Por Arnau Camarasa desde Cannes
Megalópolis: el regreso del hijo pródigo y los primeros días de Cannes 2024
Las maniobras y los ecos mediáticos que han precedido a la llegada al Festival de Cannes del trabajo más reciente de Francis Ford Coppola, con un proyecto de largo tiempo de gestación, han sido de lo más variopintos. El cineasta se volvió activo en redes sociales para redirigir la atención del público mayoritario: proclamó que tenía ideada otra película después de esta, se hizo pública alguna polémica en su trato con los actores durante el rodaje, aseguró buscar un impacto parecido al de Apocalypse Now o confirmó la autofinanciación de la película gracias a la venta de buena parte de su vinacoteca. Durante estos largos meses en el horno, a Megalópolis la ha rodeado un aura de película maldita, o incluso de culto, apelativo que acostumbra a emplearse contrariamente, cuando un filme ya ha sobrepasado el umbral de los diez años tras un estreno ignorado o fatídico. A causa de las dificultades que han pesado sobre este filme, el recibimiento ha venido aliñado con aliento de desconfianza.
Antes del tan esperado estreno, las primeras jornadas de la edición en curso del festival no han estado exentas ni de vítores ni tampoco de polémica. La charla que ha ofrecido Meryl Streep, invitada de honor del certamen, contrarrestó los efectos de la noticia de las acusaciones de abuso sexual proferidas contra el productor francés Alain Sarde, por parte de nueve mujeres. Streep, risueña y feliz de rememorar su filmografía, ha expuesto que la industria del cine es un reflejo de la capacidad de las mujeres por entender a los hombres, mientras que la situación inversa no es tan común. Otra gran estrella femenina del Hollywood moderno también ha pisado Cannes, concretamente en la sala Agnès Varda. Por allí ha desfilado la veterana Faye Dunaway, quien también repasa su biografía y trayectoria en su último documental, dirigido por Laurent Bouzereau. En una de las escenas más conmovedoras del metraje, Dunaway reflexiona acerca de los cambios y las dinámicas intergeneracionales en el ámbito de la interpretación profesional y muestra su mutuo afecto con su Sharon Stone, quien orgullosamente se proclama como su amiga y aprendiz.
Para las nuevas generaciones, sin embargo, la heroína Furiosa, protagonista de la precuela de Mad Max y encarnada por la camaleónica y feroz Anya Taylor-Joy, podría llegar a adornar muchos pósteres de habitaciones adolescentes. Si bien la última película de George Miller nos recuerda demasiado a la espectacularidad de Fury Road, Taylor-Joy no está lejos de desprender la energía que Charlize Theron consiguió irradiar en 2015. La originalidad, pues, se sacrifica en favor de un retorno al desierto en el que hombres poderosos y hostiles se ceban con los más débiles y deciden impunemente sobre ellos, situación proclive a la aparición de ángeles de venganza que impongan su justicia.
A su manera, Megalópolis también se rinde a la aparición de dichos ángeles, aunque estos se visten de políticos y actúan en el corazón de un contexto urbano en decadencia. Un aspirante a líder encarnado por Adam Driver desarrolla un plan para reconstruir la ciudad de Nueva York por medio de una tecnología muy sofisticada, pretensión que, a su juicio, sería sinónimo de actuar por el bien común. No tardaremos en averiguar que sus intenciones no se corresponden con su discurso, y como en la realidad misma, esto le genera poderosos detractores. El conflicto se desencadena del todo cuando el personaje se enamora de la hija de uno de ellos, primera de una larga lista de desavenencias. Coppola ubica al espectador en un futuro utópico que, como se constata verbalmente, se convierte en distópico conforme se acrecienta la frustración colectiva. En muchos aspectos, el retrato de esta Nueva York posmoderna se corresponde y se entremezcla con los excesos que caracterizaban la Antigua Roma. Desde esta idea, Coppola y su equipo combinan vestidos de la época con la moda contemporánea, y además, la película está explicada como si se tratara de una obra trágica de la literatura grecolatina. A Coppola le concierne la dimensión moral de sus imágenes, por mucho que estas cedan al desenfreno, y en sus últimos compases, la sinfonía de Megalópolis abre un importante hueco a la esperanza a través del concepto del jardín del Edén o del paraíso perdido.
Más allá de la perspectiva comparativa que sustenta el relato a modo de dialéctica benjaminiana entre presente y pasado, la película se desarrolla como una gran odisea experimental. Megalópolis avanza decididamente como una indagación plástica que, mediante su alto presupuesto, se permite elevar las constantes del cine expandido hasta el ámbito del “blockbuster”. En esa dirección y a causa de la obsesión del protagonista por el control del tiempo, Megalópolis está hermanada con Origen, de Christopher Nolan. Sin embargo, si Nolan apuesta por la primacía de la teoría y por la concepción arquitectónica de las secuencias, Coppola deja escapar su visión más dionisíaca y desatada. De hecho, su personaje titular controla el flujo de la duración y la puede poner en pausa a su antojo, como una especie de demiurgo o de doctor Manhattan. Por este motivo, el filme encierra más complejidad de la que aparenta y admite un caudal de lecturas desentendidas del punto de vista autoral. En ese sentido, esta es una película que necesita huir de valoraciones inmediatas, pues está destinada a polarizar y a perdurar.
Muy lejos quedan los años más fértiles y confiados de Coppola, cuando sorprendió a los espectadores con uno de los filmes bélicos más desafiantes jamás rodados, o, por otro lado, con una de las trilogías más emblemáticas y refinadas de la historia del cine. El fracaso en taquilla del musical barroco Corazonada supuso un antes y un después en su carrera, por la que ha continuado luchando hasta su edad más avanzada. Con su último y acaudalado proyecto, el cineasta acomete contra muchos fantasmas. Se habla a sí mismo pero también abraza el rol de catalizador de la obra, la cual traza un recorrido por la política institucional norteamericana mientras aplica el desfibrilador para reanimar el espíritu del mudo o de las segundas vanguardias. Megalópolis, en ese sentido, conjuga orgullosamente el espíritu clásico y la forma barroca. Entre sus pliegues, despunta también un reparto entregado a la causa y que sigue con fidelidad la corriente del director. Driver se mira de nuevo en este personaje tan magnético al que dio vida en Annette, de Leos Carax, entre el mito de Orfeo y el de la creación. ¿Puede un imperio comenzar de cero? ¿Puede un cineasta ser más que él mismo? El octogenario Coppola sigue remando hacia el futuro sin dar respuestas claras, y delega en sus personajes una parte importante de sus fuerzas. Por si se nos ha olvidado, las películas nacen como proyecciones de sueños que se disipan al amanecer.
Competencia oficial
Director: Francis Ford Coppola
Guionista: Francis Ford Coppola
Productor: Michael Bederman, Francis Ford Coppola, Barry J. Hirsch
Música: Osvaldo Golijov, Grace VanderWaal
Fotografía: Mihai Malaimare Jr.
Montaje: Cam McLauchlin, Glen Scantlebury
Reparto: Adam Driver, Giancarlo Esposito, Nathalie Emmanuel, Aubrey Plaza, Shia LaBeouf
EE.UU., 2024, 138 min