Por Mónica Delgado
En El Laberinto, la cineasta colombiana Laura Huertas Millán propone un camino que se bifurca: el relato sobre el ascenso y caída de un narco excéntrico en plena selva amazónica, que poco a poco se va dejando de lado para dar paso a un testimonio local que sí conecta con el entorno: la descripción de un trance y el encuentro con las figuras y dioses que gobiernan esas tierras.
El Laberinto describe de la mano de una narración en off, de labios de Cristóbal Gómez, un ex ayudante de un cartel poderoso en medio de frondosos bosques tropicales, cómo la vida de lujos del narcotraficante Evaristo Porras se convierte en elemento disonante de todo aquello que observamos en medio de un entorno natural y casi salvaje. Porras construyó una mansión copiada de la serie Dinastía, lo que no solo irrumpió de modo escandaloso en el paisaje amazónico sino que supuso una evidencia de sus delirios de grandeza y excentricidad, pero también de su admiración por ese universo distante de los ricos petroleros en el corazón de Estados Unidos, uno de los territorios más conservadores de Norteamérica. Y para ello, Huertas Millán construye un montaje que utiliza escenas de la serie, pero a partir de fragmentos panorámicos o donde los personajes lucen de espaldas a la cámara ajenos a los ojos de espectadores que los reviven en pleno siglo XXI, mientras Gómez nos lleva con sus relatos a imaginar la casona misma en actividad. Esta desconexión con el nuevo contexto que arroja a los personajes televisivos en medio de la selva colombiana es presentada por Huertas como parte de una fractura, como fruto de la dictadura del tiempo, como esa descripción sobre Porras en sus últimos días, enajenado y empobrecido.
La voz de Cristóbal Gómez, aquel que nos lleva a conocer a Porras, va desgranando a través de algunas anécdotas y recuerdos su labor como trabajador dentro del llamado Cartel del Amazonas, pero también poco a poco va a optar, o hacer que la cineasta cambie la intención del relato, y escapar de este imaginario de criminalidad y boato, por uno más telúrico, relacionado con algunos rituales comunitarios y ancestrales. Gómez logra virar la narración dentro del laberinto que propone la cineasta, para recuperar la experiencia de sanación, de aquel trance alucinado que lo llevo a ver de cerca a la muerte y hallarla hermosa (quizás producto de un viaje ayahuasquero).
Como en sus anteriores trabajos, la indagación etnográfica se materializa en El laberinto, ganadora del premio a mejor director en Locarno, cuando la voz de Gómez se impone por encima del documento que registra la mansión en ruinas de Porras, y logra que la cámara se detenga, como aquel plano final en plena fogata, como entorno propicio para el ritual y el encuentro con lo más íntimo de la tierra.
WAVELENGTHS 4: WE’VE ONLY JUST BEGUN
Director: Laura Huertas Millán
Fotografía: Laura Huertas Millán, Alexandra Sabathé
Colombia, Francia
21 mins
2018