Por Pablo Gamba
A rosa azul de Novalis (Brasil, 2018) y Blue Boy (Argentina-Alemania, 2019) son documentales de dos realizadores emergentes destacados de América Latina que figuran en la Competencia Internacional de Cinéma du Réel. Gustavo Vinagre, codirector del primero con Rodrigo Carneiro, compartió el galardón principal de IndieLisboa el año pasado con Baronesa (Brasil, 2017) de Juliana Antunes por su segundo largometraje: Lembro mais dos corvos (2017). Abramovich ganó el Oso de Plata del cortometraje en la Berlinale por Blue Boy, y se había hecho conocido antes sobre todo por Años luz (Argentina, 2017), estrenada en el Festival de Venecia. Es una película sobre Lucrecia Martel en el rodaje de Zama (Argentina, 2017).
Se trata en ambos casos de filmes de temática gay, lo que les añade una problemática etiqueta. Compitieron este año por los premios Teddy en el Festival de Berlín. Más profundamente coinciden, sin embargo, en la reflexión sobre la relación del documentalista con los sujetos de sus películas. Marcelo Diorio, el único personaje de A rosa azul de Novalis, compara el cinéma vérité con la tortura, mientras que Blue Boy comienza con un recitado de todos los derechos que el productor y el director tienen de hacer uso de la imagen y los sonidos capturados de las personas que filman.
En la película de Vinagre y Carneiro la cuestión es cómo el tormento del documentalismo no arranca verdades sino todo lo contrario: produce personajes que se inventan a sí mismos frente a la cámara. No está de más agregar que la mentira que justifica la tortura, para los policías y militares que la usan, es la capacidad que se le atribuye de obtener información cierta.
Diorio, a quien se ve todo el tiempo en casa y en bata, no trabaja y se refiere a sí mismo como una persona inútil, igual que todas las cosas que realmente importan. Tiene sida, pero asegura que el problema grave de esa enfermedad es el mito negativo que se construyó en torno a ella en la década de los ochenta. Es decir, las mentiras que se inventaron sobre los seropositivos.
Fabian Cantieri califica de “dandi tropical” y “cuasiaristócrata rebelde” a Diorio en una nota de la web Cinética, y la rosa azul del título es una referencia al héroe romántico que busca lo imposible. La lectura del poeta Novalis en voice over en una parte del film tiene como correlato un plano general picado que ironiza la distancia que siempre separa del ideal. Pero lo irónico en el documentalismo es que el ideal inalcanzable puede ser lo real.
A rosa azul de novalis constituye así una continuación de la búsqueda de Lembro mais dos corvos, una película sutil y conmovedora sobre la invención que hace de sí misma la actriz transexual Julia Katharine. En este caso, sin embargo, se trata de un personaje que no tiene la suficiente fuerza para hacer un largometraje por la vía de un encuentro del tipo que procura el cinéma vérité –o cinéma mentiré, como más apropiadamente lo llama Luis Ospina–. Se trata de un film forzado en ese sentido, como observó Pedro Henrique Ferreira en Desistfilm. Pero ese es su aspecto más interesante.
Para “inflar” la película Vinagre y Carneiro introducen sorpresivamente escenas en las que Diorio pasa de la actuación implícita frente a la cámara que lo interpela a lo explícitamente performático, sin solución de continuidad con la interacción característica del cinéma vérité. Con el mismo fin los codirectores recurren a las escenas pornográficas –otro tipo de actuación–, que tienen más impacto presentadas fuera de su contexto habitual. Si por el encuentro con el personaje en su intimidad A rosa azul de Novalis es una continuación de Lembro mais dos corvos, lo del porno proviene de Nova Dubai (Brasil, 2014), premiado en Olhar de Cinema.
La cuestión es que estos recursos agudizan el problema de la ausencia de lo real. La comparación con la tortura pareciera no ser tan metafórica en un plano picado, en tenebroso claroscuro, en el que Diorio se defiende como en un interrogatorio. “Soy la persona que está aquí”, dice. Todo actor está “allí” cuando interpreta un personaje; es la única ventana a su realidad.
La presión de la cámara se percibe en Blue Boy a través del plano fijo sostenido y la consecuente mirada al fuera de campo de unos personajes, como pidiendo el fin del tormento. Está en contrapunto sádico con una iluminación y una evocación del Technicolor estetizantes. El grado más intenso de violencia, sin embargo, es el que pudo haber ejercido sobre los personajes el montaje sonoro. Por convención del documentalismo los identifica de una manera, atribuyéndoles a la mayoría voces en over que hablan de la prostitución masculina, aunque no se los vea decir nada.
El parlamento sobre los derechos del productor que se citó al principio, montado de manera similar, así como el reclamo de otra voz, al final, hacen evidente el problema que la película se propone plantear en relación con los sujetos del documentalismo. La tensión en la relación cineasta-personaje, además, es un tema recurrente en el cine de Manuel Abramovich, por ejemplo en Años luz y sobre todo en Solar (2016). El problema es que la pregunta plantada es de tipo ético, y en consecuencia es algo que le toca responder al cineasta en su práctica como realizador. Formular la interrogante sin la necesaria corrección no es ser lúcido; puede ser cínico.
Tanto A rosa azul de Novalis como Blue Boy traen a colación así el problema en que se ha convertido el documentalismo reflexivo. Ha adquirido el aspecto de una renuncia a la inocencia exigida como requisito para que una película sea considerada seria. Pero de la conciencia de la dificultad se pasa a la justificación de recursos que se consideran “reflexivos” porque ponen de manifiesto su propia invalidez como solución.
Paradójicamente pareciera que se acepta esto sin reflexión suficiente, como si lo necesario fuera solamente llegar al problema, y no tratar de resolverlo.
A rosa azul de Novalis
Dirección, guion y producción: Gustavo Vinagre y Rodrigo Carneiro
Fotografía: Bruno Risas
Montaje: Rodrigo Carneiro
Sonido: Rubén Valdés
Brasil, 2018
Blue Boy
Dirección, fotografía y producción: Manuel Abramovich
Montaje: Catalin Cristutiu
Sonido: Francisco Pedemonte
Corrección de color: Luisa Cavanagh
Argentina-Alemania, 2019