Por Mónica Delgado
En El silencio es un cuerpo que cae hay material poderoso para dar cuenta de un personaje al que le urge huir de la realidad. ¿Qué más evasivo puede ser optar por el registro compulsivo de viajes, paseos, escenas de lo cotidiano en vez de compartir con la familia? ¿Registrar todo en video como indicio de una urgencia por no vivir la vida sino a través de esta alternativa de lo real que permite una cámara de video Panasonic? La cineasta Agustina Comedi tiene en sus manos horas de material donde su padre hace gala de su talento para la evasión compulsiva a través del video, pasión que poco a poco la cineasta va dejando de lado, para hacer sitio al súper 8 que ella misma registra. Abandona por moemntos la textura paterna del video por la recreación teatral de diversos hechos en celuloide que le permiten “representar” el deseo de su padre: escenas de niños jugando, bailes en discotecas, o pasatiempos de “machos”. Si el video evoca la fantasía de su padre por construir una familia, el súper-8 va dibujando sus soñadas motivaciones, y que Comedi asume y reconstruye. Y por otro lado, los típico talking heads van a dar cuenta de los secretos mejor guardados del padre, o Jaime, a secas.
Por más que la cineasta intenta una empatía con ese personaje, su padre, que ocultó a su propia familia su pasado homosexual, y que “murió” un poco cuando ella nació, revela, quizás implícitamente, a un ser humano, y entorno, de contradicciones, a un falso militante comunista que se iba a cruceros gays en Miami o viajes de placer a Europa post dictadura. Es decir, la posibilidad apasionante de retratar la mirada de su padre desde estos registros de la evasión sistemática, tras abandonar su entorno gay y someterse a una vida “normal” heterosexual, pasa a un segundo plano cuando ella impone su lectura de esta jaula mental o sufrimiento de alguien que debió negar su identidad o sacrificarla ante razones que se desconocen. Peor aún cuando propone que esta represión fue producto de una cacería de brujas social de la dictadura de Videla. “Cuando se acabaron los comunistas, les siguieron los putos y putas”, dice un entrevistado tratando de elaborar una reflexión histórica sobre los tiempos finales de la represión, pero que no consta literalmente como pasado de su propio padre.
Para Augusta Comodi es necesario mostrar la identidad gay de su padre a partir no solo de esos primeros segundos que se detienen en auscultar y desglosar al David de Miguel Ángel como símbolo de una mirada inevitable, sino que también lo hace a partir de pasajes en Súper 8 para recrear ese mundo de machos que su padre ocultaba: rodeos de hombres salvajes, músculos de obreros, o una pareja bailando salsa de salón mientras se besa. Los inevitables clichés del imaginario queer.
Dirección y guion: Agustina Comedi
Fotografía: Agustina Comedi, Ezequiel Salinas, Benjamín Ellenberger
Argentina, 2017, 72 minutos