 470 fue expresión de un espíritu democrático, al cual debe su existencia: surgió de un planteamiento de las realizadoras integrantes de AREA, cuya composición casi paritaria de hombres y mujeres no consideraban reflejada en la programación de las obras. Hay cierto desequilibrio, sin embargo, por lo que respecta a la calidad, lo que incluye la dificultad de homologar técnicamente los materiales. Pero es un detalle importante que un grupo de artistas haya delegado la selección en dos de sus integrantes: Ana Villanueva y Marto Álvarez. Eso permite contrastar su criterio con el de curadores que utilizan las obras –que deberían ser el centro de atención– como si fueran “insumo” de propuestas creativas propias.