GEN HI8, LOS OJOS DEL CAMINO, FELICES JUNTOS Y SIN VAGINA ME MARGINAN

GEN HI8, LOS OJOS DEL CAMINO, FELICES JUNTOS Y SIN VAGINA ME MARGINAN

 

Por Mónica Delgado

Hace algunos días finalizó en la capital peruana la tercera edición de la Semana del Cine, organizada por la Universidad de Lima, y que tiene como mayor mérito ofrecer un panorama nacional e internacional de ingreso libre, cumpliendo con un objetivo democratizador y dinamizador para los espectadores, a través de films que no llegarían de otra manera.

El concurso de largos peruanos se ha convertido en una necesidad anual, en la medida que agrupa, al menos, un grupo de films ya estrenados tanto en el Festival de Cine de Lima como en el Festival Lima Independiente, sin embargo también ha logrado exhibir películas sin ventana en los espacios locales, sobre todo provenientes de regiones, como Junín, Cajamarca o Puno. Comentamos algunas:

La ciudad desde el VHS

Gen Hi8 de Miguel Ángel Miyashira Moromisato es promocionada como un proyecto experimental, pero tras verla comprobamos que es más una ficción de narración convencional de un periodo noventero de Lima, desde el punto de vista de un grupo de amigos adolescentes en un barrio de clase media de Miraflores. Pero este convencionalismo de su historia (en su linealidad) no se limita a ser solo un relato amparado por la primacía de lo narrativo (inicio, desarrollo y fin), sino que el soporte en que se hizo la película (video Hi8) le da una textura perfecta para describir contextos caseros, urbanos y pop en una Lima en transformación. Comprendemos que la denominación “experimental” responde a que estamos en una suerte de cine dentro de la “televisión”, puesto que toda la película la vemos como si estuviéramos ante una pantalla de vieja TV en alguna sala familiar, como si viéramos alguna telenovela o comedia en señal abierta. Un detalle menor, pero que no cambia si es que tuviéramos la opción de ver Gen Hi8 como una ficción neta, sin esa etiqueta o marco de “experimental”.

El cineasta Miyashira Moromisato logra reflejar la sensibilidad de una época, en su tosquedad, clasismo, racismo y machismo, desde el espíritu incluso de la home movie, y con un sentido del humor grotesco, que quizás pueda encontrar un pariente cercano en la sátira que emplea Cristian Cancho en La Farándula: una Lima ridícula que quiere ir a ver a Vanilla Ice en el Amauta, fumar tronchos en la playa hablando de la gentita o el temor a las bombas de Sendero Luminoso mientras se juega Street Fighter.

Si pensamos en las películas peruanas que hablan de pandillas o entornos masculinos urbanos como Ciudad de M, por ejemplo, o Mañana te Cuento, Gen Hi8 crece y gana con su frescura, su familiaridad con la que recrea un contexto específico a inicios de los noventa, y por convertir la textura de su soporte (magnético y desfasado) en la atmósfera sucia y televisiva de una generación perdida, la llamada Generación X.

Una visión neoindigenista

En Los Ojos del Camino, Rodrigo Otero pone en escena una empresa que el país tenía postergada. ¿Existe el cine indigenista? Es probable que en la historia del cine peruano haya decenas de films que han sido tildados de esa manera por tratarse simplemente de adaptaciones o porque tuvieron como parte de su propuesta política ensalzar la figura del indio o campesino como modo de llamar la atención sobre su deplorable condición económica y social. Si en los años cincuenta y setenta, en que se hizo una mayor cine que registra los Andes con mirada que lo eleva y redime, donde el problema de la tierra era la principal tara, en el siglo XXI este problema se extrapola a otro asunto esencial, al problema ecológico y de depredación de la naturaleza. Y es este punto que Rodrigo Otero desarrolla con una intención peculiar, no desde las problemáticas netamente antropólogicas o etnográficas, sino que las dota de un imaginario un poco más elaborado, el del chamanismo, la cosmovisión andina y el panteísmo. Y en este sentido resultado una novedad dentro de la breve comunidad de películas que exploran de modo crítico el universo andino, en la medida que el cineasta busca comunicar y afirmar una percepción del mundo con la intención de transformar un sentido común sobre los habitantes en relación a la naturaleza.

Si en las obras indigenistas requerimos como primera condición a un intermediario que nos acerque a ese universo lejano y ajeno, en la propuesta de Otero este enlace no lo hace un personaje de “este mundo”, sino al contrario, se trata de un maestro curandero, quien va describiendo y narrando en off y en quechua toda la sabiduría, de una manera poética pero didáctica, que permite ser empático con este espectador imaginario, foráneo y extraño. La vida de las plantas, apus y demás materia viva son sentidas como otro personaje más, donde los ritos ocupan un lugar importante. Los Ojos del Camino es en todo sentido un film sobre los ritos, sobre la calidad de los rituales en comunidad, y de cómo son inherentes a la región que explora.

Si bien el film tiene altibajos debido a esa preponderancia de la voz en off ante lo que pueden ofrecer las imágenes, y en cierta edulcoración por momentos New Age, el valor de Los Ojos del Camino está en esta dimensión onírica y de “realismo mágico” que aflora en esta intención por retratar de modo distinto a los Andes.  Muchas veces el cine que quiere ser reivindicativo se ampara en la idea de que los valores del cine directo son los indicados para traducir este universo, pero Otero, pese a que utiliza planos fijos y un registro cuasi etnográfico, se permite una cuota de magia (muy neoindigenista) que hacen de su película una experiencia diferente dentro de los films hechos en la sierra peruana.

En cambio Nada queda sino nuestra ternura, de Sébastien Jallade, apela a diversos recursos del documental (el registro etnográfico, el testimonio, el seguimiento de los personajes) para mostrar las diversas consecuencias del conflicto armado, sobre todo en Ayacucho. El primer plano con el que arranca la película es poderosísimo, sin embargo, no se vuelven a repetir momentos de esa intensidad en todo el metraje. Jallade divide su película en diversos episodios que van dando la impresión de un fresco de Huamanga y de pueblos aledaños que vivieron los años del terror, a través de cantos y relatos. Quizás el primer episodio que tiene como motivo a un puente, en su destrucción y en su reconstrucción, sea el más logrado, por mostrar un ritual de encuentro, de una comunidad que desciende al río que fue testigo de su dolor. La metáfora que Jallade aquí usa se va complejizando, tanto en la misma figura material de enlace, como en esa imposibilidad de resarcir el daño. El puente nuevo jamás será aquel que vio el horror en tiempos de abuso y muertes.

La oda kitsch y de serie Z

No estoy segura si la intención del cineasta Carlos Merino haya sido el humor involuntario, pero ha logrado que Felices Juntos sea un trabajo muy divertido, sobre todo por las actuaciones pésimas, los diálogos absurdos y la historia de toques telenoveleros.

A través de un blanco y negro digital, Merino siente fascinación por algunos tópicos del melodrama y los culebrones televisivos, de la mujer extorsionada y que sufre por amor. Si bien el desenlace se deba más a una broma anecdótica que a un trabajo serio de guion, el resultado es de una frescura anodina, que tiene como telón de fondo a un Huancayo de esquinas, de barrios emergentes, o a medio construir, que van reflejando el carácter de pastiche en este trabajo con momentos de comicidad sublime.

En otra variante del Trash aparece Sin Vagina me Marginan, debut de Wesley Verástegui, un film hecho con un Iphone, y que tiene como gran protagonista a la ciudad de Lima, como entidad que cobija a un par de mujeres trans que viven diversas situaciones a cambio de obtener dinero para una operación de cambio de sexo. Este film de Verástegui tiene la forma del disparate, pobreza expresiva en una serie de gags diversos imbuidos en una atmósfera de cine Trash y la serie Z más trillada. Y ese es su logro, ya que Verástegui, tampoco sabemos si de modo consciente, logra un producto que maneja muy bien los tópicos de estos subgéneros, donde lo grosero, burdo y escatológico son su mayor condición.

Se ha mencionado que tiene similitudes con Tangerine de Sean Baker, incluso el cineasta dijo que ese film estadounidense lo inspiró a hacer su primer film, pero la comparación no se sostiene más allá de la anécdota del Iphone y del perfil de las dos protagonistas. Sin Vagina me Marginan es una comedia hosca, que busca provocar y divertir pese a sus errores de producción, a su guion con altibajos.  Sin embargo, muy pocas películas peruanas han hecho mofa del sistema de salud y de la gestión pública como lo hace aquí Verástegui, ridiculizando los roles de los ministros y de las instituciones que se supone nos representan y que buscan generar políticas para la comunidad LGTB.  Y también se agradece que no se convierta del todo en un panfleto de ONG, o en esos films que intentan ser políticos o alegatos pro derechos LGTB y terminan mandado por la borda al cine en sí. Un cine libre.