ALLAN DWAN Y EL AUGE Y DECADENCIA DE LOS ESTUDIOS DE HOLLYWOOD

ALLAN DWAN Y EL AUGE Y DECADENCIA DE LOS ESTUDIOS DE HOLLYWOOD

Por Mónica Delgado

La retrospectiva denominada Allan Dwan and the Rise and Decline of the Hollywood Studios es desde ya uno de los acontecimientos cinematográficos de este 2013, no solo por la cantidad de material reunido de este cineasta canadiense que desarrolló su carrera en EEUU, si no por permitir ampliar o revisar los usos del término «auteur» desde las nuevas tendencias de la crítica en la figura de este realizador inclasificable, irregular también, pero a la vez indispensable. Esta retrospectiva incluye un análisis extenso de la obra de Dwan, a través de la publicación de un libro de Frederic Lombardi y de un dossier en la revista online Lumière, editado por David Phelps y Gina Telaroli.

Esta retrospectiva, que se viene realizando en el MOMA de New York,  traza un perfecto panorama que atraviesa cincuenta años en la vida del Hollywood artesano, bajo el ojo certero y vivaz de Dwan y con parte del apoyo del productor Benedict Bogeaus; desde sus diversos escenarios, las interpretaciones de íconos, los diálogos que reflejan una estructura del sentimiento caduca o reanimada, la variabilidad de los géneros cinematográficos, y que este realizador manejaba con destreza, pese a algunos altibajos propios de las sensibilidades de la época (moral, ideologías, afectaciones).

Allan Dwan, nacido en 1885 en Toronto, realizó más de 130 largometrajes y más de 300 cortometrajes en su etapa silente, entre 1911 y 1961, todos dentro de la maquinaria hollywoodense. Y el estudio a cargo del historiador Frederic Lombardi describe este proceso de dirección a lo largo de cincuenta años, no solo desde los modos de filmar o recursos para introducir variaciones dentro del género (el western sobre todo, pero también la comedia,  el film noir, o la aventura) y ponerle su sello personal, sino como termómetro dentro de la producción e industria de Hollywood, sus sensibilidades y reticencias entre diferentes décadas.

Mas bien la pregunta estrella es ¿cómo es que a estas alturas un cineasta como Allan Dwan, que fue tan prolífico, incluso desordenado, que dirigió a las estrellas más famosas del cine mudo como del sonoro, que realizó westerns, operetas y comedias sin ambages, que tiene fama de haber hecho de todo sin mucha presión, capta ahora la atención del entorno cinéfilo y académico con la misma animación que se produjo en Serge Daney hace más de treinta años después?

Mas bien creo que en toda la historia del cine no ha habido un personaje símil a la talla de Dwan, es decir, alguna figura con esta ansia inabarcable por dirigir de todo un poco, sin cuidadas sutilezas, que va de westerns «psicológicos o melodramáticos» a un film de ciencia ficción o serie B sin aspavientos (que incluso se han emitido en las tardes por la TV), que se ufanó de dirigir tanto a Douglas Fairbanks como a John Wayne, de Shirley Temple a los rocambolescos hermanos Ritz, la versión apocada de los hermanos Marx. Pareciera que hubo esa desquiciante fiebre en Dwan por hacer de todo, sin embargo, pese a amor al trabajo, al oficio de director, logró plasmar un universo personal, sobre todo en las historias en sí mismas, más allá de aspectos de qualité de los grandes estudios, atareado en fabricar no un mundo «dwaniano», pero por lo menos sí un arquetipo de héroe/antihéroe, entre el perdedor que sale glorioso, o de la mujer que sale librada por el azar de la violencia.

Es imposible conocer toda la obra de Dwan, pero aquellas películas que han permitido acercarme a una porción de ese universo, establecen sutiles conexiones que se perciben en el desarrollo de las historias, y en cómo las acciones van impulsando el cambio total en sencillas dos partes marcadas, sin salirse del típico relato clásico. En El jugador (Tennessee’s Partner, 1955), el western deviene en un melodrama, donde John Payne intenta librar de un embuste amoroso a su nuevo amigo e ingenuo Ronald Reagan. O como en la excelente Filón de plata (Silver Lode, 1954), donde nuevamente John Payne se ve atrapado en una suerte de caos de la ley, acosado por unos vaqueros apoyados por la masa del pueblo, y que solo es ayudado por su novia (vemos como se frustra el matrimonio en las primeras secuencias) y una ex amante prostituta, ante acusaciones de un homicidio no aclarado. En esta cinta Dwan ofrece los mecanismos de la desconfianza desde lo icónico incluso (la secuencia final en el campanario), y huyendo también del canon del western para ahondar en el juego sinuoso del drama y la afrenta moral discreta y política.

El hombre más peligroso del mundo (Most dangerous man alive, 1961), claro film de serie B (como los westerns también, pero aquí en evidente seguimiento a las fórmulas de la ciencia ficción y el cine de bajo presupuesto) es otro ejemplo del ritmo y empeño de Dwan por dotar a sus filmes de un encanto especial, de no aferrarse al pie de la letra a los parámetros del género), de escaparse discretamente hacia un nuevo sentido, y que aquí, en una suerte de preámbulo de Hulk, provee de un imaginario precursor sobre el hombre que muta debido a los cambios o accidentes de la ciencia.

Así, Dwan se vuelve en un autor imposible, que hizo posible el Robin Hood en 1922 o El hombre de la máscara de hierro en 1929, que realizó un hermoso corto mudo como Manhattan Madness (1916), que hizo cintas flojas como El gorila, o que hizo una comedia extraña como While Paris Sleeps, donde un padre finge desconocer a su hija casadera para salvarla de una red de maleantes en un barrio pobre y nocturno de la capital francesa. Dwan, un cineasta a descubrir y a recuperar.