CÁMARA LÚCIDA 2018: TRINTA LUMES DE DIANA TOUCEDO

CÁMARA LÚCIDA 2018: TRINTA LUMES DE DIANA TOUCEDO

Por Mónica Delgado

En Trinta Lumes el pueblo de O Courel, en las sierras de Galicia, adquiere la fantasmalidad propia de un Comala. Aquel poblado de ficción que inventó Juan Rulfo a punta de testimonios y voces de seres incorpóreos y de otro  mundo en su novela Pedro Páramo, parece ser recuperado en espíritu y con habilidad por Diana Toucedo, pero aquí como difusa inspiración para mostrar la relación de tradición (el aspecto mítico) y el paso del tiempo como determinantes para la transformación de la identidad cultural.

La comparación entre O Courel y Comala queda solo en la posibilidad de que los muertos “hablen” y construyan o develen su visión del pueblo. En ambos relatos, tanto el literario con el cual libremente asocio, y el fílmico, las búsquedas se hacen a partir de esta difuminación del mundo real y el mundo de los muertos. Como un único espacio donde los vivos se alimentan de la memoria de los que ya no están (y de sus tradiciones), y donde los muertos insisten en quedarse de la mano de mitos, leyendas o simples recuerdos. Dibujar un pueblo fantasma es el reto que Toucedo va a ir desgranando desde la fábula en Trinta Lumes.

A partir del personaje de Alba, una adolescente de trece años, cuya voz en off va describiendo su fascinación por el mundo de los muertos, y que sabemos que ha desaparecido, Toucedo plantea una puesta en escena que permite conocer O Courel desde la fragmentación y curiosidad de la mirada de esta muchacha, que no sabemos si existe o es parte del recuerdo. La ensoñación y la figuración van a enlazarse con la observación y el documento etnográfico, y incluso a modo de relato en abismo, a raiz de otro personaje, el de la niña de kinder, que permite una lectura en reverso de Alba.

El mayor logro de Trinta Lumes es su  forma para la liazón entre la naturaleza y aquello que queda en ella de esa humanidad a punto de perderse. Como si la naturaleza, con sus bosques, rocíos y caminos de barro, fuera la única testigo de los limbos, de las fronteras entre vivos y muertos. Por ello, Toucedo recurre a planos abiertos de paisajes, o incluso a las profundidades de los páramos, como buscando la ubicación de aquellas almas oscilantes. O Courel se vuelve en el preludio del día de los muertos, en el espacio de la unión y el encuentro con lo fantástico y oculto.

Con estreno latinoamericano en el III Tercer Encuentro Cinematográfico Cámara Lúcida, en Ecuador, este film de Toucedo, a pesar que se emparienta con un grupo de determinados films gallegos que se detienen en la vida rural como parte de una visión nostálgica del paisaje y desde una mirada que confronta la modernidad en fuera de campo, sí muestra la sensibilidad de la cineasta para marcar una diferencia notable desde la decisión misma por introducir estos elementos de fantasmagoría en un relato que asomaba como un retrato de un pobrado en las sierras a punto de desaparecer. Algunos films gallegos también parten de la misma premisa, la de dejar un vestigio visual sobre estas comunidades que resisten con medios primarios del agro y la ganadería y plasmados desde la observación, como sobrevivientes de modos de producción arcaicos. Sin embargo, en Trinta Lumes (Treinta almas), estos pueblos aparecen en un nimbo, entre la oscilación de la memoria y su desaparición para revelar una resistencia desde el más allá, dentro de una apuesta de gran sensibilidad. Un sublime film de fantasmas.

Directora: Diana Toucedo
Guión:  Diana Toucedo
Música:  Sergio Moure
Sonido:  Ricard Marcet
Fotografía:  Lara Vilanova
Edición:  Ana de Pfaff, Diana Toucedo
Producción:  Lasoga Films, Diana Toucedo
ESpaña, 2018, 83 minutos