Por Mónica Delgado
El pasado 18 de agosto se publicó el fallo del Concurso Nacional de Proyectos de Post Producción de Largometraje – 2017, donde de once films que postulaban a obtener algún incentivo económico, el jurado solo premió a uno. Es decir, solo se entregó una parte del presupuesto total asignado para este concurso, dejando entre líneas la posibilidad de que ninguno de los otros diez films estuviera a la altura del concurso. Digo «entre líneas» porque en el acta del fallo no aparece ningún argumento que describa el por qué no se optó por más ganadores.
El fallo resulta polémico en la medida que no contiene las razones por las cuales no se completó la entrega de los 170 mil soles, y que por norma ahora deberán ir a una bolsa que debe dividirse en nuevos concursos, a realizarse este mismo año (hay una lista de espera). La ocasión ameritaba una argumentación, más allá de la descripción de los usuales méritos del film elegido. El documental Prueba de Fondo, de Oscar Bermeo y Christian Acuña, fue premiado por unanimidad por ser una obra de «historias personales de esfuerzos y sacrificios de atletas», según el acta, pero no se menciona la razón de por qué se devuelve estos 170 mil soles. ¿Qué pasó con los demás films? Por un consideración a los participantes y a los ciudadanos (por tratarse de fondos públicos) se debió agregar al menos alguna frase, como suele suceder con la mayoría de fallos. De todas maneras cada postulante deberá recoger su expediente con la razón del rechazo, con las razones esgrimidas por el jurado, conformado por Juan Durán Agurto, Roberto Benavides Espino y Víctor Zarabia Almanza.
Pero la razón de este artículo no pretende llorar sobre la leche derramada, ni especular sobre las razones que tuvo el jurado. Más bien es una oportunidad para indagar sobre algunos paradigmas o sentidos comunes que parecen gobernar algunos juicios de valor al momento de abordar analíticamente un film, y que hemos hallado precisamente en las periferias o márgenes de este fallo.
Luego de la publicación del fallo, el miembro del jurado Víctor Zarabia publicó en su muro de Facebook las razones por las cuales no se premiaron a los diez films en cuestión (entre ellos trabajos de Manuel Siles, Javier Bellido, Antolín Prieto, Francisco Adriánzen, Farid Rodríguez, Álvaro Sarmiento, Manuel Eyzaguirre). Se trata de una visión personal, no sabemos los argumentos de los demás miembros del jurado, pero permite ahondar en estos sentidos comunes que siguen vigentes al momento de valorar un tipo de cine de estilos y apuestas muy lejos de la convención del cine comercial. Extraigo algunas frases: «estatismo sobre el trípode demasiados largos, hay planos de ocho minutos donde no se mueve la cámara», «planos abiertos en su mayoría que los hacen muy planas y frías», «Hay películas mudas, sin diálogos, son más reflexivas con miradas al subconsciente, pero pecan al ser largas…», «hay momentos que llegan al aburrimiento tras monótonos encuadres largos», «escenas que se repiten y se hacen largas llegando al aburrimiento».
Las descripciones de los trabajos que hace Zarabia parecieran poner en cuestión el dispositivo cinematográfico contemporáneo, o en todo caso, elementos de un cine que toma el dispositivo del documental o de la no ficción como si fueran defectos de «calidad»: planos secuencias dilatados, planos de larga duración, serie de panorámicos, ausencia de diálogos, huída del plano/contraplano, etc. Por ejemplo, un cine del tiempo -que explora la naturaleza del tiempo y el espacio-, quedaría fuera de cualquier posibilidad de ser valorado porque los dispositivos que usa para comunicarse con el espectador, o para mostrar su noción del mundo, no entran dentro de aquello «no aburrido» que Zarabia destaca. Si un James Benning, Lav Díaz, Pedro Costa o Lucrecia Martel postularan a los concursos de DAFO tendrían cero posibilidades de obtener algún premio debido a la predominancia de este sentido común, que es válido incluso en su obsolescencia, pero que reprime la existencia de un cine distinto y que precisamente por su diversidad de estilos y temas debería tener una oportunidad de atención.
El cine aburrido, o llamado despectivamente como cine «ansiolítico», como si el estado de ánimo del espectador se fusionara de manera mágica con la propuesta de los cineastas, es a todas luces aquel que difiere totalmente de las grandes producciones hollywoodenses, del cine mainstream de ritmo trepidante, de diálogos constantes y planos de microsegundos, un cine también asociado a los géneros y cierto convencionalismo de la puesta en escena; un cine de entretenimiento. Veinte años después de la discusión del «slow cinema» y del «otro cine», se sigue poniendo en cuestión el efecto que puede causar este tipo de películas como una cualidad inherente a su modo de producción y a su lenguaje. En todo caso, ¿es el aburrimiento una categoría para evaluar al cine?, ¿su efecto para causar sueño en el espectador es un valor agregado de su puesta en escena?, ¿una película es irregular o floja porque le aburre al que la vio? No, el cine no debe evaluarse solamente desde su capacidad para entretener, causar carcajadas o mantener en vilo en la butaca. ¿Qué se debe evaluar?
Los criterios de valor para analizar un film son inmensos, y no trato en este artículo de pontificar o normar un modo de ver cine. Sin embargo podría hacer un ejercicio y señalar que antes de tener al aburrimiento como categoría de valor, podría pensar en la relación de los personajes con el mundo que propone el cineasta, en los conflictos que construye, en su estructura, sus puntos de vista, en el modo de enunciación, su relación con otros films, con otras disciplinas, desde cómo se representan paradigmas, estereotipos, etc. Podría mencionar decena de categorías, apagar unas, revivir otras, pero donde el aburrimiento se encuentra sin espacio, y es más bien traducido como un lado fácil para explorar un film, desde la más laxa subjetividad. El aburrimiento es una sensación, o la antípoda de una emoción, pero que no permite para nada establecer elementos para enaltecer o desestimar en un film. Hoy me aburro con alguna de Christopher Nolan pero mañana quizás no.
En 2011, Juan Daniel Molero denunció que una comisión técnica de un concurso de cortometrajes del Ministerio de Cultura desestimó uno de sus trabajos postulantes, Los Abducidos, por ser «Demasiado oscuro, considerando más aun que se trata de exteriores selva día. Planos fijos, con cámara movida. En el inicio la imagen va independiente del contenido de la narración en off». Parece que los tiempos aún no cambian: ¿dónde se mantiene el problema?