BITÁCORA DE TRAGEDIAS VOL. 2: LOS MECANISMOS DE LO PRECARIO

BITÁCORA DE TRAGEDIAS VOL. 2: LOS MECANISMOS DE LO PRECARIO

 

Por José Sarmiento Hinojosa

Esta crónica es una segunda parte de mi anterior texto sobre el estado de las salas alternativas en Lima, ya que me interesa ahondar un tema que me ha estado rondando la cabeza desde el viernes pasado.

Cuando hablo de “los mecanismos de lo precario” en el título de este texto no pretendo explicar el funcionamiento de un dispositivo agambeano, cuyas partes están absolutamente definidas. Mi ambición es menor (en un sentido filosófico), y va de la mano de este deseo de generar un espacio de intercambio de ideas acerca de algunas realidades que vienen sucediendo en el ámbito de la curaduría/programación/puesta en marcha de distintos festivales independientes (o no) de cine en el Perú. Mucho de ello tiene que ver con ciertos temas que considero importantes para el desarrollo de cualquier programación: respeto al espectador,  a la obra, al autor,  y el respeto a uno mismo como profesional. Y mucho de lo que hasta ahora observo, es justamente esta precariedad que viene acompañada de una desidia o forma de hacer las cosas fáciles, con intereses o prioridades poco claras en cuestiones de programación y producción de espacios y con una simple falta de superación en materias cinematográficas. Y voy a ser claro una vez más cuando digo que esto no tiene nada que ver con la realidad económica de cada uno de los realizadores/programadores/curadores que trabajan en el país.

Creo que debería ser preciso e iniciar el relato desde lo sucedido.

El viernes pasado acudí a una de las funciones de estreno de la película peruana Blast! de Miguel Vargas, en la Sala Robles Godoy del Ministerio de Cultura del Perú. Más allá de simple curiosidad, debo confesar que hubo motivos particulares que me llevaron a pisar la sala: en primer lugar, se trata de la primera película que un festival de Lima lanza en su nuevo formato como distribuidora independiente de filmes. Es decir, era la primera apuesta en distribución de un festival internacional que ha forjado su nombre con una oferta de cine independiente marcadamente distinta a lo que solemos ver aquí en la capital. En segundo lugar, el contraste entre la decidida campaña de difusión de las fechas de proyección del festival en redes sociales y los comentarios poco favorables sobre el filme entre distintas personas. Y en tercer lugar, que en toda la campaña de promoción de la película no se menciona una sola vez alguna cualidad positiva o característica particular del filme que haya que destacar, cosa que suelo ver en otras difusiones y que es natural para cualquier formato que apueste por un producto en particular salido de su cantera. Y las palabras positivas no partían siquiera del programador del festival. Lo único que pude ver en materia promocional fue este texto que acompañaba al banner de promoción:

Blast, cuenta la historia de: Una mujer, su vida, y dos hombres.
Un genio de la música electrónica.
Dos amigos fumando.
Un equipo viendo imágenes.
Una película que trata de crear un lazo entre todas las personas a través de una sola mirada.

Es decir, ni un solo texto del responsable de la programación sobre este film que distribuye con ahínco. Más bien se añadía a la promoción el siguiente hashtag que recita el demagógico  #VamosAVerCinePeruano

Añado también como motivación para ir a ver el film, es que existe un texto del crítico peruano Ricardo Bedoya donde se refiere sobre Miguel Vargas como un representante del nuevo cine digital peruano. Es amplio en su descripción de la utilización de lo digital y de la narrativa independiente en sus trabajos anteriores (la asocia a La Jeteé), lo que añadió a la intriga. Hasta este punto tenía razones suficientes para acercarme a la sala y conocer por primera vez la obra de Vargas en una sala de cine (sus anteriores trabajos están en Youtube). Y así lo hice.

De Blast! no quiero comentar demasiado. Hay cuatro premisas de las cinco que se expone en su texto de promoción cumplidas por el filme: ciertamente, existe el esbozo de una historia de una mujer, su vida y dos hombres. Asimismo, existe el mencionado genio de la música electrónica. Y sí, vi en pantalla a dos amigos fumando, y a un equipo viendo imágenes (una intención metalingüística –el filme dentro del filme- que resulta anecdótica). Lo curioso es que fuera de esto, la intención de “crear un lazo entre todas las personas a través de una sola mirada” se disipa en un rodaje de estética amateur (que creo no intencional) donde redundan demasiadas cosas: la no-afectación emocional de sus personajes, la sobre exposición y sub exposición (o carencia) de la iluminación, cantidad de planos innecesarios, el movimiento de una cámara que calculo quiere replicar la inestabilidad de escena de los “handheld shots” pero que termina distrayendo la vista, y una seria cantidad de metraje que pudo haberse omitido. Blast! pudo haber sido tranquilamente un corto de 10 minutos y haber tenido el mismo resultado que no alcanza su narrativa confusa.

Y de inmediato quiero dispensar nociones sobre “retrato de la alienación adolescente en Lima” o “filme metalingüístico sobre el proceso del rodaje y su relación con sus protagonistas” y cualquier otro rollo que pueda aparecer en el filme. Blast! posee un amateurismo que ni siquiera es encantador. No es cine de guerrilla, ni responde a la estética de cierto tipo de cine “indie”. Es simplemente un trabajo amateur o como señaló el cineasta en alguna entrevista «un film para sus amigos».

Pero hay otra cosa que me terminó llamando más la atención. Blast!, como filme, no existiría sin su banda sonora. Y creo que uno de los pocos méritos del filme fue este soundtrack, promocionado también por su distribuidora y por su realizador, que incluye temas de Soda Stereo, New Order, Twin Shadow, entre otros. Para un filme que entiendo de presupuesto cero, tener una banda sonora tan ambiciosa debe haber significado un costo mayúsculo, ya que el simple hecho de obtener los derechos de las canciones ya significa un trabajo realmente agotador (recuerdo los casos locales de las películas de Rossana Díaz Viaje a Tombuctú, o La Última Tarde de Joel Calero, respectivamente, que tuvieron que esperar más de un año para poder liberar los derechos de uno de sus temas) o del filme de Azazel Jacobs The Good Times Kid, que estuvo tres años sin estrenarse hasta que Jacobs consiguió los derechos de una pequeña canción de los 20’s o 30’s que marca una escena francamente memorable en su filme). Y confieso, que aunque había escuchado comentarios sobre esto, mi sorpresa fue grande al ver en pantalla “todas las obras musicales expuestas en esta película le pertenecen a sus autores y a sus casas disqueras”. Entiendo que ni Vargas ni su distribuidora se ha tomado el trabajo de solicitar los derechos de los temas que han utilizado en el filme.

Imaginemos este escenario: que Vargas haya querido estrenar esta película para sus amigos (ciertamente hay mucho metraje que transcurre entre amigos, o en actividades con amigos) y sin fines comerciales o de difusión (que la estrene en su casa o lo exponga en alguna clase o fiesta), lo cual haría que el tema legal no pasara a mayores (no sé cómo responde la legislación a este tipo de películas, pero sé que en plataformas como Youtube o Vimeo la película no podría quedar colgada sin un copyright claim). Si asumimos que este es el caso, la falta está en el trato que la distribuidora (de Transcinema) hace con el autor, para promover y difundir la película en distintos espacios alternativos, pero también en salas del estado, en este caso, del Ministerio de Cultura. Así se refleja una informalidad y precariedad, dentro de un modelo de distribución que no debería ser repetido. Por un lado, hay un tema que resolver sobre los derechos de autor evidentes: Blast! si quisiera no podría acceder a ningún festival del mundo por este tema, lo que afirma su carácter informal y de cero ambición, (cosa que parece no importarle a la distribuidora en este debut en este «negocio»), y por otro, existe un derecho de uso de cita, donde se puede utilizar segundos de alguna pieza sin los permisos pero que tiene que ver con un afán de difusión, informativo, pero no con musicalización de diversas escenas, como ha hecho Vargas, usando Soda Stereo, que le pertenece a Sony Music. Dudo que haya habido dinero de por medio en el trato entre la distribuidora y el autor (otro problema que también podríamos desarrollar en otro post), pero si este fuera el caso, el tema es aún más serio.

Regreso a lo mismo: no podemos encontrarnos con la excusa de “promover el cine peruano” si estamos faltando a las bases más fundamentales de la distribución y la exhibición para un público en general. Y lo que de este tema me preocupa doblemente, es que estamos en un momento muy particular para el cine peruano, donde productoras como Tondero acaparan los espacios de distribución comercial con una oferta de filmes de calidad ciertamente dudosa, y donde se espera que los espacios alternativos respondan con ofertas de distribución potentes, productos en los que se crea y se respalde a cabalidad, los caballitos de batalla que van a luchar, supuestamente, contra los gigantes. En este momento tan crucial, tenemos que encontrarnos con este tipo de cosas como temas de “copyright” y una puesta en escena inflada como cine guerrilla.

Y no, no es un descuido, como digo, Blast! no existe sin su banda sonora, esta dibuja el filme. Tanto al director como al distribuidor les queda claro esto y simplemente han decidido ignorarlo y promocionar el filme de todas formas. ¿Por qué? He ahí la duda que quisiera resolver.

Y no estoy mencionando siquiera mi apreciación sobre un producto que considero no es lo suficientemente bueno como para dedicarle una programación y distribución (tengamos en plena consideración que mis apreciaciones son tan subjetivas como cualquiera, y que puedo equivocarme, como cualquiera), hablo de consideraciones básicas tales como “¿se respetó los derechos de autor de los artistas de la banda sonora de este filme?” La respuesta es no, y se debió haber detenido cualquier tipo de difusión de cualquier entidad que representara a esta película hasta que esos problemas se solucionaran, sobre todo si se estrena en una sala del mismo Estado: ¿el Estado avala este tipo de infracciones a derechos de autor?, ¿con qué cara podría pedir sanciones para el caso de músicos peruanos que sufran este problema con sus obras si no se defiende una institucionalidad?

Algo que también escapa a mi entendimiento es el hecho de que la película cuenta con una banda sonora de un grupo local. ¿Por qué no recrear toda la banda sonora a partir de la música de esta banda? Si era tan imperativo utilizar ciertos temas, ¿por qué no se trabajó con esa banda independiente música que replicara de cierta forma el formato de los temas que se deseaban inicialmente? Por qué, xq, xq, xq, xq, x khé y sus variantes. Creo que la respuesta remite a lo que escribí en mi primer volumen, pero quiero dejar la pregunta abierta, para los que quieran animarse a hablar.

Cierro este segundo volumen con dudas. Y con una recomendación: A veces la cancha sola no hace al profesional. Y un curso de gestión cultural, distribución, o de curaduría fílmica no haría daño. Y otro sobre derechos de autor.