Por Mónica Delgado
¿Hasta qué punto la influencia de Bill Viola se ha hecho reconocible en el cine experimental de las últimas décadas e incluso en obras de narración más convencional que intentan un estilo más «poético»? De un tiempo a esta parte casi toda auscultación sobre los cuerpos, sobre todo desde la materialidad que permite el digital, se le es atribuida a la inspiración que provoca Viola, pero distanciada claramente en intenciones y visiones de mundo. Por ejemplo, ya es lugar común que escenas ralentizadas, o que jueguen con la velocidad y consistencia del tiempo, como sucede con obras de Lars von Trier (o incluso para aligerar el tema, de los hermanos Wachowski en Matrix), remitan sin aspavientos y algo negligente, al estilo de Bill Viola, pero apartándola así de la esencia de un trabajo que propone una mirada distinta sobre el ser y su entorno, sobre todo desde la religiosidad. Y en otro extremo se podría mencionar las instalaciones del cineasta francés Philippe Grandrieux, que en sus slow motions también podría invitar a pensar en alguna influencia, pero que al final de cuentas solo serían asociadas en parte por el estilo estilo, ya que las búsquedas son diametralmente opuestas (lo pulsional y visceral en Grandrieux).
En el Grand Palais de París se sigue presentando, ya en sus últimos días, la retrospectiva de este videoartista de New York, nacido en 1951, y que permite, gracias a un extraordinario sentido de lo curatorial, un paseo sin cortes a través de más de quince trabajos que abarcan un periodo de más de 35 años. La propuesta del curador Jérôme Neutres y de Kira Perov, directora ejecutiva del Bill Viola Studio, y de la mano del diseñador Bobby Jablonski y de la arquitecta Gaëlle Seltzer, han logrado una puesta en escena que encapsula un elemento importante en el imaginario que el videoartista ha eternizado en decenas de obras: el tiempo, para quedar atrapados por ese paseo y de acuerdo a un orden cronológico, como si fuéramos parte de esos estadios de tránsito que se aprecian en Going Forth by day (2002).
La exhibición se abre con The reflecting pool (1977-79), donde un hombre aparece y se lanza a una piscina, pero queda suspendido en el aire, mientras el entorno discurre en su normalidad. Y es allí donde aparecen capas de tiempo, bajo el tamiz de la textura del videotape de aquellas épocas. Un mundo de naturaleza traducido a los modos del dispositivo que lo registra, en sus tosquedades e imposibilidad de «copiar» ese mundo tal cual. Pareciera que aquí Viola quiso detenerse en las variaciones de una superficie ante la vibración, como sucede con una piscina o poza en medio del bosque (y que a la vez se vuelve el espejo o puerta hacia otra dimensión, o simple reflejo de lo «real»), mientras el ser fundacional, ese hombre desnudo yace estático, ajeno, excluido del discurrir del tiempo.
En Heaven and Earth (1992), Viola enfrenta cara a cara a dos extremos: su madre en el lecho de muerte, y a su hijo recién nacido. Dos monitores que se miran entre sí sostenidos por una suerte de columnas de madera, o dos pantallas en blanco y negro que lucen casi obsoletas o desfasadas, pero que recuperan visiones de dos pasos trascendentales: el camino hacia la vida y la muerte, como dos variaciones solo superadas por esa mínima distancia entre ambos contextos. Y es que a diferencia de The reflecting pool, aquí Viola permite anotar el surgimiento de un motivo en su trabajo y también dentro de la propuesta cronológica de la muestra: la mínima distancia entre ambas fases, esa delgada línea que traza lo humano de lo divino o trascendental, pero también esa imposibilidad de encuentro entre el que nace o vive, pero que en el fondo pertenecen a un mismo ciclo vital, como de la serpiente que se muerde la cola.
En The Quintet of the Ashtonished (2000), cuatro actores y una actriz ejecutan un ejercicio de la emoción, y que Viola registra presto a captar desde el tiempo apenas percibido, en un slow motion extremo, una serie de gestos de exacerbación, y como si fuera una pintura en movimiento: alegría, tristeza, rabia, asombro. Inspirado en las búsquedas de las expresiones y gestos de la emoción de pintores medievales y renacentistas, Viola desarrolló entre los años 2000- 2002 un grupo de trece instalaciones, The Passions, que precisamente indagan en el intersticio de estas emociones, avaladas por el tiempo lento y que permite enfatizar la plasticidad de lo gestual. Estos trabajos toman como inspiración el episodio de la Pasión de Cristo, y que el videoartista toma de la intención de un cuadro de Hieronymus Bosch, pero también de los dibujos de Charles Le Brun. Plasman la relación entre las nuevas tecnologías (usos del digital, la alta definición, la posibilidad de los planos vertical/horizontal, y su símil conceptual con la pintura medieval y del renacimiento italiano, desde que estuvo en una estancia en Florencia a mediados de los años setenta. Pero ¿en qué radica el valor de esta propuesta de Viola? En la complejidad de las expresiones, en que el paradigma de los gestos va mutando hasta lograr un nuevo sentido, cuando la angustia va más allá y todo se vuelve éxtasis.
En Catherine’s Room (2002), que también pertenece a The Passions, muestra a una mujer en cinco momentos distintos y en cinco pantallas diferentes, que van explorando momentos del día, en una suerte de 24 horas de detalles y repeticiones. En todas hay una sentido común, el ascetismo y dolor estoico con el que el personaje asume su forma de vida, apenas en una habitación de decoración minimal y donde el trascurso del tiempo es percibido debido al ciclo de una rama de árbol que se deja ver a través de la ventana. El personaje escribe, hace yoga, cose, bebe, pero en todas divaga o al menos en su apariencia, porque al final de cuentas Viola propone un entorno paralelo donde esa normalidad es demasiada calmada, como en las viejas acepciones de pasión plasmadas de modo insuperable en el cine de Robert Bresson o Andrei Tarkovski.
Pero el clímax de la muestra recae en Going Forth by day (2002), que evoca los cuatro lados de una capilla (renacentista y sin virtuosismo), a partir de cinco proyecciones en alta definición instalados en cada lado, y que reafirma las motivaciones del arte de Viola, plasmada en sus búsquedas de lo trascendente a partir de dos elementos centrales de su cosmogonía personal: agua o fuego, y que ya estaban patentados en trabajos como Man searching for immortality/Woman searching for eternity, la posterior Three Women, la famosa Ascension, o incluso en los encargos de Tristán/ Fire Woman. En Going Forth by day existe la intención clara por compenetrar al visitante en el espacio de lo sacro, puesto que en la parte del ingreso las imágenes de fuego invitan a pensar que venimos del infierno y que acudimos a un acto propio del purgatorio, donde somos espectadores de fases hacia el estado de gracia. Buscando la asociación al estilo renacentista de los frescos (por la forma en wide screen de algunas proyecciones) y que muestran episodios a lo largo de las vidas, que van desde el pasaje al purgatorio, la muerte, la redención y la resurrección, inmersas en un plano cotidiano.
Cada historia proyectada, de 35 minutos de duración está sincronizada debido a algunos detalles que propician en el espectador una lectura desde lo simultáneo, y que colabora también a una percepción del tiempo encadenado, entre uno y otro episodio, donde existen personajes claros: los caminantes, los ciudadanos, el anciano a punto de morir, y la madre esperando que encuentren a su hijo perdido en el mar. Así Viola no solo establece significados de las obras entre sí, que tienen el impedimento de leerse aisladamente, y que también ubica al espectador visitante en una posición imaginaria, de testigo pero que de alguna manera ve cambiando su posición en medio de la instalación: si venimos del fuego, también podemos ser bosque, tierra o agua.
Moving paintings es el término indicado para apreciar estos trabajos de perfección conceptual, basados en estudios sobre la espiritualidad e influidos por el saber Zen o Sufi u otras filosofías orientales. En alguna parte de la exhibición aparece una cita a William Blake que ejemplifica el corazón de la obra de Viola: Si las puertas de la percepción se purificaran, todo se le aparecería al hombre como es, infinito. Y bajo ese influjo del descubrimiento, es que asistimos a la eliminación de las barreras (como el curso normal del tiempo), para desentrañar la propuesta de Viola, e ir a la caza del origen y tránsito de la vida desde su gran mundo de agua y fuego.