55° FESTIVAL DE GIJÓN: DUMONT, KOMANDAREV, CAMERON MITCHELL

55° FESTIVAL DE GIJÓN: DUMONT, KOMANDAREV, CAMERON MITCHELL

Por David S. Blanco

Continuamos en el 55° FICX con la que, hasta el momento, ha sido la mejor jornada de esta edición. Empezábamos fuerte el día con Jeannette, l’enfance de Jeanne d’Arc, el anti musical de Bruno Dumont. Que el director francés es uno de los autores mas libres y sin complejos que hay por Europa, es un hecho, pero aquí de nuevo vuelve a superarse en el planteamiento clásico de la infancia de un personaje histórico – y tantas veces adaptado – como es Juana de Arco.

Dumont lo logra dándole la vuelta a todos los cimientos del musical clásico, empezando por sus actores, dotados con virtudes bastante alejadas del baile y la canción, pero aguantan las casi dos horas de película en pantalla cantando. Los personajes usan la canción como un elemento más de comunicación. A diferencia del musical clásico, las canciones no sirven para hablarnos de sus pensamientos mas íntimos e internos, miedos o aspiraciones, sino que aquí se entremezclan con la cotidianidad del día a día. Estas canciones, tienen un alto contenido anacrónico, pues pese a tener en su lírica palabras de un francés que podríamos considerar “antiguo”, su base musical corresponde a géneros mucho más contemporáneos, con una banda sonora que parece la fusión entre Aphex Twin y Napalm Death.

Como en todo musical, el baile es un elemento fundamental, pero Dumont le da la vuelta a los grandes números de danza y nos regala momentos de baile asincrónico, que parece improvisado en dos minutos, y siempre en plano general. Esto último es fundamental en la concepción estética de la película, pues esta se nos presenta como algo estático, lo que contextualiza espacialmente lo que ocurre en un tiempo, y se aleja descaradamente de los rápidos y vibrantes montajes de un musical al uso.

A nivel espacial, deberíamos destacar cómo Dumont huye de los barrocos escenarios, y nos presenta a una Jeannette en un escenario natural, sin decorados, donde sus movimientos se funden con la arena y las ovejas son el único elemento que podríamos considerar de atrezzo. Todas estas características dan a la cinta un aroma de patética comicidad, como si un grupo de amigos jugase a emular durante una tarde La La Land. El humor a través del anacronismo rara vez falla, y quizás el único punto débil para el gran público -varios abandonaron la sala- es su lento tempo, sus números musicales extremadamente largos -y sin pirotecnia- y la necesidad de tener un mínimo de contexto sobre la historia de Juana de Arco para no perderse en ciertos momentos de la historia. Una cinta que parece rodada por un -talentoso- niño pequeño.

Después tocaba irnos a la mayor sorpresa de esta edición en la competición, la búlgara Directions, mención especial en la sección Un Certain Regard del festival de cine de Cannes, y tercera película de Stephan Komandarev tras su notable The Judgement (2013). En esta ocasión se nos presenta una película de historias cruzadas entre taxistas, que realizan sus servicios por la noche en la ciudad de Sofía.

Estos taxistas -y sus pasajeros- son una radiografía del país, que segun la vision de Komandarev, está condenado. Suicidios, asesinatos, fuga de cerebros y sobre todo, perdida total y absoluta de valores éticos y espirituales, son lo que vemos a lo largo de los 100 minutos de película, en los que el director apunta y señala con valentía y sin prejuicios a todos y cada uno de los estamentos sociales que componen Bulgaria.

Mas allá del relato social, lo que convierte a esta cinta en algo extraordinario es su demencial puesta en escena. Cada una de las historias de los taxistas está rodada en larguísimos planos secuencia, cargados de acción y dinamismo en el cuadro. Peleas -verbales y físicas- de más de quince minutos en los que los actores están a la misma altura que el operador de cámara y el jefe de sonido: extraordinarios. Uno podría pensar que la esencia del cine es el montaje, y esta película, en su gran parte, carece de él. Esto es falso. Komandarev monta sobre el plano en movimiento, juega con distintas escalas, angulaciones y desenfoques, y simplemente decide no cortar. Y lo hace muy hábilmente para ponernos en un contexto espacio-temporal real. Para demostrarnos que esto que vemos como ficción es una realidad diaria. Una realidad que ha sabido plasmar prodigiosamente, y que la convierte en la cinta que más he disfrutado dentro de la competición del festival.

Tras pasarme a ver unos cortometrajes que ya comentaré en un próximo artículo, decidí acercarme a lo nuevo de John Cameron Mitchell, How to talk with girls at Parties, una divertida cinta que localiza su foco en la Gran Bretaña de los años 70, con tres amigos punkys que disfrutan de su libertad yendo a conciertos y publicando críticas en su fanzine alternativo. En una de esas noches de juerga, acaban encontrado un lugar donde unos extraños seres de otro planeta parecen estar montando una extraña fiesta a la que se sienten irremediablemente atraídos. Desde este punto de partida, Mitchell articula una película sobre aliens y punk, en la que tira de tópicos y clichés para reírse de la propia escena musical de los 70, y de algunos de los lugares comunes más repetidos en las historias teens del cine.

La película es de esas que a veces apetece encontrarse en un festival de estas características, por su tratamiento liviano y vistosidad sonora y visual, y aunque a veces parezca la eterna sitcom de extraterrestres que llegan al planeta, la planificación de Mitchell la hace minimamente diferente a lo que podríamos esperar de una historia de este tipo. Tiene ciertos momentos artísticos muy destacables, algún que otro gag interesante, y una desdramatización en varios puntos de la historia que incluso se percibe en la actuación de los actores, quienes parecen reírse fuera de sus papeles. Quizás el único punto molesto que le encuentro a la historia, es el intento -en el tramo final- de comprometer al espectador emocionalmente. Creo que va bastante en contra del espíritu de la propia película, y más bien parece la imposición de un rancio productor o la solución de última hora ante no saber como cerrar la historia, pero esto último no empaña el visionado de una cinta muy disfrutable, que no es rompedora -ni lo pretende- pero cuya desvergüenza es encomiable.