Por Mónica Delgado
Esta semana en Cuenca, Ecuador, se dio inicio al segundo Encuentro Cinematográfico Cámara Lúcida, organizado por el equipo de críticos y gestores del colectivo GodArt, con una selección de 20 films sobre todo iberoamericanos, provenientes de los linderos del cine de autor, experimental y de no ficción. En la inauguración se proyectó Correspondencias de Riza Azevedo Gomes, lo que ya afirma el perfil del festival por la difusión de un cine más independiente y de exigencias expresivas fuera de la capital, que incluyó trabajos de Lois Patiño, Juan Soto, Alexandra Cuesta, Eduardo Williams o Pablo Chavarría Gutiérrez.
A su vez, el encuentro ha permitido hacer un repaso sobre el estado del reciente cine ecuatoriano, pero también sobre la necesidad de que un cineasta como Mario Rodríguez Dávila vuelva a la dirección. Nos detenemos en el trabajo de tres cineastas.
Un Secreto en la Caja de Javier Izquierdo, que tuvo estreno latinoamericano en el reciente Festival Internacional de Cine de Buenos Aires (Bafici) es un mockumentary que aborda de modo muy cómico, dentro de los terrenos de la farsa incluso, la posible vida de un personaje surgido de las canteras novelísticas de José Donoso. Javier Izquierdo plantea la biografía del escritor ecuatoriano Marcelo Chiriboga, que describe como una figura emblemática del boom latinoamericano. Como se sabe Ecuador no tuvo un representante dentro del famoso movimiento de marketing para promover la literatura latinoamericana en los años 60 y 70, y precisamente el documental aborda la posibilidad de esta inserción, dando vida a este personaje y asociándolo a un periodo de entreguerras y conflictos con Perú.
Fue el chileno José Donoso quien usó al personaje de Chiriboga en El jardín de al lado, en 1981, sobre todo para saldar cuentas con la ausencia de algún escritor ecuatoriano dentro del Boom. Luego Carlos Fuentes lo volvería a utilizar en Cristóbal nonato. Y esta relación de Chiriboga con importantes escritores de su generación (Vargas Llosa, García Márquez) aparece como medular para crear el efecto de verosimilitud inicial, y que poco a poco va cediendo a la simulación y a la caricatura, de acuerdo a la aparición de diversos entrevistados, entre ellos periodistas, editores y la misma hija del escritor, quienes que relatan diversas vivencias y trabas al tratar de construir la biografía del narrador.
El cineasta ecuatoriano recurre al footage, al material de archivo para insertalo en la lógica del mockumentary, donde poco a poco la historia de Chiriboga va sucumbiendo a la intención mayor del cineasta: hablar de diversos problemas estructurales de Ecuador, un país que ha ido poco a poco desapareciendo en su identidad por diversos motivos, entre ellos un par de guerras con Perú, que si bien fueron reales, en el film tienen consecuencias fulminantes.
Un Secreto en la Caja de Javier Izquierdo propone una lectura desde la hilaridad del Ecuador de hoy, a partir de este personaje ficcional y también desde la posibilidad de un país de ficción, aunque el modo en que el cineasta elige para elaborar su alegoría se pierda en una intención del reportaje o el recurso televisivo.
En una vena opuesta al realismo, Quijotes Negros (2015) de Sandino Burbano es un film que se basa totalmente en el vodevil, lo teatral, lo esperpéntico, con un tono que podría remitir a los trabajos recientes de Jodorowsky, dentro de un imaginario de lo real maravilloso que encuentra en el uso de la música su sostén de ritmo en la puesta en escena. Y quizás ese uso musical, enfático, que busca generar atmósferas de humor, de un universo extravagante de ascendencia circense y farsesca resulte reiterativo para un universo visualmente ya delimitado por lo grotesco. Planos en contrapicado, planos y contraplanos para lograr efectos de humor, en una historia de un Quijote y un Sancho atípico, que secuestran a un par de mujeres de élite para volcarlas a su entorno de carnaval.
Sandino Burbano apela a esta historia carnavalesca, así como Izquierdo usa a Chiriboga para hablar de un Ecuador actual, a un par de personajes de ascendencia literaria para hablar de un proceso de colonización a la inversa, que busca dar respuestas a las relaciones de España y un país latinoamericano desde la posibilidad de la subversión de los roles de opresores y oprimidos, pero donde quizás la puesta en escena que recurre a algunos clichés del género no sea del todo afortunada.
Por otro lado, uno de los puntos a favor de Cámara Lúcida haya sido volver a poner en pantalla el trabajo de Mario Rodríguez Dávila, que a través de su trilogía de Guayas ha demostrado ser un cineasta con una visión muy particular en comparación a otros realiadores de los últimos años en Ecuador. Con Invitación a sepelio (2007), Puente en la madrugada (2010) y Cordel (2012), Rodríguez Dávila ha logrado un universo particular teniendo como motivo esencial las variaciones, las riberas, los paisajes alrededor del río Guayas, evocando figuras, estados, sensaciones en torno a este hábitat.
Los personajes que pueblan los cortos de Rodríguez Dávila recuerdan a los seres fantasmales de buena parte del llamado nuevo cine latinoamericano (al Lisandro Alonso de Los Muertos), sin embargo, hay una filiación que podría recordar al primer Apichatpong Weerasethakul pero que también se va difuminando, en medida que el cineasta ecuatoriano va virando hacia otras apuestas expresivas desde la brevedad del metraje. Los ríos marcan la sensibilidad de los seres que viven de él, pero también el cineasta lo remarca desde diversas actividades laborales, desde el desempleo incluso, en una simbiosis alienante, urgente y vital.
En Puente en la madrugada, Rodríguez Dávila inserta partes de Fragmentos de um Filme-Esmola: A Sagrada Família (1972) de João César Monteiro, no para mostrar algún tipo de relación formal con el cineasta portugués sino para entablar un tipo de correspondencia con aquel espectador/personaje que ve el corto en una canal de televisión. Lo que veremos luego de este visionado es precisamente algunos motivos del film de Monteiro repetidos en detalles y ausencias, es decir: la inserción del corto de Monteiro permite leer de otra manera el fuera de campo, de ese universo a orillas de un río que parece seguir una mecánica absorbente, de contemplación de lo irremediable.
Ojalá Mario Rodríguez Dávila vuelva a seguir haciendo cine.