Por Mónica Delgado
En pleno siglo XXI, la escena de un cunnilingus puede hacer temblar a un festival. Planos de sexo oral a una mujer en doce minutos puede lograr que un film sea defenestrado, dado de baja, porque genera repelencia, no es erótico, no es símbolo pulsional. Más allá de los excesivos e innecesarios plano de traseros, en Mektoub, my love: Intermezzo, Kechiche no se pone límites y deja al libre albedrío su ojo voyeur, a la caza de crear conscientemente el “male gaze” por antonomasia, en un film físico de sol y luces de néon.
El segundo episodio de Mektoub, my love: Intermezzo de Abdellatif Kechiche es un entretiempo, un detenimiento ligero en la vida de los personajes de su primer film de 2017. Las muchachas que vivían el amor y el fulgor juvenil en el primer episodio de la saga, aquí se muestran entregadas a dos simples actividades de ocio puro: un picnic en la playa, y una noche entera en una discoteca. El encuentro casual con una joven parisina, que entra segura al terreno de un grupo de mujeres y hombres migrantes, un clan familiar y amical de ascendencia árabe, aporta la intención de libre integración, como suele pasar en el cine de este cineasta francés. Es más, el personaje masculino del Canto Uno (2017), es apenas aquí un extra. La cámara asalta a las mujeres del grupo, y las idealiza a punta de planos de caderas y nalgas.
La primera secuencia en la playa dura un poco más de 35 minutos y es la mejor parte del film. Con cámara cercana y voyerista, Kechiche no muestra escrúpulo alguno en detenerse en mostrar interés en determinadas partes de los cuerpos de sus actrices, planos de traseros en bikini se cuentan a granel, y el tranquilo día de calor y verano en Séte, al sur de Francia, se traduce en diálogos sobre el amor, la vida en París, la comida tunesina o sobre algunos mitos filosóficos. Kechiche va registrando en esos 45 minutos una progresión del atardecer, y de cómo estos personajes se acercan a conocer a esta chica parisina (inevitable el parecido de Marie Bernard con la Jodie Foster de Taxi Driver, o como dijo alguna personaje “un aire a Romy Schneider“).
Luego viene una secuencia que dura un poco más de dos horas y media, y es la apuesta más excesiva que se pueda ver en el cine de Kechiche, en la medida que concentra casi el 85% del metraje de su film en toda una jornada discotequera, a ritmo de Abba y otros ritmos electrónicos. El clan familiar de Amin, Ophelie y Toni se divierte a punta de tragos y perreo. Y es en estos momentos que sale a flote el Kechiche que exacerba el registro sobre los cuerpos de los personajes. Tomas de largo minutos de traseros en movimiento puro. Mujeres explotadas desde una mirada masculina que logra vampirizarlas. El tiempo que el cineasta dedica a esta registro propicia incluso la abstracción, el movimiento por el movimiento, la aparición de unn estado hipnótico del registro, la observación de un ejercicio de baile llevado al extremo, de tríos y cuerpos frotables. Al cineasta no le interesa jugar a la plástica o a la visión coreográfica de estos cuerpos, solo busca contemplarlos una y otra vez en medio del disfrute de la fiesta, el pool dance o el influjo del alcohol.
En este intermezzo musical, de baile y twerking, se da también una progresión “dramática”: llega el primo Amín (Shaïn Boumedine), a quien quieren emparejar con la muchacha parisina, y se suceden entre bailes diversos diálogos, plenos de proposiciones, de inseguridades ante una embarazada y a punto de casarse con otro. Las conversaciones son de todo tipo, triviales sobre todo, respetando el contexto discoquetero. Sin embargo, se percibe la misma idea plasmada en la primera escena en la playa: el recibimiento al clan de la muchacha parisina, rubia y distinta físicamente a las otras chicas, ya que no tiene las habilidades sexys del baile. Y aquí también entra el factor de progresión: la historia en la discoteca se cierra cuando la rubia aprende los frenéticos movimientos de cadera. La asimilación al grupo francoafricano queda completada.
Se ha dicho que en esta parte no pasa nada, que en más de dos horas se da la impresión de que es el registro de bailes y nada más. Pero Kechiche sí establece algunos códigos no narrativos que hacen que la historia progrese: si propone observación de cuerpos, su lenguaje será desde lo corporal. Los personajes crecen cuando el cineasta se enfoca en sus miradas, gestos, tipos de contorneos (Amín besando con los ojos abiertos e incómodo, la incapacidad de Marie de bailar como las demás, el estado de ebridad de algunos). Y en este terreno absolutamente femenino (quizás aporte de la guionista Ghalia Lacroix), hay una idealización del entorno para las mujeres: beben tragos de todo tipo, no hay drogas, no hay acosadores ni violadores, y tiran si lo desean, pese al clima hipersexualizado. Las mujeres en el este film de Kechiche cumplen lo que desean pero desde su propio consentimiento, lucen libres, felices y frescas. Aquí, Kechiche sí ofrece la posibilidad de esta arcadia donde las mujeres están entregadas al absoluto disfrute, y a cambio él toma lo suyo (como voyeur, y obsesivo con los tiempos de los bailes y las nalgas que gobiernan toda la pantalla). Una transacción desnivelada, pero que cumple su cometido visual: un film de formas y de culto a los cuerpos.
Dentro de esta discoteca hay una escena que ha causado polémica en Cannes, ya que muestra un explícito cunnilingus entre dos personajes, Aimé y de Ophelie (la actriz Ophélie Bau), la chica embarazada, y que sucede en el baño de la disco. En los casi 15 minutos que dura esta escena, Kechiche describe sobre todo poses, buscando cómo el personaje se enrumba hacia el clímax. Su punto de vista es cercano, buscando captar los puntos plenos de placer en esta práctica que visualmente ha sido subestimada en la historia del cine. Y Kechiche decide entrar al baño, mostrar esta búsqueda del punto exacto, con libertad. Parece decirle a medio mundo: un cunnilingüis toma tiempo.
Más allá de los tiempos muy dilatados, de las escenas que parecen interminables de bailes donde las nalgas ocupan casi toda la pantalla, este permanente grito de ser el “male gaze” autoritario logran que Kechiche se afirme como un cineasta que no teme plasmar sus filias (o parafilias) en tiempos de corrección política y cinismo. Mektoub, my love: Intermezzo es una experiencia cinemática como pocas, y ha sido síntoma de apertura en un programación canina que muchas veces se ha mostrado conservadora y apática a un cine de más riesgo.
Competencia oficial
Dirección: Abdellatif Kechiche
Guion: Abdellatif Kechiche, Ghalia Lacroix (Novela: François Bégaudeau)
Fotografía: Marco Graziaplena
Reparto: Ophélie Bau, Salim Kechiouche, Shaïn Boumedine, Alexia Chardard, Lou Luttiau, Hafsia Herzi, Meleinda Elasfour, Kamel Saadi, Roméo De Lacour, Marie Bernard, Dany Martial
Productora: Quat’sous Films
Francia, 2019, 212 minutos