Por Aldo Padilla
El cine iberoamericano ha estado fuertemente marcado por las dictaduras, lo cual ha llevado a encasillarlo como un cine repetitivo sobre estos temas. Lo que se alcanza a entender es que las heridas son tan profundas que aún no se han cerrado, por lo que el tema siempre termina flotando en el río de la memoria, en algunos casos una memoria perdida. Y a pesar de la supuesta repetición que ejerce este tipo de cine (en algunos casos sí lo es) siempre es posible seguir innovando en estos temas tan complejos que han marcado a varias generaciones.
El tema de la dictadura pinochetista aún da y dará para mucha investigación. Sus múltiples aristas y vacíos de 25 años en las sombras da aún para mucha investigación mientras los culpables todavía gozan de algunos privilegios e impunidad. El enfoque planteado por la directora de El pacto de Adriana es uno de los más íntimos que se ha hecho sobre este periodo, ya que la protagonista es tía de la cineasta (Adriana Rivas), acusada de haber torturado a detenidos y desaparecidos.
La película tiene una contradicción natural desde su concepción misma, ya que la relación familiar de la directora imposibilita una investigación parcializada, aunque de manera sutil existe un re direccionamiento de los hechos buscando una verdad que alivie el peso del fantasma del engaño que ronda a cada momento. Orozco investiga el pasado de su tía y su relación algo confusa con la policía secreta encargada de las torturas (DINA), menciono “confusa”, ya que a pesar que formó parte de la DINA, siempre niega haber sido parte de los crímenes que esta unidad cometía, y plantea su ignorancia basada en su participación de actos de protocolo y papeleo.
El gran aporte del film se encuentra en los diferentes diálogos de la directora con la acusada, en algunos casos desde Chile, y en otros desde Australia, donde la Tia Chani se fugó cuando su situación judicial se hizo insostenible. El registro de la manipulación sobre su sobrina (y al espectador) es sin duda uno de los grandes logros del film. Se puede sentir como su relato se hace real, a pesar que todo la inculpa, y que la única prueba de su inocencia sea su palabra. La forma en la cual la protagonista se muestra como la víctima de todo el sistema logra convencer hasta al más incrédulo, sobre que existe una conspiración en su contra, pero cuando ella desaparece del plano, las pruebas aparecen una tras otra para mostrar su culpabilidad.
Lissette Orozco decide experimentar con su propia persona, y se somete a una situación similar a la de los interrogados, donde en el caso de los detenidos se trataba de obtener una verdad (o más bien una confesión útil), y en el caso del film la acusada trata de imponer una mentira. En ambos casos con métodos de intimidación y recurriendo al chantaje. Tal vez el error del film es redundar en la idea de una directora confundida frente a la situación, planos donde se ve a su tía proyectada y la directora pequeña tratando de aferrarse a un poco de luz del proyector. Las dudas sobre un discurso definido de la directora.
La verdad se ve como inalcanzable en el film, principalmente porque en el camino se descubre ese pacto de silencio de todos los implicados en los actos criminales de la dictadura, y pareciera que romperlo implicaría un desborde del horror, que sería tan grande que la verdad se vería superada.
Panorama
Dirección: Lissette Orozco
Productora: Salmón Producciones, Storyboard Media
Guión: Lissette Orozco
Producción Ejecutiva: Gabriela Sandoval, Carlos Núñez, Benjamín Band
Producción Asociada: Melisa Miranda, Pablo Berthelon, Matías Echeverría
Fotografía: Julio Zúñiga, Daniela Ibaceta, Brian Martínez
Edición: Melisa Miranda
Música: Santiago Farah
Sonido: María Ignacia Williamson
Chile, 2017